La nueva vida de Nicolás Repetto: sus proyectos lejos de la televisión y por qué eligió instalarse en Uruguay

Fue uno de los conductores de televisión más famosos de Argentina, pero cambió el rumbo y hoy se estrena en distintas ramas del arte. Nico Repetto vive hace 30 años en José Ignacio y cuenta por qué.

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Nicolás Repetto.
Foto: Hernán Zenteno / La Nación, GDA

Podría afirmarse que el argentino Nicolás Repetto es un entrenado especialista en generar cismas en su carrera profesional. Ese lugar común llamado “zona de confort” no aplica para él. Fue y vino, literal y simbólicamente. Como un nómade que aplicó sus saberes a los diversos espacios que eligió habitar, hizo de la libertad un culto. “No lo niego, me siento una persona libre”, afirma en charla con La Nación.

Si de elecciones se trata, la entrevista se realiza en un ámbito inusual para él: una sala de teatro en penumbras con el hombre responsable de enormes éxitos televisivos, que ahora es dramaturgo y director.

El 7 de mayo estrenó Sala de espera, la obra que escribió durante un año, protagonizan Pablo Rago y Diego Cremonesi y va en el Paseo La Plaza porteño. A su vez, viene de debutar como cantante en José Ignacio, donde vive hace años junto con su pareja, Florencia Raggi.

“Es una etapa reflexiva, donde no tengo presiones de ningún tipo ni metas que alcanzar. Es la parte buena de esta etapa. Disfruto con el aspecto creativo, sin la necesidad de estar rindiendo un examen ni ninguna exigencia particular, me libero y hago lo que me parece sin marketinearlo. Estoy en una época confortable”, dice a La Nación. Este es un extracto de esa entrevista.

—¿En qué momento de tu vida te encontrás?
—Es una etapa muy buena. Mis hijos ya están grandes, el más chico cumplió 24 años, así que hay una libertad total. Ya no hay colegios que te aten ni horarios que cumplir. Ya no hay que llevar a nadie a rugby a las siete de la mañana con cuatro grados bajo cero. Con Florencia estamos liberados de todo eso, lo cual nos permite vivir en Uruguay, que es un lugar que me encanta, estar en el pueblito y tener tiempo libre para hacer lo que me gusta, como la música o la construcción, algo que llevé siempre en paralelo a mi carrera en televisión. Ahora llegó el teatro, siempre estoy inventando algo con qué entretenerme.

—Siempre se te percibió como una persona muy libre, que no se ha anclado en un espacio determinado.
—A lo que más valor le di, y que siempre traté de proteger, fue a la libertad de elección. Para mí es un tesoro, como también la oportunidad de tener tiempo para que no todo sea tirar del carro; creo que distribuí bien eso, no estuve siempre metido en una cinta transportadora. Como siempre me interesaron muchas cosas, necesitaba tiempo

—Incluso relegando, por etapas, tu actividad más pública.
—Es cierto, aunque me divertí muchísimo haciendo televisión. Agarré una época muy creativa del medio, con gente muy entretenida para laburar. La televisión de los ochenta y noventa era una usina de creatividad increíble.

—Diría que formás parte casi de una última camada en un medio con esas características tan remarcadas.
—No quiero decir nada, porque se van a enojar los que están ahora; no quiero ofender a nadie, pero, esa época, fue muy buena. De este tiempo no puedo hablar.

—Fuiste y sos una estrella televisiva. Sin embargo, te has bajado de éxitos enormes, no siempre con los mejores resultados. Nunca se te vio por alcanzar y preservar la estelaridad, por ser el más famoso del club.
—No me pasaba por ahí, no era mi meta ni lo que me estimulaba.

—¿Y qué te estimulaba?
—Todo lo referente a lo creativo. Si el resultado traía fama, bienvenida, porque era muy bueno para lo económico, pero, en el día a día, el traje de la fama era algo muy incómodo, por lo menos para mí. Ahora, no hay persona menor de 40 años que sepa quién soy. Me muevo con una libertad que, en algún momento de mi vida no tenía, y la disfruto.

—¿Incursionarías en streaming?
—No, me encanta la posición en la que estoy, donde ni siquiera soy yo el que se sube al escenario.

—Alguna vez te vimos en el rol de actor en Alta sociedad, en el teatro Metropolitan.
—De probar se trata, ¿no? Ese musical lo hicimos hace más de 40 años. Habla de lo vejestorio que soy.

—¿Te volverías a subir a un escenario?
—Podría ser, es una exposición más chica que la de la televisión. Es más, en algún momento pensamos si uno de los papeles de esta obra no lo podía hacer yo, pero tenía más ganas de dirigir que de actuar.

Nicolás Repetto debutó como cantante junto a su banda La Juanita en un bar de José Ignacio.
Nicolás Repetto debutó como cantante junto a su banda La Juanita en un bar de José Ignacio.
Foto: Rosana Decima

—No te será indiferente una frase recurrente de los televidentes, “no hay nada para ver”. ¿Por qué los programadores no escuchan eso?
—Los conductores aparecen cuando hay algo para conducir. Creo que lo que ocurrió tiene que ver, básicamente, con lo económico. Lo mismo sucede con la ficción. Sábado Bus era un programa carísimo de hacer, hoy no hay ninguna posibilidad de sacarlo al aire. En aquella época, la televisión accedía al 90 % de la pauta publicitaria cara y hoy ya no, todo se desparrama en diversos lugares como las plataformas o el streaming. A la televisión abierta se le está haciendo muy difícil, a diferencia de lo que sucedía en los ‘90, donde existía un despliegue que había con qué solventarlo.

