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Un villano uruguayo en Argentina: la increíble historia de Yao Cabrera, el youtuber que inventó su muerte

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Yao Cabrera

PERFIL DEL REY DEL ESCÁNDALO DIGITAL

De las ollas populares en las afueras de Montevideo al personaje mediático y polémico en Argentina. Odiado y amado, Yao Cabrera tiene más de siete millones de seguidores en YouTube.

Dice que de chico fue muy pobre. Qué tan pobre, le pregunto:

—Hacía caca en un balde.

De entrada, sin preámbulos, Yao Cabrera dispara sus líneas como cuchillas. Durante una hora y diez minutos de entrevista mano a mano tantas veces va a sonar así, lacerante.-¿Pasabas hambre?

—Mataba el hambre. Los vecinos del barrio hacían una olla popular en la calle y ahí zafé varias noches, bro.

—¿Pero vivías solo?

—No, con mi papá.

—¿Y él dónde estaba?

—Haciendo la cola al lado mío.

Hoy, a los 23 y desde los 18 instalado en Buenos Aires, es un youtuber consolidado, geniecillo impune del escándalo digital. Sus videos van de la broma boba entre amigos a la manufactura siniestra de su presunto asesinato. Todos los días alguien en las redes sociales le desea la muerte o al menos se permite la fantasía de molerlo a golpes, pero a la vez su cuenta tiene siete millones de suscriptores, dos veces la población de Uruguay. El amor y el odio que recibe son dos cartas de su misma baraja y con ambas arma el par de su popularidad.

—No existe la publicidad negativa, bro. Solo existe la publicidad.

Ya vemos, la kriptonita de Yao Cabrera es la indiferencia.

La historia de su fama.

Marcos Ernesto Cabrera nació en Montevideo un 18 de febrero de 1997, pero solo vivió allí unos meses. No había cumplido un año cuando sus padres ya se habían separado. Entonces su hermano, Matías, se fue a vivir con la madre a Suárez y él se quedó viviendo con su papá, que se mudó a El Pinar, al final de Ciudad de la Costa.

Creció en casas de prestado: tías, primos y abuelas le daban el rato de techo que podían. Le gustaba, cuando tenía un televisor a mano, mirar las aventuras del maestro shaolín, un dibujito al que le copiaba los movimientos de guerrero marcial. “Shaolín”, lo llamaba su padre hasta que empezó a decirle Shao, Yao.

Su padre, un albañil sobreviviente que soltaba una changa para agarrar la siguiente y con especial buena mano para las tareas de sanitario, lo subía al ómnibus a los cinco años y le gritaba al chofer que por favor le bajara al niño en la terminal de Río Branco. Ahí Yao sabía que debía buscar el sendero 1 y subirse al 268 que iba a Suárez. Su madre lo esperaba al llegar. Volvía dos días después, igualmente solo. Repetía ese viaje cada diez días.

Un día su padre recibió el regalo de un terrenito, a 200 metros del mar. Hasta que terminaron de construir la casa, vivieron un buen tiempo en carpa. Cuando la tuvieron lista, el padre rodeó el perímetro con botellas de vidrio y alambre para que sonaran si entraban ladrones. Ya no les llovía en la cara mientras dormían y empezaron a usar los baldes para lo que normalmente se usan los baldes.

—¿La sufriste?

—Para nada, ni me di cuenta. Supe que era pobre el día que invité a un amigo a casa y me preguntó si de verdad yo vivía ahí.

—¿Ya estaba la casa terminada?

—Recontra terminada. Para mí era un palacio.

Con el sabalero Thiago Cardozo, quien integró la selección sub 20 y hoy es arquero en Peñarol, compartían el reflejo del niño futbolista que ve una pelota y el cuerpo le pide pegarle. Thiago se probó en Peñarol y quedó. Yao hizo lo mismo pero en City Park primero y en Wanderers después. Siguieron siendo amigos incluso cuando debieron enfrentarse. Hicieron la octava, la séptima, la sexta… De golpe Yao supo que el tránsito de las divisiones inferiores terminaría en una vida de futbolista profesional. Hasta que se abrió una cuenta de Facebook y sintió el primer like en el cuerpo, que inmediatamente le pidió un segundo like, y después un tercero, y después todos los que fuera capaz de conseguir, y entonces ya no volvió de ese viaje. De hecho, todavía sigue en él.

—Yo no quiero plata, bro. Yo quiero fama.

—¿De qué se trata la fama?

—De sentir que todo es posible.

