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Me estuve dando con todo con el doble CD del grupo Rumbo editado hace un tiempito por Ayuí/Tacuabé. En el farrago de Gotham City, diría Bruno Díaz, lo había escuchado, sí, pero sin la posibilidad de zambullirme y bucear a gusto. Tuve ese tiempo en unas vacaciones que son capítulo aparte, lagos, bosques y guardabosques como el del Oso Yogui. Y en medio de todo eso, las canciones de Rumbo al mango.
A fines de los 70 había en Uruguay, y en Montevideo, tanta efervescencia, tanta sed, tanto entusiasmo por descubrir cada nuevo síntoma de vitalidad cultural —que es como decir de vitalidad a secas— que hoy en día se hace difícil hasta evocarlo. La dictadura militar, instaurada en el 73, ya había llevado a cabo lo más grueso de su represión. Las figuras más descollantes de la música popular uruguaya, de todas las corrientes, estaban casi unánimemente fuera del país, la mayoría de ellas sin poder volver. Los años de 1974 y 75 fueron, en rasgos generales, los más oscuros para la música uruguaya en sus diferentes vertientes. Obviamente, el silencio nunca es total, pero, comparativamente, la represión y la depresión, cobraron en esa época un peaje más alto que en ninguna otra. Es Jorge Galemire quien un día me invita a tomar unos espinillares en el boliche de 8 de Octubre, al lado del túnel, y después ir a escuchar a un "pibe nuevo", que le parece muy valioso, en el teatro El Tinglado. El pibe es Mauricio Ubal, que integraba un trío acústico. Mauricio me impresiona entonces como un compositor notablemente maduro, con un tema como "Papel picado", que después llegaría a ser un "hit", con perdón de la palabra, en el repertorio de Rumbo. Y como un interesante guitarrista, totalmente personal en base a una fusión de cosas de Viglietti con Mateo, los brasileños del Tropicalismo y, por supuesto, los Beatles. Este mismo Ubal frecuentaba la institución de enseñanza musical NEMUS, y lo propio hacía gente como la cantante Laura Canoura, el guitarrista Carlos Vicente y el (sobre todo) compositor, Miguel López. Se acompañan unos a otros en actividades del NEMUS y acuden a reuniones incitadas por Jorge "Choncho" Lazaroff, uno de los inspiradores "doctrinales" de Los QIC.
En julio de 1979 se produce un recital colectivo en el Teatro Astral, donde varios de los integrantes de Rumbo aparecen por primera vez juntos en un escenario. En medio de esa sed por deducir nuevos síntomas de vitalidad, el rumor de Rumbo recorre la ciudad con el vértigo en que la información se propaga cuando hay alguien interesado en censurarla. Varias actuaciones en clubes van aumentado la bola de nieve, en la que también ruedan figuras como las de Fernando Cabrera y MonTRESvideo, Rubén Olivera, un incipiente Leo Maslíah, etc.
En octubre del 79 llegan, precisamente junto con Rubén Olivera, a lo que era el desideratum de un grupo en esa época: espectáculo central en la cartelera de Teatro Circular. Ahí ya aparecen con el guitarrista Gustavo Ripa y el multi instrumentista Gonzalo Moreira (percusión, bajo, guitarra, y el vocalista y guitarrista Carlos Vicente). También es allí que se desata el primer "destape" de Laura Canoura, con un caudal de voz y un nivel de comunicación "hacia afuera" que no era moneda frecuente en las cantoras uruguayas, más en la senda intimista de Dianne Denoir o Vera Sienra. Y si no, vuelvan a escuchar la grabación del tema "Montilla". Allí, también se da el estreno de la canción que se convierte casi instantáneamente en el himno de la resistencia contra la dictadura, la muy épica murga "A redoblar", compuesta por Mauricio Ubal y Rubén Olivera. Cuando hay que explicarle a un extranjero qué significa "A redoblar" en la historia de la música uruguaya, hay que aludir a canciones banderas, como "Pra nao dizer que nao falei das flores (Caminhando)", en Brasil, o "We shall over come" en Estados Unidos. Así de simple.
