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"Me encanta sentirme lindo"

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Foto: Pics Fotografía - Coach

EL GUCCI

Elegir entre Nacional y Atenas le es imposible. El Gucci se tatuó a varios salseros y futbolistas, pero hay cuatro personas que llevan su cara en la piel. Tiene 70 kilos menos pero no cambió, es "el mismo gordo sarnoso", que ahora canta reggaetón para meter su sabor en el mercado latinoamericano. 

El Gucci y Los Asesinos del Sabor la pegaron con Agua que me quemo: hacían doce shows en un día. Y así la vida de este pibe del barrio Palermo pasó a ser la música. La vorágine no le permitía detenerse a llorar a su madre, que falleció un mes antes de su primer toque. El “Hadouken” se lo robó a un tal “Pica” que abandonó el canto; luego vinieron “yo te cuido”, “asesino” y “todo tranqui”. Repite mil veces esas muletillas en cada charla, y basta que diga una para que quienes llaman a uno de sus tres celulares a fin de contratarlo se sorprendan de estar hablando con el Gucci y no con su representante.

—Te llaman Gucci desde los 3 años, ¿quién te dice Gustavo Serafini hoy?

—Nadie. El otro día tuve que parar a un utilero de Los Muchachos porque se enteró de mi nombre y me decía, "¿todo bien, Gustavito?" Y le contesté, "estaba espectacular hasta que me dijiste Gustavo. No te lo tomes a mal pero me ofusca". No me gusta Gustavo, ni Sebastián. Es más, Sebastián me gustaba de niño hasta que me enteré que me llamaba así. De contra. Prefiero que me digas Gordo a Gustavo.

—¿Por qué te echaron de la escuela Francia?

—Mi padre pidió el pase. Era muy aplicado pero en conducta era insoportable. Me encantaba llamar la atención. Un día pasé para el otro lado de un muro, había un terreno baldío y empecé a tirar palos para el patio de la escuela. Me escapaba de clase y me iba a la azotea. Me aislaba. Era medio ente. Yo era el más indio de los de Pocitos, en la Francia, pero cuando llegué a la escuela Suecia, en Palermo, era un bebé de pecho. Estaba lleno de repetidores. Conocí el comedor público. Almorzaba en la escuela y después en mi casa. Ahí empezó todo.

—¿Siempre te gustó vestirte extravagante?

—Siempre. La banda LAuntentika había viajado a Estados Unidos y usaban unas camisetas de hockey, los veía y me moría. En un momento conseguí una de los Ducks, de Hockey. Era verde con bordó y la careta del pato. No me olvido más. Me ponía gel, me hacía rollitos en el pelo y me los paraba. Pasaba media hora para ir al baile. Hoy veo las fotos y me quiero matar de lo terraja que era. Y entiendo por qué no entrábamos a todos los boliches.

—¿Cuántos placares tenés hoy y qué hay ahí adentro?

—Tengo un vestidor y un ropero llenos. He donado y rematado mucha ropa de gordo para colaborar con causas benéficas. Renové el placard, aprendí a combinar y me volví adicto a eso. Antes usaba championes, remera, pantalón y gorro camuflado; hoy me rechina.

—¿Atenas o Nacional?

—Los dos. Es imposible elegir. Es como decir tu padre o tu madre. No existe.

—Sos amigo de muchos de los futbolistas que te tatuaste, ¿qué te dicen ellos?

—Les mostré pero no me han comentado mucho, salvo Iván (Alonso) que es amigo y me dijo que estoy loco. Hay cuatro personas que tienen mi cara tatuada: Gonzalo Coria, Juanjo, que fue músico mío, Seba y "La Tota", que tiene hasta el nombre de mi madre tatuado. Mi hermana se enojó cuando se enteró porque mamá falleció y ella sintió que era una falta de respeto. Yo lo tomé como un homenaje.

—En una época fuiste barra brava de Atenas, pero según escribiste en un twit, te diste cuenta a tiempo, ¿cuándo hiciste el clic?

—Cuando mataron a los Rodrigos, hinchas de Aguada (8 de mayo de 2009). Ese día me di cuenta de que mi felicidad con Atenas era pintar alas, hacer banderas, inventar canciones, tocar el bombo, aturdir al otro cuadro. Nos inculcaron que la camiseta de Atenas era un armadura y si había que pelearse yo defendía el escudo. Así me criaron, pero con el diario del lunes entiendo que era terrible el pensamiento. El día que mataron a esos pibes me di cuenta de que yo no era parte de eso: descontrolado sí, delincuente no. Jamás tuve un arma en mi mano. Y me enfrié hasta con Nacional. Bajé diez cambios. Voy a la cancha pero no canto una canción, hago palmas, y a veces.