—¿Cómo se siente el famoso?

—Querido.

Tecnología y masas, tecnología y clases populares o, para decirlo sin el pudor del eufemismo, tecnología y pobres es un cruce que el siglo XX apenas si vio venir. Podías haber crecido sin tener dónde ir al baño que igualmente ibas a tener un lugar asegurado en la autopista del vértigo digital. Facebook nació en 2004. YouTube en 2005. Llevaban ya algunos años absorbiendo a las multitudes capaces de pagarse un rato de cyber cuando Yao Cabrera se convenció de que si le entregaba la vida a esas plataformas se la devolverían mejorada, enriquecida.

Tenía 13 años cuando se puso a vender entradas para la matiné. Se abrió una cuenta de Facebook para hacerlo. WakeUp, Gitana, W, en Montevideo o en Atlántida, la disco del adolescente temprano tenía en sus tarjeteros a un ejército de chicos pillos que se iban poniendo convocantes mientras aprendían a cortar tickets. Son gente en la base del negocio, punteritos ocupando la última línea de distribución. Para Yao, sin embargo, fue el primer encuentro con una comunidad de usuarios.

—Yo necesitaba un círculo, necesitaba llamar la atención. Ahí es donde me meto en Facebook y empiezo a hacer aumentar mi personalidad, mi ego, con esos likes, con esos me gusta, con esos seguidores.

Tres años conjugando el campo virtual de las redes con el territorio físico del boliche, haciendo masa crítica y comprendiendo el tejido íntimo de esa criatura crucial de las industrias del entretenimiento, la que paga la nafta para que todo siga rodando: el fan.

A los 16 ganó un concurso en una matiné de Montevideo. Se subió a una pasarela, tiró facha y se llevó más aplausos que nadie. Era el sujeto que College, empresa de viajes estudiantiles, estaba necesitando para poner en la puerta de los liceos. Entonces Yao cambió de rubro y dejó de vender entradas para empezar a vender el viaje de egresados que él no había podido hacer, básicamente porque no tenía cómo pagarlo. Así fue como conoció Bariloche, siendo coordinador.

—No acepté que me pagaran, en cambio les pedí unos lugares gratis para llevar a mis amigos.

—Ah, cierto, mejor fama que dinero. ¿Así aprendiste a armar equipos?

—Hacé algo por alguien y te vas a ganar su lealtad.

—¿Quién hace un cálculo así?

—Un líder.

—¿Vos sos un líder?

—Por supuesto, bro. Yo encabezo, mi gente depende de mí.

El triunfo del yo.

Desde 2018, YouTube es el segundo sitio web más popular del mundo detrás de Google; y desde 2019 su plataforma recibe unas 500 horas de video por minuto. Buena parte de la cultura occidental pasa por sus servidores y, en el tracto cotidiano, organiza el tráfico audiovisual de las masas que somos. Hace unos años, cuando su formidable escala de presencia social ya era un hecho, el campo teórico de la comunicación y las ciencias sociales llegó a preguntarse si YouTube no sería la deriva y el reemplazo de la vieja televisión de aire, si acaso no era su upgrade, su actualización secular, la pantalla donde miramos nuestras vidas pasando del siglo XX al XXI. Finalmente, como la TV, YouTube también tramita la celebridad. En TV, el sueño de la fama produce monstruos, se llaman famosos. En el caso de YouTube se llaman youtubers.

Todo youtuber, no importa su contenido, expresa el triunfo cultural de la era del yo, la subjetividad rabiosa, el imperio selfie. Todo youtuber es un plano cerrado de alguien, la aproximación de un rostro, la consagración del sujeto. Es cierto, hay distintas maneras de ejercer esta identidad digital emergente, pero en casi todos los casos se trata de lo mismo: un yo explotado que se graba a sí mismo.

—¿Cuándo migraste de Facebook a YouTube?

—Cuando empecé con los viajes estudiantiles

—¿Y qué cambió ahí?

—Todo. En Facebook el negocio eran las entradas. En YouTube el negocio era yo.

Convertir a Yao Cabrera en un negocio consistió en volverlo un personaje, un figurín que siempre está buscando lo mismo: el límite. La televisión de Marcelo Tinelli había impregnado al joven youtuber y Yao arrancó haciendo bromas, de esas que llamamos pesadas. Apostó por el humor con víctima, de despedida de soltero, que la televisión de la década de 1990 nombró como una jodita. La gastada es un dispositivo que acumula tensión y crece conforme crece la inminencia de su ejecución. El espectador es llevado a un climax de engaño y confusión para liberar finalmente la carcajada cuando la víctima comprende que todo se trata de un chiste. Es un tipo de humor sin complejidades, silvestre, poco prestigiado por la crítica de la comedia pero con una gran efectividad y un extendido arraigo popular.

