CASCOS AZULES SIN ARMAS
Están en tres puntos distintos del país y son los únicos civiles que acompañan a los militares uruguayos. Su tarea es mantener las plantas depuradoras de agua. ¿Cómo es trabajar tan lejos de casa?
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Calles de tierra con pozos, casas de adobe y barro en medio de una zona montañosa cargada de repechos y bajadas agrestes. Así es el paisaje en la ciudad de Bunia, en el Congo. “Mires para donde mires, acá es todo muy precario”, dice Nazareno Roura, un uruguayo de 35 años que trabaja allí. Pero, contrariamente a lo que todos podríamos pensar, Roura no es militar sino un funcionario de OSE. ¿Y qué hace un empleado de esa empresa pública en aquel país? Él es uno de los únicos tres civiles uruguayos que acompañan a los 825 militares nacionales. La función de estos tres empleados de la empresa estatal, que no manejan armas pero sí son considerados cascos azules, es mantener cuatro plantas depuradoras de agua ubicadas en tres lugares muy distantes entre sí.
Esas plantas se llaman UPA, o Unidades Potabilizadoras de Agua. Son propiedad de la OSE, que las alquila a las Naciones Unidas como servicio para abastecer a las bases de cascos azules. De las misiones de paz en las que participan las fuerzas armadas uruguayas, la del Congo es la única que tiene funcionarios civiles.
Bunia, donde reside Nazareno y mantiene dos de esas UPA, está al noreste del Congo. Es una ciudad de unos 900.000 habitantes ubicada en un área de minas de oro, centro de un conflicto entre las etnias Lendu y Hema. A consecuencia de ese enfrentamiento armado, que tuvo su momento más fuerte en 2003, en esa ciudad está una de las mayores bases que las fuerzas de paz de Naciones Unidas tienen en África.

Una de las plantas potabilizadoras que él opera está dentro de la base militar de Bangladesh y la otra está en el aeropuerto de la ciudad. Alterna sus días de trabajo entre una y otra, trasladado siempre con los vehículos militares.
El transporte público en Bunia son motos que operan como taxis irregulares. Sin embargo, Nazareno ha preferido no utilizarlas. “El tránsito es muy desorganizado y todo el tiempo suenan bocinazos”, explica.
“En la calle ves mucha gente, muchos niños también, hay puestos de venta de frutas, de carbón y de combustible embotellado cada pocas cuadras”, dice, pero lo que más le ha llamado la atención es ver gente que mastica caña de azúcar por la calle.
La principal forma de llegar hasta Bunia es en avión. Los caminos terrestres son tan duros y azarosos que permiten avanzar unos 40 kilómetros al día. Por lo tanto, un traslado desde Goma, donde está la principal base uruguaya (la que visitó el presidente Luis Lacalle Pou en diciembre), en el peor de los casos podría demandar hasta 15 días para recorrer un total de 560 kilómetros.
En el entorno de Nazareno hay lagartijas por todas partes, también hormigas que invaden cualquier rincón y obligan a cuidar al máximo la limpieza de restos de comida. Por si fuera poco, según donde esté en la ciudad, debe tener extremo cuidado por la infame mamba, una clase de serpiente extremadamente venenosa que puede moverse más rápido de lo que corre un humano.
Un lago y cuatro países.
Más hacia el sur, casi en la frontera oriental del país con Burundi, trabaja Marcos Flaniguen en la villa de Uvira. Su jornada comienza siempre a eso de las seis de la mañana, aunque depende del momento en que les habiliten el grupo electrógeno que hace funcionar los equipos. La rutina implica trabajar durante la mañana junto a los militares con los que convive, para extraer unos 50.000 litros de agua al día desde el lago Tanganica.
En esa cotidianeidad hay algo que Marcos destaca: “Si vamos a estar acá, con el equipo siempre compartimos el momento del almuerzo como si fuéramos una familia”. Por la tarde el trabajo se termina ya que con lo que extraen y purifican a diario es suficiente para abastecer el cuartel de la ONU, a una empresa que les brinda los alimentos, a una cárcel y a las bases militares de China y Pakistán.
Estos funcionarios civiles se ocupan específicamente de supervisar la potabilización del agua. Ellos ofician como un apoyo técnico para la operación de cada planta. A su vez, cada una tiene un sargento encargado y un equipo de personas que la opera. Marcos, por ejemplo, convive con seis militares que son operadores de la planta. En ese aspecto él es su supervisor, pero en otras tareas cotidianas, se reparten casi de igual a igual.
De ese modo, algunos se dedican a la limpieza y otros a la cocina. En el caso de Nazareno, en Bunia, los fines de semana debe ocuparse de la cocina. El lago Tanganica es el segundo más grande y el segundo más profundo en el mundo. Tan extenso que se divide entre cuatro países, Congo, Tanzania, Zambia y Burundi.

