Parque Leloir, un pituco barrio ubicado al oeste de la provincia de Buenos Aires, ya no es ajeno a la inseguridad que reina buena parte de la capital Argentina. La Calandria, una quinta de la zona, se viene salvando del acecho de los ladrones básicamente gracias a una razón: Molder. Este ovejero alemán de cuatro años y trote elegante es fiel custodio del lugar donde ensaya y cranea sus discos Divididos.
Puede afirmarse con total seguridad que Molder es feliz viviendo en La Calandria. Tiene abundante espacio para correr y juguetear (casi una manzana entera), una piscina enorme para bañarse (ahora sin agua por razones obvias) y dos casas y un depósito para explorar. Aunque, posiblemente, la razón mayor de su felicidad radique en el cariño que le ofrecen sus tres dueños: Gustavo (casero de la quinta), Ricardo Mollo y Diego Arnedo, guitarrista y bajista de la banda respectivamente.
Cualquier visitante es motivo de desafío para Molder, por lo tanto, el arribo de este cronista no es la excepción. Gracias a la presencia de Gustavo, al cabo de unos minutos y varias caricias por su suave pelaje se adquiere una ligera confianza, nada más que ligera. Su cola se estremece y se transforma casi en un cascabel cuando advierte la llegada de Arnedo y su pequeña hija Julieta (7 años). Padre e hija no se parecen mucho: él es morocho, ella es rubia de pelo largo, él viste todo de negro y ella viste casi todo de rosa. Julieta está viviendo sus vacaciones de julio y, por más que ya vio la tercera película de "Harry Potter", la promesa de su padre indica que esa tarde le toca el turno a "Garfield". Antes de cumplir con su niña, Arnedo se apresta a dialogar con SABADO SHOW.
LA CUEVA. Tanto Arnedo como Mollo tuvieron su etapa de residencia en La Calandria; hoy sólo les sirve como templo de meditación y creación y como sala de ensayo. Desde ese lugar estos dos señores del rock argentino sentenciaron cada pieza de "Otroletravaladna" (1995), "Gol de Mujer" (1998), "Narigón del siglo" (2000), "Vengo del placard del otro" (2002) y "Vivo acá" (2004), su más reciente creación discográfica.
La casa principal de la quinta es vieja pero extremadamente cálida. La cocina que sirve de entrada denota poco uso, sus paredes piden con urgencia varias manos de pintura y un bombo perdido sobre una mesa advierte cierto desorden. Es la cocina de cualquier abuela, pese a ser algo caótica es tremendamente encantadora. A pedido de Arnedo, el casero prepara un mate mientras el bajista se introduce en el comedor del hogar, o mejor dicho, la sala de ensayo de "la aplanadora del rock".
Julieta no duda en quedarse estacada junto a una estufa a leña que dará calor a ella y sus juguetes. Mientras, Arnedo acomoda unas sillas y este cronista no hace más que deslumbrarse frente a las señales musicales que chocan frente a sus ojos: una tela con la cara de Jimi Hendrix custodia las siete guitarras de Mollo, los tres bajos de Arnedo reposan cerca de dos enormes ventanas que permiten contemplar un cielo gris, sobre la pared hay dos largas listas de canciones que son tentativos lineamientos para sus próximos shows y púas y demás accesorios dan color al piso. Es imposible no respirar rock.
Llega el mate. La yerba está repleta de palitos y a un lado de la pavita (no el termo) hay un recipiente de azúcar; ambos ingredientes no son a prueba de uruguayos. Quien ceba es un tipo simple y amable que creció escuchando y admirando a Almendra y que hoy es referencia indiscutida para cualquiera que se cuelgue un bajo. Arnedo es alguien que disfruta destilando buen rock y que demuestra una devoción enternecedora para cumplir los deseos de su hija.
—¿Qué es La Calandria para Divididos?