—Contame una de esas bromas.

—Yo le decía a mi papá que había dejado embarazada a la vecina. Mi papá se ponía loco. ¿Cómo que la dejaste embarazada? La iba a buscar a la vecina a la casa. Yo filmaba todo y me moría.

Podemos revisar las cualidades de estos procedimientos hasta que llegan los números: el primer mes Yao Cabrera consiguió 10.000 suscriptores. Un año más tarde, cuando ya había cumplido los 17 años, había alcanzado el medio millón. No eran métricas que lo invitaran a revisar nada, la verdad.

—¿Cómo siguió todo?

—Hice una juntada física, presencial, en la Plaza Independencia. Vinieron 4.000 personas. Me di cuenta de que en Uruguay ya había alcanzado mi techo.

YOUTUBE

Tiranos Temblad: otro Uruguay y la visión de Yao

Yao Cabrera no conoce Tiranos Temblad así que entra a ver de qué se trata, antes de responder: “Veo que no suben videos desde hace diez meses. O sea, sé que fue un canal dedicado a cosas de Uruguay pero que dejó de subir contenido. Les diría que sean más constantes. Youtube es como ir al gimnasio”.

La producción youtuber de Uruguay no podría entregar dos piezas más profundamente desemparentadas que Yao y Tiranos. El Yo rabioso, jetón, pendenciero, hipérbole de sí mismo, frente a la postal serena de un país cotidiano cuyas procedimientos narrativos son una poética de la imagen.

Dice Yao que no son constantes y considera que puede aconsejarlos. Lo dice porque no comprende, a sus 23, otra perspectiva que no sea la del tráfico. No hay éxito sin cantidad. Del otro lado, Agustín Ferrando Trenchi, creador de Tiranos Temblad, quita su cara de la pantalla, se suprime de la cámara y solo oímos su voz. Hay dos Uruguay y los dos están en YouTube.

"Una manga de ladrones".

¿Qué podía salir mal de un festival youtuber en la puna jujeña, extremo norte de Argentina, donde estarían los consagrados y habría un invitado estelar llegado desde Uruguay? Yao viajó subido a su propio orgullo nacional. Se sentía un embajador, un representante. En su cabeza estaba yendo a jugar la Copa América. Cuando terminó el festival, la productora desapareció, nadie cobró un centavo, los youtubers argentinos fueron regresando a sus casas y él quedó colgado en San Salvador, sin dinero, sin pasaje de vuelta y a 1.800 kilómetros de Montevideo.

—¿Quién te salvó ahí?

—Mis fans.

—¿Otro encuentro presencial?

—Yo no sabía en ese momento que tenía fans de Argentina. O sea, sabía que había argentinos que me seguían porque con 500.000 seguidores… Uruguay es chiquito en cantidad de habitantes, era obvio que no tenía medio millón de uruguayos siguiéndome.

—¿Y entonces?

—Nos juntamos en una plaza y cada uno me ofrecía algo: plata, alojamiento, una fiesta… Estuve un mes varado en Jujuy, pero disfrutando. Me volví un experto en subsistir.

—¿Cómo volviste a Uruguay?

—No, ya no volví.

En el final de este largo comienzo, antes de ser el sujeto que es hoy, Yao Cabrera llegó a Buenos Aires y se instaló. Empezó reconociendo el circuito, tejiendo vínculos con otros youtubers, tratando de vender shows para sus seguidores porteños.

Básicamente un youtuber cobra dinero por cada vista que genera, por cada view. YouTube le paga al youtuber por cada impresión publicitaria que se genera, es decir, por cada usuario único que queda delante de un banner de publicidad. Paga más por una view de Estados Unidos, un poco menos por una de México, menos todavía por una view argentina o uruguaya. Los suscriptores no producen ingresos pero sí volumen de tráfico. La ornamenta digital lo hace parecer nuevo, pero se trata del mismo viejo negocio de venta publicitaria. La otra forma que tiene un youtuber de obtener ingresos es mediante los shows en vivo.

A Yao no le cambió el negocio en Buenos Aires, pero sí la escala. Y fue entonces que comprendió que iba a necesitar un manager.