En sus orillas congolesas, más al sur que Marcos y Nazareno, trabaja Sergio Rodríguez, de 28 años, el tercer funcionario de OSE en esas tierras. Está en el pueblo de Kalemie, un centro de distribución de minerales como cobre, cobalto, zinc y también carbón.
En ese pueblo, Sergio enciende su planta hacia las siete de la mañana y a lo largo del día carga entre cinco y seis camiones cisterna con 9.000 litros cada uno. Con ellos abastece día a día a los distintos contingentes que conviven en ese predio de las Naciones Unidas. Para la tarde ya la tarea está completada y aparece el tiempo libre, factor común en las rutinas de los tres.
Sacrificios y exigencias.
Animarse a ir al Congo implica un proceso largo y una decisión a estudiar, para los escasos civiles que acceden a la oportunidad. Los funcionarios de OSE deben postularse y cumplir con algunos requisitos para atravesar una preselección. Se requiere haber participado en misiones de paz, haber trabajado un año en usinas o hacer un curso de especialización en unidades potabilizadoras.
Este último curso es el que hizo Nazareno, quien dejó a su novia en Uruguay y emplea su tiempo libre en el Congo para formarse en marketing online. Marcos, por su parte, ya trabajó en el Congo en 2018 y hoy está acompañado por seis militares en sus tareas cotidianas. Sergio, por último, era operador en la usina de Florida, pero antes había trabajado como cajero, administrativo y toma consumo.
Esos requisitos son apenas la parte formal. Luego está lo que tiene que ver con la salud sicológica y física.
“Cuando llegamos al Congo estuvimos de cuarentena por 14 días en un campamento especialmente acondicionado por la ONU”, cuenta Sergio. En cuanto a lo físico, reciben 14 vacunas contando las tres del covid. Entre ellas las del sarampión, antipolio, fiebre amarilla, hepatitis A y B, antitífica, meningococo y cólera. Además, una vez por semana deben tomar una pastilla para la malaria. “Hay que tener cierta preparación sicológica que empieza desde el concurso, porque te vas mentalizando de que vas a estar lejos de tu familia, de que tus rutinas van a cambiar”, explica Nazareno.
“Me planifiqué ocupar el tiempo libre en otras cosas como hacer deportes y estudiar. Eso ayuda a estar enfocado y llevarla de la mejor manera”.
A Sergio, quien no tiene hijos ni pareja en Uruguay, la rutina en el Congo se le hace demasiado monótona, según relata. “Sin dudas es un desafío muy grande sobrellevar este período de misión, sobre todo porque no hay demasiadas actividades que realizar en los ratos de ocio”, cuenta. ¿Cómo pasan las horas sin nada que hacer? Es difícil.
Para él es fundamental ir todos los días al gimnasio para mantenerse física y mentalmente. Además se llevó una buena cantidad de libros y hace videollamadas frecuentes con su madre y sus hermanos. Esa, particularmente, es una gran ventaja que tienen hoy, ya que hasta hace algunos años las comunicaciones familiares se hacían con un solo dispositivo cada quince días, turnándose entre los cientos de efectivos que esperaban por lo mismo.
Sergio cuenta que decidió viajar porque lo considera “una tremenda experiencia de vida” que le quedará para siempre. “Permite revalorizar montones de aspectos en los que somos muy afortunados en Uruguay y no nos damos cuenta”, dice. Y lo económico influye, claro, ya que la ONU paga un sueldo extra, de unos 1.120 dólares al mes, que se suma al sueldo en OSE. Le llaman “el viático” y significan “una posibilidad de progresar para aquellos que venimos de una clase social baja”, explica Sergio.
En ese sentido, esta experiencia de civiles y militares no es muy distinta a la de los uruguayos que trabajan en la base antártica. Ambas implican tener un ingreso extra a sus sueldos nacionales, trabajar en sitios remotos, enfrentar rutinas monótonas y acotadas, necesitar de cierto apoyo sicológico y respaldo del grupo humano con el que conviven. Al igual que en el continente blanco, ir al gimnasio, mirar películas y jugar al PlayStation son actividades a las que en el Congo también se acude para sobrellevar en grupo las horas desocupadas.
OSE dispone de dos sicólogas para el acompañamiento a distancia de sus funcionarios. De todos modos, para los tres, el cable a tierra está en los vínculos que conservan con Uruguay, ya sean parejas, amigos o familia.
La base de Bunia —donde está la UPA que controla Nazareno— es de Bangladesh. Allí también hay un batallón uruguayo, uno de Guatemala y por último otro de Marruecos. Y eso les permite hacer partidos de fútbol entre cuatro países muy distintos.

La historia de las UPA.
El plazo promedio que un civil pasa en el Congo son doce meses, aunque puede extenderse un poco más en función de la llegada de los vuelos de rotación, en los que se trasladan hasta 200 efectivos militares. Entre tal cantidad de personal armado y preparado para el combate, estos tres civiles, que se renuevan año a año, parecen pasar casi desapercibidos pero cumplen una tarea clave, que responde a una larga historia.
