En Buenos Aires
Ese animal existe, dijo, y la línea se abrió paso, limpita, en el hormiguero de las cosas que se dicen todos los días en todas las pantallas. Ese animal existe, soltó, y las palabras, de puro ciertas, ciertas y un poco estremecedoras, se hicieron escuchar con claridad. Los periodistas le habían pedido que explicara a la Argentina, al expresidente José Mujica, y la respuesta fue que la Argentina es indescifrable. ¿Cómo entender que un sello político con cuatro años de gestión declinada, inflación récord, pobreza récord, salario real comatoso y moneda nacional desvanecida, tenga chances, serias chances, de hacerse reelegir en las próximas elecciones presidenciales del domingo 19 de noviembre? Solo es posible porque: ese animal existe. Y dice Mujica que ese animal es el peronismo.
El peronismo vive, pero especialmente pervive. La Real Academia define pervivir como: seguir viviendo a pesar del tiempo o de las dificultades. ¿Qué hace que un sujeto político, colectivo, de masas, sea capaz de oponer a sus ineficacias la condición natural de una pervivencia? ¿Por qué el peronismo, sin importar las condiciones materiales o simbólicas, históricas o de coyuntura, siempre, siempre, es electoralmente competitivo? ¿De qué está hecho el eterno retorno de su sobrevida, la formidable trama de sus pervivencias?
Salí a buscar la respuesta a estas preguntas entre personas a las que habitualmente leo, por cuyas escrituras siento respeto, identificación (que es una forma de admirarlas), personas a las que nadie podría señalar estrictamente como peronistas.
Esteban Schmidt es, según he creído siempre, el mejor cronista de mi generación, en el caso de que exista una generación de cronistas argentinos, nosotros formemos parte de ella y todo eso tenga algún sentido. Fraguado en el radicalismo porteño, su libro, The Palermo Manifesto, no necesariamente bien llevado con el Uruguay o con lo que Buenos Aires pondera como lo uruguayo, puede leerse como la sintaxis de un temperamento. Esteban ha logrado que, al leerlo, lo escuches porque lo que ha construido es una voz —y no es fácil construir una voz. Le pedí su mirada sobre la pervivencia del peronismo, y me devolvió una respuesta en dos actos:
Uno: “Creo que no tiene que ver con el peronismo como identidad política, como si el pueblo mantuviera encendida la vela de un santo que no produce milagros y que, al contrario, empeora la existencia. Creo que bajo el manto de la identidad peronista, que es un cuento flexible que permite entrar y salir, exhibir y reemplazar iconografía y cánticos, hay una colonia de profesionales del poder que disponen de los recursos y la tecnología para sostenerse en los cargos, para volver a trepar si temporalmente caen, y para subir los escalones que los lleven del pelotón al generalato. La pervivencia del peronismo es obra de los peronistas profesionales”.
Y dos: “Hay que pensar en las condiciones que facilitan que los peronistas profesionales que han fracasado una y otra vez en el ejercicio de sus funciones pueden desplegar su arte: instituciones débiles que permiten un liderazgo que prescinde de la rendición de cuentas; la arquitectura política rival se mostró también incompetente en la función y poco creativa en la articulación de alianzas”.
El consumo de infoentretenimiento ha acelerado, tristemente, su condición endogámica, lo que supone un cierto triunfo del periodismo de afirmación. Está bien, el presente presenta sus pequeñas tragedias consistentes en dar por bueno, dar por aplaudido, solo aquello que se nos parece. Yo me declaro foráneo de ese paisaje, que es más bien empobrecedor. Y no necesito estar de acuerdo con lo que leo para disfrutarlo. No tuve, ya de bebé, una foto de Perón en la cocina, pero me hubiera gustado tenerla, ojalá la hubiera tenido, y así y todo leer a Esteban me sigue pareciendo una fortuna.
La normalidad del devenir político argentino es la de estar atravesando un momento crítico, es decir que lo crítico, cuya naturaleza es la excepción, se extiende, se hace gerundio, y se vuelve un estado permanente de las cosas. Así que no sé cómo llamar a este momento de la política argentina: ¿crítico al cuadrado? ¿Al cubo? ¿Hípercrítico? ¿Critiquísimo? La falta de un nombre que cifre la circunstancia actual frente al balotaje del próximo 19 de noviembre es la Argentina desafiando los límites del lenguaje que la nombra. Ahora bien, incluso en esta instancia sin léxico, incluso en este punto sísmico, el peronismo levanta la mano, pide la pelota y deja enunciada su vocación de poder.