Juan Manuel Fornasari había sido integrante de Comanche, una banda de cumbia que refrescó el mercado con un look andrógino y canciones suaves, romantizadas. Eso fue en los noventa, en el último tirón del siglo XX antes de Internet. Cuando se encontró con Yao, allá por 2015, Fornasari ya se había reconvertido en un promotor de entretenimiento digital.

—Juan Manuel me dio casa, me dio espacio y me enseñó. Después me estafó, pero bue.

—¿Cómo?

—Mirá, te cuento esta: después de un año de ahorrar duro, gano mis primeros 15.000 dólares, con los shows y todo. Dije: ta, ¿qué hace un pibe cuando gana plata? Se compra un auto. Me compro el auto, lo pongo a nombre de este manager, me peleo con él, se me queda con el auto. Ahí entendí algunas diferencias entre Uruguay y Argentina.

—¿Cuáles?

—Primero que en Argentina todo va a 300 kilómetros por hora, las cosas acá tienen otra velocidad. Y la segunda es que, de diez personas que conocía en Buenos Aires, siete me estafaban.

—Sonás como el expresidente Jorge Batlle cuando dijo que “los argentinos son una manga de ladrones del primero al último”.

—Y… mi primer éxito en la Argentina y me chorean el auto.

Muy bien, esta ha sido la historia de Yao Cabrera o al menos la que él ha querido contar. Ahora pasemos a su, vamos a llamarla, obra.

Obra y escándalo.

Yao Caverga, Yao Camierda. Así lo llaman sus detractores en las redes (yde eso habla él en su último video). Es curioso, Uruguay no produce villanos, no a escala regional. Si hasta Luis Vittete, aquel ladrón del siglo, se hace querer. Y, sin embargo, este chico de El Pinar que hacía caca en un balde y jugaba en Wanderers ha desatado un oleaje de repulsión que se verifica en las formas en las que es llamado. La verdad, poca gente tan odiada.

Cuando le pregunto por qué hay legiones de usuarios queriendo romperle la cara, Yao se refugia en su axioma fundamental:

—No me importa que hablen mal de mí. Me importa que hablen de mí.

Todos los niveles de rechazo que produce tienen la misma procedencia: el montaje de sus videos, lo que Cabrera llama sus “controversias”.

Para él una controversia es una pieza audiovisual que causa escándalo. Su primer trabajo, la controversia inaugural, consistió en entrar con dos amigos al Tortugas Open Mall cerca de Pilar, Provincia de Buenos Aires, ingresar a un local de venta de bicicletas, subirse a una y salir andando. El costo fue una detención de 24 horas en un calabozo. El beneficio, la resonancia que ese video produjo entre feligreses y detractores. Era febrero de 2016.

En 2020, su última controversia fue el montaje de su muerte: dos personas en una moto se acercan al auto que conduce Cabrera, le disparan al cuerpo, huyen. Puede verse a Yao símil asesinado en el asiento frente al volante. Sus amigos lo lloran a un costado. Entonces llega una ambulancia.

El fleje sobre el que Cabrera monta su arsenal de entretenimiento trash es concordante con este presente de géneros híbridos donde ha sido desregulada la frontera que separa ficción de realidad, duda de certidumbre. La verdad se ha descompuesto como categoría y Yao se aprovecha. Se ampara en la extensión creciente de nuestras vacilaciones como público y allí dentro fragua su reality. Los escándalos no son un resultado de su obra, los escándalos son su obra.

—¿Qué estás buscando, Yao, cuándo fingís tu muerte?

—Que parezca real.

—¿Para?

—Para que la gente se pregunte si es real.

—¿Cómo llamarías a lo que hacés?

—Yo trabajo en la industria del entretenimiento, me dedico a entretener.

Cabrera, que parece honesto en sus respuestas, como blanqueando intenciones, expresa —sin que necesariamente sepa que lo está expresando— un triunfo del fake y sus culturas. Ahora bien, el éxito de su tráfico habla más de nosotros como audiencia que de él como productor. Antes de insultarlo, yo me preguntaría por qué razón se le llena el canal de suscriptores. Vale la pena repetir el dato comparado: son siete millones, dos veces la población de ya saben qué país.

Hubo una condición, de parte de la gente de Cabrera, para la realización de esta entrevista: su abogado, el doctor Alejandro Cipolla, debía estar presente. Es todo un dato. Condiciones como esta también componen al personaje.

Yao Cabrera detenido
A inicios de diciembre Yao fue detenido en su casa en el country San Marcos, tras haber dejado de pagar el alquiler; incautaron drogas, celulares y dinero.