En marzo se cumplirán 21 años de la presencia uruguaya en el Congo, pero las UPA son todavía más viejas.
El diseño de las Unidades Potabilizadoras de Agua, las UPA, es de inicios de la década de 1990. “Estas plantas que tenemos en el Congo no son distintas a las que funcionan en Uruguay, lo que hicimos fue solamente hacerlas más compactas y transportables”, explica el ingeniero Daniel Romiti, jefe de la Unidad de Gestión de las UPA.
Cuando estalló la epidemia del cólera en América Latina hace unos 30 años, en parte por la participación de OSE “ayudó a contener el tema”, afirmó el ingeniero. En ese momento “una herramienta poderosa para frenar el cólera era poder abastecer de agua potable a buena parte de la población”.
Así funcionan las UPA
¿Cómo funciona una Unidad Potabilizadora de Agua? Las UPA son mecanismos transportables que procesan el agua para ser consumida, pero en menor escala que las usinas de potabilización instaladas por OSE. Fueron desarrolladas originalmente entre ingenieros de OSE y militares y empezaron a ser utilizadas en la década de 1990. Lo que hacen es desinfectar, filtrar, eliminar sedimentos y realizar otros procesos sobre muchas variedades de lo que se llama “agua bruta”, que es la extraída de fuentes naturales donde no es potable.
En Uruguay funcionan 112 plantas, pero ninguna en Montevideo. Además, se han donado aparatos en estas dos décadas a países como Haití, Irak, Ecuador, Chile, India e Irán. Se vendieron unas 150 y se destinaron al menos seis a misiones de paz.
OSE participa en misiones de paz como un subcontrato con el Ejército, que a su vez tiene un contrato con Naciones Unidas. “La ONU paga el alquiler de las plantas, del mismo modo que paga el alquiler del equipo puesto por el Ejército. El personal de OSE va como los del Ejército, controlado por el personal de Naciones Unidas. De modo que para ellos no hay distinción entre soldado y civil; nuestros funcionarios son otros cascos azules”, agrega Romiti.
Cuando la misión se cierre, se abrirán algunas posibilidades para esas plantas potabilizadoras. Al igual que las estructuras de las bases y los equipamientos militares, lo habitual es que se devuelvan al país o se le des dé otro destino. Lo que ocurre con las plantas es que su destino debe ser resuelto entre el Ejército y la empresa pública. Y una de las alternativas sería destruirlas, en caso de que su traslado sea costoso o que ya no haya forma de reutilizarlas. “Lo que no pueda pasar”, finaliza Romiti, “es que Uruguay las deje abandonadas en el Congo”.

“Es un profundo honor estar participando en estas fiestas con nuestro personal destacado en la República del Congo”, dijo el presidente Luis Lacalle Pou cuando llegó el 24 de diciembre pasado a Goma, capital de la provincia nororiental de Kivu del Norte. Allí compartió la cena de Nochebuena con unos 500 efectivos uruguayos. Al día siguiente visitó al contingente de 50 efectivos de la Fuerza Aérea Uruguaya en la ciudad de Bukavu.
El papel de los militares uruguayos en aquel país volvió a tener amplia difusión en esos días, por la inusual visita del presidente.
“Con mucho gusto venimos a pasar estas fiestas con ustedes, con esa gran familia que es nuestra patria, el ser orientales. Como testimonio de entender el sacrificio que se hace sobre todo en estas fechas tan importantes”, dijo Lacalle.
El presidente y su comitiva arribó en un vuelo de Naciones Unidas desde Kigali, la capital de Ruanda. Allí también estaban el ministro de Defensa Javier García, el subsecretario de la misma cartera Rivera Elgue, el comandante del Ejército Gerardo Fregossi, el comandante de la Fuerza Aérea Luis De León, el jefe de Casa Militar César Ifrán, y la edecán de la Fuerza Aérea, María Etcheverry.
El mandatario llevó algunos regalos. El presidente de la juventud del Partido Nacional, Armando Castaingdebat Ramírez, envió dos camisetas de Peñarol y Nacional para los efectivos.
Las camisetas fueron donadas por dos personas oriundas de Flores, que tienen contacto directo con ambas instituciones. La de Nacional, a través del exjugador tricolor Gonzalo “Chory” Castro, y la de los carboneros fue donada por el médico de la institución Horacio Deccia, tal como publicó El País tras la visita.
Además, el presidente de la Asociación Uruguaya de Fútbol (AUF), Ignacio Alonso, donó un equipo deportivo de la selección uruguaya para que el mandatario obsequiara a los soldados durante la visita.
Lacalle Pou no estuvo en los lugares donde trabajan los funcionarios de OSE, ya que son sitios con poca presencia uruguaya.