—Ahora no estamos viviendo, pero en realidad pasamos mucho tiempo de nuestras vidas acá. Es como nuestro hogar creativo, una parte de la familia artística. Acá es donde nos sentamos a pensar en la música desde todos sus rincones. Transitamos, nos pasamos muchas horas. Hemos hecho discos que fueron pensados, trabajados acá, en la realización y la composición, no en el grabado. Este es el lugar de la inspiración, el lugar de encuentros para componer, para armar lo que después tiene destino de disco. Los grados de inspiración pasan por muchos lados. Para llegar a la música no solamente hay que escuchar música. Hay que tener mucha capacidad de observación, tener hechos que te llevan después al trabajo con la música.
—¿Por qué se fue Jorge Araujo (ex baterista) del grupo?
—Básicamente fue un cambio que se generó por una diferencia desde lo musical con Araujo, algo que se fue digiriendo internamente en algunas primeras conversaciones y donde el público fue como el segundo socio activo. El público no venía acompañando eso que nos estaba pasando, así fuimos manejando esa dicotomía, esa diferencia. La relación bajo y batería hizo posible que esa diferencia se notara más claramente dentro del trío. En conversaciones fuimos encontrando una definición sobre lo que estaba pasando, conversaciones que fueron claras y adultas. Una vez que llegamos al acuerdo de tomar la distancia con Araujo entendimos que eso era una necesidad de cada uno de liberar posturas, maneras o criterios frente a la música. Cuando decidimos que teníamos que tomar esa distancia desde ambas partes, entonces sí hicimos cargo a la gente y se lo contamos. Elegimos la manera de contárselo, a través de una radio (Rock and Pop) que tiene un alcance nacional, y después lo contamos por un chat en nuestra página. Entregamos la decisión a la otra parte de este asunto que es la gente. Creo que está bueno poder, más allá de lo que sucede con la opinión del público —si bien uno la tiene en cuenta—, seguir adelante con las cosas que se nos ocurren para no tener la dependencia de la gente. Cuando vas entregando eso que te sale con la música muchas veces sucede que la gente se hace cargo de lo que le estás dando y pasa a ser dueña también. Lo bueno que también tuvo esta decisión es que la pudimos tomar desde lo interno y poder explicarlo, preguntarlo y después entenderlo. Lo bueno fue hacernos cargo de lo que estaba sucediendo sin temor, poder afirmarlo, encontrar una resolución, decidirlo y contarlo, más allá de la repercusión. Con el respeto que le tenemos a la opinión de la gente, en este caso pesaba más nuestro criterio. Araujo es un gran baterista y de hecho funcionó durante nueve años, hicimos proyectos, discos pero llegó un momento que se dio esa dicotomía y hubo que hacerse cargo. Lo interesante de todo este tipo de conflictos es poder desarrollarlos, entenderlos y darle lugar a la liberación.
—¿Qué pasa con la batería? En la historia de Divididos ese instrumento cambió cuatro veces de dueño.
—"¿Qué pasa con los arqueros?". Ese sería el mejor título (risas). Cuando me preguntan por eso yo también me lo pregunto. Puntualmente si me acuerdo de la situación, un poco de cada cosa, ahí aparecen los porqué de cada caso, los motivos. Como ya pasaron varios bateristas y con Ricardo seguimos en esto desde el principio hay una razón que también yo me la pregunto: ¿qué pasa con la estabilidad del hombre de los palos en la mano?. Debe haber una razón, te la debo porque pueden ser un montón de cosas y se puede transformar en un moño porque yo tampoco lo tengo tan claro. Será que habrá que pensarlo más profundamente.
—¿Qué los sedujo de Catriel Ciavarella (nuevo baterista)?
—Lo que generó en mí fue recuperar la parte instintiva que tiene la música. Creo que eso tiene que ver con este tipo de formaciones ya que él con dos palos en la mano —es el músico más primitivo, le está pegando a los tambores con el cuerpo y es como un referente bastante directo de la situación anímica— me hizo recuperar el instinto de esta música.