—Mario Pergolini dijo más de una vez que no regresaría a la televisión abierta. Sin embargo, todo indica que será parte de la grilla de eltrece. Si te ofrecieran algo que te sedujera mucho, ¿volverías a pararte frente a una cámara?
—No me parece, pero no lo sé. No quiero decir que no volveré jamás y luego aparecer, pero no se me ocurre qué podría ser eso que me entusiasmara tanto y me motivara para un regreso.

—Aparece el dinero y te proponen reeditar Sábado Bus, ¿lo harías?
—En ese tiempo, tenía mi propia productora con un equipo ya conformado. Eso se desarmó. Ya no tengo a un Pablo Codevila como mano derecha o a Gerardo Rozín en la producción. Tenía unos camarógrafos que eran unos cracks y tenía editores excelentes. Todo eso no se puede armar tan fácilmente.

—¿Mirás televisión?
—Sí.

—¿Qué elegís?
—Deportes y canales informativos, no programaciones completas.

—¿Cómo te atravesó el fallecimiento de Gerardo Rozín?
—Lo viví con mucha pena, era un tipo divino y nos queríamos mucho. Seguíamos en contacto. Me confesó que yo fui uno de los pocos a los que les contó sobre su enfermedad ni bien se le declaró.

—Durante su convalecencia, ¿estuviste cerca de él?
—De alguna manera sí. Yo vivía en Uruguay, pero teníamos una comunicación permanente, acompañando esa incertidumbre que él tenía sobre lo que le iba pasando.

—Manejaba una gran conciencia sobre la gravedad de su cuadro.
—Absolutamente, incluso conocía los riesgos de una operación.

—Cuando conversaba con vos, ¿lo hacía con entereza o llegaste a percibirlo quebrado?
—Me contaba que tenía miedo, pero, para la gravedad de la situación, lo veía muy entero, incluso dejó todas sus cosas organizadas. Estaba muy consciente de que le había llegado el turno, como también llegará el mío y el de todos. Es así.

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Nicolás Repetto se lanza como músico.
Foto: Instagram @florraggi

—Hablabas sobre tu elección de Uruguay como refugio; tu familia también es un espacio de contención en ese sentido.
—Sí, pero con Florcita ya nos quedamos solos. Francisco, Juana y Valeria viven en Buenos Aires, Renata está en Barcelona y Nico se radicó en Valencia. La mayoría del tiempo la pasamos los dos solos, con los perros. Estamos en la etapa en la que trasladás a las mascotas lo que antes depositabas en los chicos.

—¿Qué te da Uruguay?
—Hace más de 30 años que estoy en el pueblito de José Ignacio, me da tranquilidad, vivo sobre el mar, me gusta esa sensación. No tengo el estrés del tránsito. Cuando llego a Buenos Aires y comienzo a manejar, al principio todo me parece una locura, hasta que me acostumbro. De todos modos, también me gusta estar en Buenos Aires y compartir los momentos con los afectos.

—Fuiste pupilo hasta los 12 años, una historia similar a la de Susana Giménez...
—Como mi viejo vivía en San Isidro, fui al colegio San Isidro Labrador, al que también fue Susana.

—¿Dónde viviste como pupilo?
—En el colegio Euskal Echea de Lavallol.

—¿Cómo era el trato?
—Estaba cómodo, me había adaptado bien al sistema de pupilaje, era un lugar confortable.

—¿Ya tenías la personalidad rebelde y libre que te acompañó toda tu vida?
—Andá a ser rebelde con un cura franciscano. No era nada rebelde, eran muy estrictos. Era la época de los sopapos; si te portabas mal, pasabas parte de la noche de rodillas.

—¿Llegaron a pegarte?
—Sí, volaban los sopapos, eran moneda corriente. Se lo decís a alguien de 20 años y no te cree. En esa época, primero te pegaba el de Geografía, luego el de Gimnasia y, cuando llegabas al dormitorio, te pegaba el cura. Te podía pegar el padre de un amigo, era así en esa época.

—Viviendo gran parte del año en Uruguay, tendrás una perspectiva muy particular de Argentina. ¿Cómo ves al país?
—Lo veo en transición, en una transición que era necesaria, con optimismo y con recaudos.

—¿Y con mucha pobreza?
—Hace años que vengo viendo eso, no es una novedad.

—Hace un rato decías que no descartás la posibilidad de subirte a un escenario. Si el género escogido fuese un biodrama sobre tu vida, ¿qué se contaría?
—Sería una obra muy larga, porque viví como cuatro vidas. Basta pensar que, además de Argentina, viví en Brasil, Paraguay, Estados Unidos, España y Uruguay. Cuando me radiqué en Trancoso no había electricidad, teléfonos ni policías, era Macondo y pasaba una balsa cada tanto para conectarte con el resto del planeta. Eso no tenía nada que ver con el mainstream de estar haciendo Sábado Bus en Buenos Aires.

—¿Confesás tu edad?
—Sí, tengo 68 años.

—¿Qué implica el paso del tiempo?
—Implica que te estás poniendo cada vez más viejo, lamentablemente es así. No es que físicamente me sienta disminuido: sigo haciendo deportes, el físico no me pasa facturas. Pero me di cuenta de que estoy a media hora de cumplir 70 años y no lo puedo creer. Además, no tengo referencias. Mi viejo murió a los 51 años y, en ese momento, no dimensioné que era un pibe.

Pablo Mascareño, La Nación/GDA

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