En la cabeza de nadie cabía, hace un año, menos de un año, ni siquiera un año, que el oficialismo ganaría la primera vuelta. Y a que no saben qué.
Los números definitivos
La Justicia electoral de Argentina concluyó el jueves pasado el escrutinio definitivo de los comicios presidenciales del 22 de octubre, que arrojó como resultado porcentajes de votos levemente superiores tanto para el oficialista Sergio Massa como para el libertario Javier Milei respecto al provisional conocido esa noche.
Massa, ministro de Economía de Argentina y candidato por el frente gobernante Unión por la Patria (peronismo), obtuvo el 36,78 % de los votos, frente al 36,68 % que había arrojado el escrutinio provisional. Por su parte, Milei, líder de la formación de ultraderecha La Libertad Avanza, cosechó el 29,99 % de los sufragios, apenas un poco más del 29,98 % que había arrojado el escrutinio provisional informado en su momento.
En la pared de tu casa.
Sol Montero es socióloga, investigadora del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet), doctora en Filosofía, y su especialidad es el análisis del discurso político.
Suelo encontrar en @monteraux, su cuenta de X —lo que solíamos llamar Twitter— las palabras que a veces me faltan. La convoqué para esta nota, le presenté el interrogante acerca del peronismo y sus persistencias, y esta es nuestra charla:
—Mujica pone al peronismo en el sitio de animal mitológico, pero —dice— ese animal existe. ¿Por qué existe? ¿O por qué todavía existe?
—Lo primero es que para los investigadores, para los nacionales y los internacionales, para los que nos gusta la política, el peronismo es un objeto fascinante, por lo multiforme, por la resiliencia, por la capacidad de adaptación: tomando la idea de mito que me comentabas, diría que es como esos personajes que van cambiando de forma según el entorno o como esos animales que se van mimetizando con su ambiente.
—Es cierto que su curva histórica no se parece a nada, o mejor dicho: solo se parece a sí misma.
—En clave histórica, siempre estuvo adelantado a su tiempo, vio venir el futuro: el estado de bienestar en los 50, la revolución y el orden en los 70, la modernización en los 90, el rol del estado y la crítica al neoliberalismo en los 2000. En los últimos años tengo la impresión de que se le escapó la tortuga, no la vio, no pudo mapear o hacer un diagnóstico de lo que iba mutando en la sociedad, en las bases. No leyó bien el 2015, no escuchó lo que el macrismo venía instalando mucho antes de que apareciera el lenguaje de la casta (meritocracia, curro de los derechos humanos, planeros). No leyó bien el tema de los jóvenes, la pandemia, el abandono del estado, el estado deficiente, el cuentapropismo. El peronismo quedó preso de su propio relato, de su mito —el estado presente, el pueblo, la calle.
—Pero… ¿Y entonces por qué perdura el peronismo?
—Es que sigue quedando la sensación de que el peronismo es el único que puede hacer, resolver, dominar, domar la crisis. Y el combustible de esa fe en la potencia del peronismo es la experiencia histórica, contundente, material, concreta del ascenso social. No hay familia que no haya vivido en carne propia el ascenso social. Primera casa, primeras vacaciones pagas, jubilación, una notebook, el derecho al matrimonio igualitario o al aborto, la posibilidad de ir a la universidad por primera vez. El peronismo está en las familias, en las paredes de una casa, en la computadora que te traés de la escuela, es muy fuerte, es muy corporal esa experiencia de la dignidad. ¡Y sentir que sos sujeto! Que te hablan y no te desprecien, no sé si hay algo más corporal que eso.
Las reglas para el último debate
Exactamente una semana antes de las elecciones, el próximo domingo a las 21 horas en la Facultad de Derecho de la UBA, tendrá lugar el último debate presidencial y las nuevas reglas ya han sido publicadas por la Cámara Nacional Electoral.
A diferencia de los dos debates anteriores, esta vez los candidatos podrán moverse por el escenario. Dentro de un rango delimitado, podrán aproximarse entre ellos, aunque no tendrán permitido tocarse. Para ganar dinámica, los candidatos contarán con dos minutos de exposición limpia más otros seis en los que tendrán permitido contestar afirmaciones y hacerse preguntas mutuamente siempre que eviten las alusiones personales y mantengan la cordialidad y el respeto. Finalmente, no podrán llegar a sus atriles con papeles escritos, solo con hojas en blanco para tomar notas o apuntes durante sus exposiciones.
Ser o no ser.