—¿Por qué habían perdido ese instinto?
—Porque lo habíamos perdido. Cuando las cosas están bien está todo tan bien que uno medio que se recuesta en eso. Es un proceso de años de haber generado eso mismo que los proyectos tienen en evolución, es decir, esa misma evolución genera una misma involución. Me hago cargo. Por supuesto que compartido, porque lo que más quería era ponerme de acuerdo con mi socio artístico de toda la vida que es Ricardo. Creo que esto tiene que ver con libertades, estas decisiones que tomamos, desde que creamos el proyecto de grupo nos hicimos cargo de eso. Todo tiene que ver con eso de ponerse a armar una banda, encerrarse entre cuatro paredes y funcionar, darle lugar a esa cooperativa de ideas y de posibilidades a partir de ganancias. Eso siempre fue la idea, generar esas libertades a través de esta actividad.
SU PAPEL. El mate está horrible pero no importa, la charla resiste cualquier traición a la tradición uruguaya. Arnedo esgrime la paz de la experiencia vivida, ensaya cada respuesta con suma calma y tranquilidad. A veces se para y gesticula, a veces la pausa la da el mate. Su tremenda amabilidad y reflexión inteligente complementan a la perfección los créditos que sustenta como uno de los mejores bajistas que haya surgido en el Río de la Plata en los últimos 25 años. Mientras su padre analiza con extrema sinceridad el camino recorrido en sus 30 años junto a la música, Julieta juega con inconsciente inocencia.
—¿Ustedes se dan cuenta de que aquellos que escuchaban Sumo ahora son fans de Divididos junto a sus hijos?
—Se transfieren las canciones. Querer descubrir algo que les pasa el hermano mayor o el padre directamente y esa transferencia generacional es muy notable. Hay una gran mayoría de pibes de 18 ó 19 años que son los hijos de los que nos venían a ver, nos re-descubren. Eso es realmente una maravilla. Es el resultado del depósito de confianza que nosotros tuvimos en nosotros mismos. Lo bueno para una persona es que haga lo que le gusta, eso no significa que cuando ves o anhelás a alguien que está haciendo algo vos hagas lo mismo. Eso te tiene que despertar una instancia energética para que tu vida esté mejor o en búsqueda de sus propias cosas. Si de golpe en esa búsqueda agarran un bajo y les gusta, bueno, adelante con todo... pero me hace como cosa porque esa no era la idea (risas). La idea nuestra era seguir adelante con un hecho de haber elegido algo que tenía que ver con una libertad, nos pusimos a tocar música por un sentido de libertades y aprendimos a tocar los instrumentos sin querer y raíz de eso nos pusimos a laburar. Pero estábamos buscando ciertas libertades, conseguir algo que nos gustara.
—¿Nunca perdieron esas libertades?
—Ese es el hecho más importante ganado, esa libertad, para mí algo sagrado en una sociedad que se las trae, con unos hechos históricos que se las traen. Nosotros hemos pasado cosas donde fue muy difícil modelar un criterio, establecerlo y llevarlo adelante; sobre todo en los años 70. En una sociedad donde todos nos tratamos como el orto decís "bueno ¿qué hago?". Me junto a tocar el bajo con otros, modelar un proyecto. Los que estaban antes que nosotros tuvieron que re-descubrir un idioma, pusieron a la cultura del rock como una idea de comunicación con los demás, como una nueva integración popular.
—¿Qué papel juega Diego Arnedo en el rock actual?
