Por Mariel Varela
Entrar a la sala de teatro del club Lawn Tenis no es tarea simple. Las luces están apagadas. Se hacen tres filas, se toman de las manos y van ingresando de a ocho. Hay tres escalones y el resto es plano: no hay gran peligro de caerse o tropezarse. Una chica guía a los espectadores en la oscuridad y les designa los lugares.
De a poco se acomodan en sus sillas y se meten en el mundo de los ciegos. Las reacciones son vario pintas. Hubo quien pidió para salir y escuchar desde afuera; otros experimentaron una sensación de vacío inmensa pero se quedaron.
Inseguridad, incertidumbre, dificultad para ubicar a los personajes: la clave está en el proceso de adaptación que lleva unos minutos. Aromas, música de macumba y demás sonidos marcan la entrada en calor. "Uno escucha una voz, mira para ese lado y no ve nada. Hasta que la persona logra concentrarse en la historia y deja de buscar la voz", asegura Miguel Cereceda, director de Entre gallos y mediasnoches.
Ojos bien cerrados o no. Queda a criterio de cada espectador. Para adentrarse en la oscuridad total no alcanza con poner el celular en vibrador o silencio. Hace falta apagarlo porque el ojo es muy sensible y cualquier mínima lucecita altera la plena falta de iluminación que reina en la sala del Lawn Tenis.
Allí se exhibe Entre gallos y mediasnoches, una obra escrita por Jorge Curi y Mercedes Rein con la cual Cereceda se animó a jugar desde el teatro ciego.
La vio por primera vez en el Galpón en 1985 con una "puesta normal", le gustó y a partir de ahí experimentó con ella en varias ocasiones. "Es una obra 100% visual. Después de que empecé a trabajar decía, qué complicado es esto, por qué no busqué algo más sonoro. Son animales humanizados, el conflicto se da en un prostíbulo, hay muchas situaciones de pelea. Y ahí fue donde se tuvo que adaptar lo visual a lo sonoro. Hubo que traducir imágenes a sonidos, olores, sensaciones pero yo traté de no modificar el texto, de respetar a los autores al máximo", sentencia.
-Uno dice, voy a ver teatro, ¿cuál sería la frase adecuada en esta circunstancia?
-Voy a ver teatro. Ver es mucho más amplio. Si vos te despedís de un ciego te va a decir, nos vemos. Para nosotros el ver es mucho más que lo ojos; son los sentidos, los aromas, una visión más global sin la vista.
Y dice "para nosotros" porque hace 8 años que trabaja junto a personas no videntes o de baja visión en el mundo de las tablas y es, además, fundador de GTI Teatro para todos, institución que presenta este espectáculo. Se trata de un grupo integrado por personas con discapacidades intelectuales, motrices, gente mayor, obesos, de baja estatura.
El "experimento" surgió a instancias de que no existía un espacio donde ellos pudieran hacer teatro. "No hay nada que diga vos no podés. Tenemos clarísimo que todos podemos hacer teatro, cantar, bailar", afirma Cereceda. El asunto es aprender a respetar sus tiempos y ajustarse a ellos.
proceso. Ocho actores interpretan uno o incluso dos personajes en esta fábula que se desarrolla entre el monte y el Chantecler, un famosísimo prostíbulo bonaerense de 1920. Las gallinas vienen a ser las prostitutas regenteadas por doña Coca; el tigre es "el malo de la película, el que pisotea a los demás" y quiere adueñarse del cabaret; el zorro intenta evitar esa situación con astucia en su rol de justiciero. Hay otros animales en escena: loro, ñandú, apereá, tigresa.
Hubo que congeniar ceguera, autismo, videntes y no profesionalización de los actores ciegos. Todo un reto. "Fue un trabajo arduo de seis meses. Para los videntes acostumbrarse a la oscuridad, máxime que hasta para hablar somos visuales. Y los parámetros de comunicación son otros. Tenés que ser más detallado, aclarar distancias, si es arriba, abajo, si hay una escalera, cuántos escalones", indica el director.