Es que, fuera de la endogamia youtuber, en el universo real de las cosas, Cabrera ha recibido denuncias graves: lavado de activos, abuso, pornografía infantil. Entonces el doctor Cipolla entra en la conversación cuando cree necesario ajustar las respuestas de su cliente. Recorto tres de sus intervenciones. Dijo:

—Acabo de subir, si querés después te lo mando, un informe de la Cámara Criminal de la Nación en donde figura que Yao no tiene ninguna causa en trámite.

—Muchas controversias también son de gente que le paga a Yao para pelearse con él (...) El Duki, por ejemplo. Duki le pagó a Yao para pelearse con él. Podés poner esto en la nota.

—Lo de la Policía, la casa (el allanamiento y posterior detención de Cabrera), eso fue una persecución. Eso no fue una controversia, fue acoso. Lamentablemente la sociedad argentina no tolera que una persona joven, un uruguayo que vino de la pobreza, haya triunfado.

—Yao, ¿cuál es tu límite?

—Cuando la gente me quiera lastimar en la calle, ahí ya es como que ¡pará!

—¿Nunca pensaste en tocar el freno?

—No puedo, hay una empresa detrás de mí.

—¿Qué es lo más importante que te ha dicho tu padre cuando eras chico?

—Si querés bailar ballet, bailá ballet.

—Una metáfora de hacé lo que quieras hacer.

—Exacto, bro. Y eso es lo que hice hasta hoy.

Yao Cabrera representa el escape adolescente y un mundo sin límites
"Estamos siempre en el teléfono con sus hijos”
Yao Cabrera.

PABLO CAYAFA (*)
No hay otro fenómeno de redes en el Río de la Plata que haya alcanzado la dimensión de Yao Cabrera. Con 24 años, es la cabeza de una organización mediática que montó en Buenos Aires. Está a cargo de un grupo de trabajo de 100 personas que producen, protagonizan, editan y suben contenido en distintas redes bajo la marca Wifi team. Los videos muestran la estrafalaria vida de Yao Cabrera y su equipo en lujosas mansiones dentro de un barrio privado, como una especie de Truman Show a conciencia. Entre el material disponible predominan confesiones sexuales, desafíos de dudoso gusto y bromas pesadas. Se puede ver a un integrante del grupo besando a su novia delante de una expareja, otro joven empujando a un compañero a un lago o los amigos de Yao tiñéndole el pelo de colores mientras duerme.

El joven es la cara visible de un cambio de paradigma. Los adolescentes dejaron de consumir contenidos creados “para” su generación y comenzaron a consumir otros creados “por” su generación. Yao representa el prototipo de ídolo adolescente: es joven, hace dinero divirtiéndose con amigos, vive en un mundo sin rastros de un límite adulto y desafía todas sus reglas. Es el escape de muchos adolescentes a un universo sin restricciones y que en muchos casos sus propios padres ni siquiera saben que existe. Ya lo dijo el propio Yao cuando ganó el Premio Iris como revelación web en 2017 “Muchos no nos conocen pero estamos siempre en el teléfono con sus hijos”.

La popularidad de Yao se remonta a cuando tenía 18 años: comenzó a subir videos a YouTube con chistes a transeúntes junto a su amigo Fabricio Lemus. El dúo, llamado Dos Bros, tuvo un ascenso meteórico. Fue la época dorada para la germinación de youtubers juveniles en la región; pero de aquella camada solo Yao logró transformar el hobby en una industria que perdura hasta hoy. Para conseguirlo, desafió los límites de la corrección política. Uno de sus hits fue cuando simuló haber recibido una puñalada de un vendedor de droga. En el último año fue multado por violar la cuarentena en Argentina, fue detenido por organizar fiestas clandestinas, hizo creer a su público que había muerto y convocó una marcha que cortó la 9 de julio. Todo sirvió de contenido para sus redes.

Enfrentamientos públicos con colegas, problemas con la Justicia y conflictos en la vía pública lo colocaron en el foco de la atención. Así como se sirve de los aplausos de sus seguidores más acérrimos, transformó los insultos en más exposición. “No hace falta que me presente / ya saben que soy el más odiado por la gente / el más criticado en todos los ambientes / el número uno acumulando haters”, canta en un reciente videoclip. El odio que recoge es combustible para un negocio que no para de crecer y que solo este joven sub 25 nacido en la periferia de Montevideo sabe cuánto más tiene para dar.

* Periodista de Sábado Show

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