—Yo no sé si yo usé al rock o el rock me usó a mí. No sé como entenderlo. Desde ciertas naturalezas que tienen que ver con libertades yo entendí que elegí a la cultura del rock, ingrese a esa escuela medio invisible. Unas herramientas elegidas que estaban determinadas, cosas que llegaban, que nos pegaban como para decir "vamos a hacer lo que en otros lugares se está haciendo o se está pensando". Buscando las cosas por fuera encontramos cosas por dentro. Creamos como nuestro propio idioma con las células pequeñas que empezaban a existir de las primeras bandas, los primeros grupos que empezaron a cantar y decir algo buscando su propia identidad, siempre con esa linda influencia que teníamos desde afuera. Al día de hoy pongo un disco de Led Zeppelin y me parece maravilloso. Buscando cosas, tratando de ver, inspirándose en situaciones ajenas encontramos valores internos. Era como una plantita que fue creciendo. Se empezaron a armar los mismos contextos estéticos y artísticos, eso se puede marcar con los discos que van saliendo y demás. Entonces, básicamente en estos 30 años fue como regar de a poco esa planta para terminar en un ambiente un tanto virósico.
—¿Te ves tocando como los Rolling Stones?
—Noooooooo (risas). Un Chalchalero nunca es un Rolling Stone. Yo elegí la música para vivir, no me cuesta hacerlo. El deseo y el hecho de encontrarme con el instrumento no me cuesta porque me gusta mucho hacerlo.
Sumo y la reunión que nunca fue
Arnedo forma parte de la historia más rica del rock argentino, desde hace unos 17 años con Divididos, pero mucho antes fue parte de aquel combo extraño de inmensos talentos que se llamó Sumo. Hablar del grupo y de Luca Prodan es directamente un golpe al corazón para el bajista. "Sumo convive conmigo. En un momento lo tenía como una situación perdida pero después pasó el dolor y entendí que luego que pasó el dolor de la pérdida Luca era una persona ganada. Para mí Sumo y Luca son un ejemplo de proyecto artístico que se hacen más grandes cuando desaparecen y ocupan un lugar más fuerte que cuando estaban. Se van mitificando, va pasando de realidad a mito, de mito a leyenda y de leyenda puede convertirse en cualquier cosa. Básicamente creo que la generación más cercana a Luca es la que aún convive con él", afirmó.
En mayo de 1997 la escena rock del Río de la Plata se sacudió por un anuncio que deliberadamente apelaba al peligroso juego de la esperanza: Las Pelotas y Divididos (las dos formaciones que completaban Sumo junto a Luca Prodan) iban a juntarse por primera vez sobre un escenario desde la muerte del carismático pelado en 1988. El lugar elegido fue el Teatro de Verano de Montevideo y la fiesta augurada terminó con dos shows por separado y un tibio encuentro con Andrea Prodan (hermano de Luca) cantando algunas canciones de Sumo. Por principios, por respeto, por evitar la traición, Arnedo dijo que no: "Me parecía que estaban desvalorizando algo que para mí tenía mucho valor. Fue la idea de alguno de los nuestros que pensó que era posible porque era mucho para él y para cada uno de los integrantes. Lo que pasó fue que no me coincidía el respeto que le tengo con la producción que se estaba por dar. No me pareció una cosa que salió de dentro para afuera, sino algo que venía desde una presión mayor. En ese momento, yo tuve la defensa más fuerte frente a esa presión mayor. Fue algo que previamente se conversó muy débilmente para un hecho muy grande, era violarme lo que entendía tenía un valor enorme para mí. Es como el tipo que dice: ‘No sé si voy a bailar’, después resulta que va a al baile y como estaban todos bailando le dijeron que tenía que bailar y él dijo ‘pero no tengo ganas’, y frente a la insistencia terminó bailando contra su voluntad. En su momento entendí la buena voluntad de los otros compañeros del proyecto pero yo me quería ir, me sentía mejor porque la situación era muy conflictiva, capaz que fui un pelotudo. ¿Por qué no podía decirle que no a una reunión fantasma? Ojo, también entiendo a quien comprendió que estaba bien hacerlo en ese momento, de esa manera, porque la improvisación lo generó. Yo sentí que no había esa improvisación de común encuentro, sino que había una presión mayor que lo estaba generando. Era una obligación, un deber y no el gusto de haberse juntado. Lo haría de nuevo si llega a pasar".
En Buenos Aires:
Gerardo Minutti