Eric clapton & J.J. Cale

Mucho se ha dicho de los trabajos que Eric Clapton ha grabado en colaboración con otros artistas. Su participación junto a B.B. King en el bastante aceptable pero despreciado por la crítica Riding with the king (2000), o su presencia en el disco del beatle Ringo Starr (Ringo Rama - 2003) y varios otros trabajos solistas de figuras como Sting, permiten arribar a una conclusión que, en realidad, no sorprende: salvo alguna rara excepción, Clapton es mucho mejor solo.

Es así que este nuevo intento junto al legendario J.J. Cale (para quienes no lo conocen, fue quien compuso las célebres canciones Cocaine y After midnight que tan famoso hicieron al británico) no hace más que ratificar esta afirmación. Vale la pena tener en cuenta que este es más un disco de Cale que del nacido en Surrey; ya que más de la mitad de los temas llevan la firma de este músico nacido en 1938 y versionado por más de 50 artistas, y que además goza de la admiración de verdaderos tótems como Neil Young o Mark Knopfler. En lo que a Clapton respecta, tan solo una canción es de su exclusiva autoría, siendo las restantes una versión del bluesero y cantante folk Brownie McGhee, y otra escrita por Slowhand (apodo con el que aún se recuerda a Clapton) junto a John Mayer, otro de los colaboradores del disco.

Si bien el tono de The road to Escondido es uniforme, prolijo y no puede calificarse de aburrido, la verdad es que tiene bastante poca chispa en relación a anteriores trabajos de Clapton como puede ser el caso de Reptile (2001). Por sobre la pesadez que genera el tono de muchas de las canciones, la guitarra de Clapton se acomoda bastante bien entre ellas, incluso a la hora de agregar su voz a los temas. Lamentablemente, el trabajo se desluce cuando Cale aparece en escena para lo mismo. La viola que alguna vez sonó en el Cilindro Municipal llega a su mejor momento en Sporting life blues, una cadenciosa melodía con armónica incluida.

Con estas afirmaciones, sólo queda concluir que el disco no está a la altura del prestigio de ambos artistas, aunque eso no implique que el resultado sea completamente malo. Muy por el contrario, puede incluso llegar a ser mejor que cualquier novedad dentro del género que se saque en el año. La razón es muy simple: con Eric Clapton en el equipo, es muy difícil que algo llegue a ser malo del todo.

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(warner)

Con el librito del reggae bien aprendido, esta banda llega a su segundo disco con algo de camino hecho y presentando su habitual propuesta de ritmos jamaiquinos acompañados de vientos. La voz de Andrés Beltrán, su cantante, muchas veces parece un híbrido entre Emiliano Brancciari (NTVG) y Sebastián Teysera (La Vela Puerca) y eso le va muy bien a la música que Chala hace. Sin embargo, ninguna canción dentro del disco llega a pegar lo suficiente como aquella No me dejes que dio a la banda cierta notoriedad durante el año pasado. Cuando su ritmo gana en intensidad, como en el caso de esa canción, Chala se destaca un poco más, algo que no parece suceder en las canciones de este nuevo disco.

Pese a que su presentación parezca la de un souvenir para turistas, esta excelente recopilación de tres CDS es, además de un paquete con grandes canciones, una buena herramienta de iniciación para quienes aún no hayan hincado el diente a un género con más actitud rock de lo que muchos suponen. El primer disco, llamado Del Arrabal, incluye clásicos como La Trampera, de Aníbal Troilo y Chorra, de Santos Discépolo. Una segunda sección de tangos cantados incluye Por una cabeza, y Cambalache, mientras que un tercer disco se dedica a los instrumentales. Ahí destacan Tanguera, de Mariano Mores y Lo que vendrá, de Astor Piazzolla.

Quizá si este disco debut de las brasileñas no tuviera canciones tan pegadizas sería algo fácilmente descartable e incluso gracioso. Es que, a estas alturas, escuchar una banda de electroclash, con influencias del post punk y una voz femenina que por momentos intenta imitar a Johnny Rotten es como para hacer apuestas sobre qué "banda retro" será aplaudida en el futuro, cuando las viejas fórmulas estén agotadas. Más allá de la fiebre snob que desataron en la crítica angolsajona (famélica de revivals estilísticos), de la liviandad del disco y la mediocre pronunciación de su cantante, canciones como Patins son divertidas y no hacen mal a nadie.

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