A fines de los 70, a no ser que se tratase de una actuación tipo festival en el enorme y acústicamente inhóspito Palacio Peñarol, o algún otro estadio cerrado, a nadie se le ocurre que uno va sube canta y se baja. Hay incluso un sacrosanto horror por la "onda divague" que cultivaran el rock nacional y el candombe-beat de los 60. A fines de los 70 hay que hacer un espectáculo, con un hilo conductor, en lo posible, con movimientos y luces pensados, en lo posible, y en lo posible, con momentos de interacción con otros solistas o grupos incluídos en la misma presentación. El público es riguroso y "manijero" (¿incitante?) al mismo tiempo. Quiere algo más que canciones, quiere ver trabajo y novedad, por un lado. Y por otro, aplaude cualquier metáfora que contenga palabras claves, como "mañana", "luz", "claridad", "sombras", "futuro".
Rumbo, especialmente en las composiciones de Ubal y de Miguel López, llega a un excelso grado de refinamiento en el manejo del sobrentendido, pero de un sobreentendido ambiguo, que no es panfleto, y que sin decirlo, dice lo que necesita ser dicho. Después de "A redoblar" y junto a "Papel picado", habría que citar temas como "Se termina aprendiendo serenatas" y especialmente "Los héroes de la pantalla" entre los épicos. El primero, música de López sobre poema pre-existente de Roberto Apratto, termina reafirmando insistente, "aquí se canta, aquí se canta, aquí se canta". En "Los héroes de la pantalla", juegan y subvierten los dúos televisivos, como "Starsky & Hutch", en otro binomio más coherente con el momento histórico: "Terror & Silencio".
No quisiera dejar de subrayar cómo también fueron refinando y afinando el traslado de la épica colectiva al terreno del fútbol. Las canciones futboleras de Rumbo tienen el doble (o múltiple) valor de "legitimar" artísticamente la vivencia futbolera, tan cara a una mayoría de los uruguayos, como de convertirla en metáfora de otro tipo de vivencia colectiva que estaba interrumpida por la dictadura. Y todo eso sin dejar de cantarle también y simultáneamente, al amor. Como se debe.
Rumbo se erige en un clásico y en una referencia, rápidamente. Toca en cientos de recitales, e influye sobre otras formaciones. Además, un grupo de música y teatro infantil, de la calidad y la influencia de Canciones Para No Dormir la Siesta, en un momento llega a ser como un "combinado" de Los Que Iban Cantando y Rumbo, más Nancy Guguich y Horacio Buscaglia. Lo que resulta bueno para Canciones... y para los niños de aquella época, y para sus padres, pero no siempre es funcional con la trayectoria de Rumbo.
En 1982 graban su segundo disco, con una sonoridad menos austera. 1983 y el fabuloso recital de su cuarto aniversario, realizado en el estadio de Atenas, marcan el cenit de Rumbo. Después, la actividad creciente de Canciones... y cierto agotamiento interno enlentecen la vida del grupo. El primero en salir de la formación es Carlos Vicente, en 1985, año de grabación del tercer elepé. En su lugar, ingresa Amílcar Rodríguez, ex miembro de Cantaliso, un grupo de vida corta pero notoria.
En 1986 se producen las últimas actuaciones de Rumbo. Debo acotar aquí, que la inevitable melancolía que nos produce el proceso de desbande de Rumbo quedó atenuada por el hecho de que nunca los percibí como un grupo "definitivo", sino más bien como un grupo de trabajo, a la manera de Los Que Iban Cantando, de solistas e instrumentistas de muy diferentes raíces e intereses, que colaboraban intensamente en un proyecto. Pero que en algún momento iban a seguir cada uno su camino, a veces caminos bastante divergentes. Y todo esta ahí, atesorado en este histórico, entrañable, gozoso doble CD que contiene todo, todito lo que grabaron. Y de paso, verán como ya cantaba Laura Canoura ¡cuando era una chiquilina! ¡¡¡Pah!!!