El peronismo, a diferencia de otras pertenencias colectivas, ha logrado desarrollar una condición, digamos, ontológica: hay un ser peronista que excede la acción política, un ser peronista que, para ejecutarse, no tiene necesidad de ella, la prescinde. Es la identidad que se instruye en la línea célebre de Osvaldo Soriano, “si yo nunca me metí en política, yo siempre fui peronista”, dicha en las páginas de su novela No habrá más pena ni olvido, se hace mármol en la boca de Gatica, El Mono, colocada allí por Leonardo Favio, y se reimprime en Tomás Rebord cuando asegura que uno es peronista para no verse obligado al dilema de tener que elegir boleta en el cuarto oscuro. Me lo resumió de una manera muy tremenda, muy contundente, Eugenia Mitchelstein: “Ser peronista es una manera argentina de estar en el mundo”.
Mitchelstein es profesora asociada del departamento de Ciencias Sociales de la Universidad de San Andrés, licenciada en Ciencia Política de la Universidad de Buenos Aires y Master in Science en Medios y Comunicación de la London School of Economics and Political Science. Tiene los pergaminos pero, además, una calidez.
Yo diría que no le corre una gota de sangre que la deje dentro de ninguno de los peronismos existentes, pero tampoco es alguien que se deje arrastrar por la pereza narrativa de los clichés antiperonistas, lo que acá en Argentina se conoce como gorilismo. Trabajé con ella en la composición de una silueta, la del emergente Tomás Rebord, para la revista Anfibia y fue una placer, para esta oportunidad, retomar la charla. La veo de golpe en la pantalla de La Nación+ en un zapping rápido mientras estoy cerrando esta misma nota y pienso que su presencia tiene un efecto restituyente, como el de una curaduría intelectual, sobre la estepa de esa pantalla.
¿Por qué, Eugenia, después de este gobierno, Sergio Massa tiene chances reales de ser el próximo presidente de la Argentina?
—Hay una clave más inmediata, más urgente si querés, que es lo mal que se gestionó la oposición en estas elecciones. La suma de desaciertos opositores también construyen peronismo.
—Cierto, pero esa perspectiva puede ser llevada al plano histórico: el peronismo siempre absorbió nutrientes de la pugna con sus opositores.
—Bueno, podríamos pensar que el peronismo es un animal capaz de darle forma a su propia oposición. La construcción de Javier Milei, el gran impulso que le asignaron, es parte de una gran audacia y un gran cálculo, como diría Beatriz Sarlo.
—Hay un tuit tuyo que me hubiera gustado escribir, donde decís que hay momentos en que Milei te produce ternura. Es la ternura del roto, ¿no? Del que viene descompuesto por dentro.
—Sí, cosa que no me ocurre para nada con Massa. Y está bien que no me ocurra. El peronismo no se permitiría ofrecer un candidato que produzca ternura.
—Wado de Pedro, el casi candidato en estas elecciones.
—Pero por algo no lo fue.
—¿Qué hay en el peronismo que lo vuelve una centralidad permanente, una especie de sustrato argentino?
—Tengo un amigo que dice que a su hijo lo va a hacer peronista porque quiere que sea feliz.
—¿Tu amigo es peronista?
—No. No lo es.
Ya que ha sido citada, avancemos sobre el texto de Sarlo. Dignidad, identidad, odio opositor: en las páginas 147 y 148 de La audacia y el cálculo. Kirchner 2003-2010 (Sudamericana, 2011), Sarlo revisa estos nodos cruciales de la médula justicialista.
Dice: “El primer gobierno de Perón (...) propuso la figura de Eva como cuerpo del Estado de bienestar a la criolla, encarnación de los derechos adquiridos y, sobre todo, como promesa de dignidad. Nombró a sus seguidores. Los constituyó como peronistas nombrándolos como Descamisados. Recogió los insultos y los dio vuelta (...) Los Kirchner se comportaron intuitivamente en los primeros años de gobierno. La imagen de una pareja en el poder evocaba la del primer peronismo, pero estaba asociada a nuevas cualidades. Como se vio, Cristina llevaba adelante el discurso argumentativo y Néstor el confrontativo. La retórica de la razón y la retórica de la pasión habían cambiado sus lugares tradicionales. La mujer argumentaba mientras que el hombre se enojaba, se ponía nervioso, mostraba sus pasiones”.
La sola pronunciación del sujeto peronismo produce una venalidad inmediata en el cuerpo social argentino. Basta con nombrarlo para que las emociones, ya negativas, de tirria y aversión; ya positivas, en defensa de una liturgia y una constitución afectiva, se disparen súbitamente. A los efectos de alcanzar algún punto de comprensión más o menos cabal, ninguno de esos fuegos entrega utilidad. Esta misma nota, seguramente, provocará comentarios que tendrán una respuesta y después una respuesta de la respuesta y todos seguirán sintiendo lo que sentían y pensando lo que pensaban antes de sentarse frente al teclado y después de salir de allí.