Los ensayos en el Club Español comenzaron con un período de adaptación a la oscuridad. El objetivo era adquirir confianza y ubicarse en el espacio. Los ciegos iban con alguna ventaja pero de a poco los videntes le agarraron la mano. "Para los videntes fue más difícil entrar en el mundo de los ciegos porque éstos tienen que vivir en un mundo de videntes".
Una vez que el texto estuvo claro, se volvió a la oscuridad: juegos en el escenario, búsqueda de posiciones, movimientos. El trabajo vocal fue el eje: búsqueda de matices en el color de las voces y cómo manejarlas en constante movimiento a lo largo y ancho de la sala. A falta de imagen, hubo que transmitir sonidos y olores. "Una de las cosas que descubrí fue que si no trabajás lo corporal, lo vocal no sale. El actor tiene que estar en actitud de zorro o de tigre porque eso lo apoya. Tenés que meterte en ese personaje. El loro me decía, antes de actuar, me mentalizo y me convierto en ese loro. Yo lo veía en los ensayos en penumbras y era totalmente un loro".
ver vs imaginar. No manejan escenografía ni iluminación pero sí vestuario: lentes, gorros y guantes negros.
Chau imágenes, chau color. "Sacarle importancia al color ya te mete en un mundo de otros contrastes, o es blanco o es negro. En nuestro caso es negro, el color no existe. Para qué darle a la gente algo muy colorido si no va a ver. Hay una asociación hasta inconsciente: teatro en la oscuridad, el afiche es negro con letras blancas o viceversa", cuenta Cereceda.
La gente llega con la curiosidad de participar de algo distinto, de entrar a otra dimensión y ver qué sucede. Para lograr ingresar en ese mundo es necesario "dar rienda suelta a la imaginación", apretar el acelerador y no poner freno. La gente de GTI se propone armar un cuento como el que te podían narrar tus padres o abuelos cuando eras pequeño. Una voz que relata sin íconos mediante y un receptor que recrea la escena a su antojo. "La gente nos preguntaba, ¿cómo es el espacio?, ¿grande, chico, hay esto, lo otro? Como te lo imaginaste. Cuando soñás no te preocupa eso. De repente estás en el living de tu casa y ves la playa. O estás en tu casa y ves la luna. No te ponés a pensar por qué soñaste. Te levantaste con una sensación placentera o de angustia pero no analizaste. Acá la idea es la misma: entrás en un juego, un sueño, salís con esa idea y te llevás tu imagen, sea buena o mala", explica.
Hacete la película en tu cabeza y dejate llevar. Que esos aromas, sonidos, ruidos, sensaciones te transporten a ese monte, ese cabaret. "Cada uno se arma su cuento. Si le preguntáramos a la gente cómo se imaginó ese monte, Chantecler, unos te dirían así, otros de otra manera: depende del viento que recibió, los sonidos de copas, lo que le hablaron al lado. Eso lo va a construir cada uno en su universo", confirma Cereceda.
Ahí está la magia y jugar con ella es requisito indispensable en este asunto del teatro ciego. Dejar la vista de lado por una hora y cuarto, potenciar los otros sentidos y hacer que ganen terreno en un mundo donde la imagen reina a diario.
"Esa magia la vamos perdiendo porque la imagen va ganando demasiados espacios. No está mal que lo gane pero está bueno recuperar eso porque la imagen exige velocidad y la imaginación, si bien va muy rápido, cuando estás imaginando una historia, te tomás tu tiempo, lo disfrutás, lo paladeas de otra manera. La imagen te lo da todo hecho, acá tenés que hacerlo. No hay nadie que no tenga capacidad de imaginación. De una forma u otra, todos imaginamos. Uno vive imaginando", redondea Miguel Cereceda.