—¿Festejaste el ascenso de Atenas a primera?

—Sentí un orgullo aparte porque hace tres años que colaboro con el club y el único retorno es la felicidad. Que me hayan respondido con el campeonato fue un mimo al alma.

—Tu lugar en el mundo es Palermo, ¿por qué te mudaste a Neptunia?

—Porque necesitaba un poco de paz. El 2014 fue una locura. Yo no tenía mucha plata ahorrada, di con un muchacho que tenía una casa a buen precio, me dio la opción de entregarle la mitad y me financió el resto. Era una casita a medio hacer, con un terreno grande y algo así en Palermo no bajaba de 400 mil dólares. Yo pensé en tener una familia, hijos, perros. Era lejos del ruido pero cerca. Y me encanta el lugar. Te despertás con los pajaritos.

—Hiciste los primeros toques en Macarena y Coyote; después conquistaste público de todos lados, ¿era una meta?

—Mi único objetivo era tener una banda. Fue una ola que nos empezó a abrazar. Fue todo tan rápido que de adentro no nos dábamos cuenta. Lo normal para nosotros a fin de año era tener doce toques y dormir dos horas: cumpleaños al mediodía, a la tarde, a la noche. Me pedían fotos en todos lados. Empezó a atraparnos. Mi vida pasó a ser la música. Me di cuenta de que no veía a mi familia. Me sirvió porque me ayudó a no extrañar tanto a mi madre y no pensar en lo malo. Fue una distracción que me hizo muy bien, y en ese proceso maduré muchísimo. Siempre me lo tomé muy en serio pero empecé a enfocarme 100% en esto y no dejé lugar a parar, llorar, mirar para atrás, o pensar en estupideces. No espero por nadie.

—¿Le debés la vida a "Agua que me quemo"?

—Fue el primer bombazo y me lo debo a mí. La opinión de mis compañeros siempre es importante pero cuando planteé hacer el cover de Agua que me quemo me mandaron a la mierda. Y dije, "en esta discúlpenme, se enoje quien se enoje. Es el tema del año". Lo grabamos porque metí la pesada. El otro gran escalón fue Travesuras y Rompe la barra con El Reja, que nos abrió las puertas del interior.

—El Gucci no canta ni baila bien, ¿qué compra la gente?

—Me cuesta decir "soy cantante" porque no lo soy. Trabajo cantando, y alguna nota meto. Soy artista. Vendemos un show. Me enfoco en que la gente pase bien y si eso no sucede me deprimo. Quiero que disfrute desde el niño que está jugando con la servilleta hasta el más veterano.

—Y vas a todos los toques con la banda completa, ¿te obsesiona que suene bien?

—Me encanta que sonemos bien pero sé que no tengo a los mejores músicos. Me gusta que toquemos bien pero más me importa que sean buena gente. He tenido que filtrar porque por priorizar solo la calidad de los músicos esto dejó de ser una familia. Antes éramos nosotros contra el mundo, disfrutábamos pila, y estoy volviendo a eso.

—¿Por qué te metiste en el reggaetón?, ¿es la puerta para entrar a otros mercados?

—La idea es atacar el mercado latinoamericano y lamentablemente con la plena no salimos de acá. El reggaetón está moviendo el mundo, pero es mucho más difícil clavar un tema. Ellos gastan un millón de dólares en difundir, grabar, producir, pero explota, venden diez shows a cien mil dólares y recuperan la inversión. Yo no tengo un millón de dólares.

Me han llamado de España, Australia, Estados Unidos, pero mi única exigencia es ir con la banda: que la plata vaya a pasajes y estadía. No concibo tocar con pistas para traerme dos mil dólares. Es subestimar al público.

—¿Te ves galán en estos últimos video clips (Que fui tu amante, Tu intimidad y Lost on you)?

—Ahí entra un dilema. Varios dicen, "¿y este qué se piensa ahora?" Y yo lo detesto ¿Sabés lo que significa para mí entrar en la ropa de Zara? Me encanta poder sentirme lindo, poder ponerme una remera Talle L y que me quede bien, no como una bombita de agua. O entrar en un traje, y que me den ganas de ir a un casamiento.

—¿Cuánto pesás ahora?

—Estoy en 104. Había bajado 70 kilos pero subí 4.