El gurú de comunicación política de la campaña de Sergio Massa es el catalán Antoní Gutiérrez-Rubí, cuyo libro recientemente presentado en Buenos Aires se llama Gestionar las emociones políticas. En la prehistoria de internet creíamos que la revolución digital nos iba a volver seres fríos, mutados hacia una robótica de autómatas. Y ya ven, es conectarse todos los días para echar chispas por los ojos. Emociones políticas, arriba de ese compuesto estamos viviendo hoy nuestras vidas.
Inauguramos estos 40 años de democracia que la Argentina está cumpliendo con una derrota histórica del peronismo, en 1983. Cuatro décadas más tarde, el candidato del peronismo fue el más votado en la primera vuelta de las elecciones presidenciales y trabaja para ganar el balotaje que se concretará exactamente dentro de dos semanas. No sé cuál es la lectura definitiva de esta curva, sé que esta curva está ofreciendo una, cuyo sentido se completará con el resultado electoral del próximo domingo 19 de noviembre.
Por el momento, hay dos interpretaciones en colisión directa: si el peronismo pierde contra un cuadro alunado y sin historia como Javier Milei, hay que cerrar el Partido Justicialista. Si el peronismo gana después de haber hecho el gobierno que hizo en estos cuatro años, lo que hay que cerrar es la oposición. En realidad, nadie cerrará nada porque la que se mantendrá abierta es la democracia que supimos conseguir. Para algunos está amenazada. No sé, yo la veo crecida, madurando, más fuerte que nunca.
La tradición del bastón presidencial
En el taller del orfebre Juan Carlos Pallarols, a minutos a pie de la Casa Rosada en Buenos Aires, se cincela el bastón de mando que usará quien gane el balotaje presidencial el 19 de noviembre. El bastón, que llevará el próximo mandatario en su investidura el 10 de diciembre, recorrió el país durante el último año y medio. Por tradición, millones de argentinos participan de su confección mediante golpes de cincel en la empuñadura de plata. “En este bastón, el nuevo, ya trabajaron más de cuatro millones de personas”, dice Pallarols. Un libro con el sello “yo cincelé el bastón presidencial” recoge miles de mensajes de puño y letra de quienes participaron, la mayoría con buenos augurios.
La vara es lo último que se ajusta porque su largo depende de la estatura de su dueño. Se cortará luego del balotaje. “Massa es más alto”, explica el orfebre.
Declarado símbolo nacional, el bastón será entregado a la Casa Rosada a inicios de diciembre. El libro quedará en el museo presidencial. Íntegramente confeccionado con materiales argentinos, la vara es de madera de urunday, una especie de la provincia de Corrientes caracterizada por su dureza y brillo natural.
La madera representa la cualidades que el pueblo espera de su presidente. “Que sea muy trabajador, mantenerse siempre recto, brillar por su propio trabajo y que no se corrompa. Espero que lo inspire”, declara el orfebre.
El primer bastón presidencial lo hizo en 1973, cuando trabajaba como orfebre para una tradicional joyería de Buenos Aires. Fue un encargo para el último mandato del tres veces presidente Juan Perón, fallecido en 1974. Su viuda, la también mandataria Estela Martínez, lo puso en venta años después y Pallarols lo compró. Lo atesora en su taller entre decenas de obras de arte, cuadros, bustos, coronas de plata y reliquias.
El diseño es muy diferente del actual, con borlas doradas, empuñadura en oro, madera lustrada de malaca y ornamentación “propia de un bastón europeo”. Posteriores modificaciones fijaron las características del actual bastón de mando criollo. Según estos parámetros, Pallarols confeccionó los de los expresidentes Raúl Alfonsín, Carlos Menem, Fernando de la Rúa, Néstor Kirchner, Cristina Kirchner y Alberto Fernández. También hizo uno para el expresidente Mauricio Macri, pero este prefirió el de otro artista, algo que Pallarols recuerda con amargura.
El orfebre se emociona cuando habla del bastón que confeccionó hace 40 años para Alfonsín en el retorno de la democracia. “Yo pasé muchos años en los que quería votar y no se podía. Esa emoción de pelear para hacer ese bastón, tengo hoy al hacer este”, afirma el artista de 81 años. El trabajo se realiza con materiales donados y se cobra simbólicamente un peso. “El bastón no es del presidente, es un regalo que le hace el pueblo votándolo, pero que lo convierte en el primer mandatario, el que tiene que obedecer los mandatos del pueblo”, define. (AFP)