La obesidad es una enfermedad para toda la vida, ¿cómo controlás la adicción?

—Es una lucha constante antes de almorzar, merendar, cuando entrás a un kiosco o un almacén. Te tentás y las ganas están siempre. Por suerte no me ha pasado de decir, "hoy me clavo un litro de helado". No volví a comer pasta, ni milanesa, que es mi plato preferida; solo carne magra.

—¿Todavía le tenés miedo a la balanza?

—Le tuve miedo hasta que me pesé porque sabía que había aumentado. Incluso volví a la clínica Elbaum porque me preocuparon esos cuatro kilos. Me operé para sacarme la piel que me sobraba, tuve problemas con unos puntos y la recuperación me llevó cuatro meses en vez de uno, entonces no podía salir a caminar, y cuando reenganché me dio pereza y volví a estar gordo en la mente. Asumo la responsabilidad pero me mató. Y lo sufro porque ahora soy ejemplo para muchos gordos. Tengo que hacerme cargo de mí y de ellos.

—¿En algún momento pensaste que podía jugarte en contra en el escenario bajar de peso?, ¿te planteaste que podías perder el encanto?

—No. Esto es un tema de salud, y el que no lo entienda, tiene doble problema. No se trata de que el Gucci se crea más (se corrige porque "odia" hablar en tercera persona), ni que haya cambiado. Hay gente que dice, "pah, perdió el sabor". Lo que pasa es que antes era un gordo macanudo y ahora soy competencia para muchos pibes. Antes las mujeres morían por mí pero solo querían la foto, ahora capaz que buscan algo más. Cambia en eso.

—Terminaste la locura de fin de año y volviste a meterte en Carnaval, ¿qué te tentó para querer salir en parodistas Los Muchachos?

—Soy hincha. No fue la plata. No pensaba salir y de hecho, este es mi último Carnaval. El año que viene iré como hincha a los ensayos y al Teatro de Verano. Pero me atrapó la magia del Carnaval y la competencia.

—En 2015 y 2016 sorprendiste en el escenario. No fuiste solo a cantar y sacarte fotos, ¿cuál va a ser tu rol esta vez?

—Hago menos que los otros años porque se sumó Danilo Mazzó que es uno de los mejores componentes de Carnaval. Es completo: canta, actúa, hace reír. Y este año va por el lado de Danilo. Entra en escena y es desopilante. Yo hago de profesora de zumba y de "Pelusita" en la parodia de Cacho de la Cruz. Sería muy egoísta decir, "quiero más papel". Es más, me estaban poniendo a prepo porque querían que participara más y le dije a los que mandan, "va por otro lado. De mí hay que sacar el jugo de las fotos con la gente, la bajada, y hasta estoy para mover la escenografía".

—¿Estás soltero?

—Sí.

—¿Extrañás la vida en pareja?

—A veces sí. Soy muy mimoso. Pero ya no le creo nada a nadie. Entiendo que no me dieran bola por lo que yo era. Me da asco ver mi imagen de antes, ¿pero cómo hago para creerle a las que vienen a jurarme amor ahora que bajé 70 kilos? Entiendo una parte, pero no acepto la otra.

—¿La fama sirve para mitigar la soledad?

—Odio la palabra fama. Es todo muy vacío. No le creo nada ni a las minas, ni a los amigos del campeón. Amo encontrarme con la gente que quiero y disfrutar.

—Compartiste en tus redes varias fotos con tu sobrina y ahijada, ¿te gustaría ser padre?

—Hoy no. He tenido la discusión por la famosa edad biológica. Siento que muchas mujeres lo tienen como una materia pendiente: "Quiero ser madre". Yo no quiero ser padre, quiero tener una familia. Hoy pienso que tendría que estar con una chica de 20 años porque no estoy preparado para eso, y quizá en algunos años estemos en la misma sintonía.

—Siempre subís fotos con Clarisa Abreu a las redes sociales, ¿te molesta que te involucren con ella?

—No me molesta. En el video de Que fui tu amante iba a salir ella, pero ya no es noticia que se hable de Clarisa. Somos grandes amigos. Es hermosa, súper compañera, pero no estamos juntos.

—¿Qué queda de aquel Gucci que trabajaba en una fábrica haciendo helados?

—Soy el mismo gordo sarnoso con unos kilos menos, por suerte. Me irrita que la gente piense en un cambio si lo único que cambió fueron kilos. Soy el mismo gordo desfachatado, extrovertido e hincha pelotas. Me enfoco en ser yo, disfrutar y ser feliz.

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