Historias de cónsules honorarios en Uruguay, un cargo prestigioso, pero sin sueldo

Luis Fráttola
MARCELO BONJOUR

Aliados por sentimientos

Cada vez más embajadas cierran sus puertas, se radican en Argentina y desde allí atienden sus relaciones diplomáticas con Uruguay con la ayuda de cónsules honorarios, ¿qué tipo de tareas realizan?

El médico Luis Fráppola lleva tres semanas a cargo del consulado de Georgia, una investidura que lo cubre de honor, pero por la cual no cobra un salario ni tiene privilegios de ningún tipo. “Uno se compromete a apoyar al país en todo lo que le encomiende el gobierno a través del embajador, que viene a ser mi jefe. No recibo nada a cambio, esto hay que recalcarlo porque los uruguayos somos muy malpensados y siempre está esa sospecha de cuál será el curro. Lo hago porque me gusta la vida cultural, los compromisos sociales y hacer nexos comerciales”, dice el médico.

A Fráppola le gusta decir que el suyo es un consulado “artesanal” porque está ubicado en su domicilio, su esposa oficia de secretaria y sus hijos también lo ayudan en la tarea, aclara con orgullo. No es un universo nuevo para la familia ya que antes, durante 16 años, Fráppola fue cónsul de Nicaragua.

De hecho, hay casos de consulados honorarios dirigidos por personas que no tienen lazos sanguíneos de ningún tipo con el país que representan, e incluso que nunca lo han visitado. Fráppola, por ejemplo, aún no pisó Georgia pero tiene estudiada su historia al dedillo y enumera las virtudes que tiene para ofrecerle al mundo en la etapa de apertura que atraviesa. En un repaso rápido, dice que es uno de los países con mayor crecimiento turístico al tener una moneda atractiva con el tipo de cambio respecto al euro; está en el podio de los países más seguros —física y financieramente— de Europa; la corrupción es baja; hay pocos impuestos con el fin de atraer inversores y socios comerciales, y lanzó hace poco una residencia para extranjeros que quieran trabajar de forma remota desde Georgia.

A falta de una comunidad numerosa que lo mantenga ocupado en los trámites más corrientes, la tarea de Fráppola por estos días es avanzar en la conformación de una comisión en el Parlamento catalogada como “amigos de Georgia”, “el propósito es generar un vínculo entre ambos parlamentos”, dice el flamante cónsul.

Los nuevos planes.

El asunto es que las embajadas —esas oficinas fastuosas, las hermosas residencias de los diplomáticos— se están retirando de los países donde la presencia de empresas o inmigrantes compatriotas no son importantes: es una forma de economizar. “Las embajadas están siendo exigidas por los gobiernos para que sean rentables. Antes la diplomacia era otra cosa, ahora se miran resultados y eso hace difícil su permanencia”, plantea Sergio Bañales, dueño de una agencia de viajes especializada en destinos exóticos y cónsul de Sudáfrica desde hace tres años.

La regla por estos días es radicar a las embajadas en Argentina y desde ahí extender la concurrencia a tres, cuatro o cinco países de la región. Y, en los lugares en que se necesita mayor presencia, se recurre a la figura del cónsul honorario.

Para ocupar este cargo uno se ofrece o es invitado, pero siempre, en todos los casos, hay un análisis del currículum laboral y financiero del candidato; tampoco puede tener antecedentes penales, la reputación debe ser intachable y se evalúa también sus conexiones en la sociedad.

En algunos casos quien da el aval es un embajador, pero también lo hacen presidentes e inclusos representantes de la monarquía. El tiempo de permanencia en el cargo depende del país; en algunos casos se renueva cada cinco años y en otros la tarea se prolonga en el tiempo, como pasó con el último cónsul de Bangladesh que renunció luego de 23 años.

Sergio Bañales
Sergio Bañales, cónsul honorario de Sudáfrica.

Pero, si la responsabilidad es mucha y los beneficios nulos, ¿qué factores equilibran esta ecuación? “A mí me interesa ser cónsul porque siempre fui institucionalista. Y por el otro me da un prestigio y vinculaciones que me sirven para mi negocio: hoy en día la colectividad sudafricana confía mucho en mí”, dice Bañales, quien ya viajó 15 veces al país que representa.

Las competencias que se le asignan al cónsul también oscilan de acuerdo al país. Bañales es de los que pueden certificar nacimientos y fallecimientos, tramitar pasaportes y cédulas de identidad. Sin embargo, el principal tema que tiene entre manos es el interés de una centena de sudafricanos, en su mayoría productores rurales, que quieren dejar el país por causa de situaciones violentas e instalarse con inversiones de distintas escalas en el nuestro. Si esto se concreta, esta comunidad se duplicaría. “El asunto es que Paraguay los quiere y les está ofreciendo distintos beneficios fiscales”, advierte el cónsul que espera, ansiosamente, una reunión con el canciller Francisco Bustillo.

La era del COVID.

La irrupción de la pandemia incrementó el trabajo de muchos cónsules. René Sonneveld, cónsul honorario general de los Países Bajos desde 2012, combinó sus tareas como coach ejecutivo e instructor de la selección sub 20 de rugby con la repatriación de unas 50 familias holandesas que estaban en Uruguay cuando llegó el COVID-19, incluida una pasajera del crucero Greg Mortimer. “Venía habituado a atender cuestiones formales, pero en ese momento realmente tuve la satisfacción de sentirme útil”, confiesa.

No fue la única vez. Apenas asumió, su primera tarea fue atender a dos holandesas detenidas por tráfico de drogas; al poco tiempo cayeron otros seis. “Durante tres años fui a verlos a distintas prisiones. Fue muy enriquecedor para comprender qué está pasando en una parte de la sociedad que no conocía e hice amistad con el comisionado penitenciario, Juan Miguel Petit”.

Ahora, más allá de atender las necesidades de unas 300 familias holandesas que residen en el país, una de sus funciones es hallar “ideas de inversión que les sirvan a los dos lados”. Se estudia un proyecto para que Uruguay exporte hidrógeno de fuentes de energía sustentables hacia Europa, desembarcando en el puerto de Rotterdam.

La llama viva.

El abogado Eduardo Antonich es cónsul de Croacia desde 2003 y tiene en su órbita a una comunidad de 5.000 descendientes que, con el tiempo, fue disgregándose. “Pero noto cierto despertar, un interés de las nuevas generaciones de conocer sus raíces”, dice.

Y algo más. Superada la guerra contra Bosnia, Croacia cambió su legislación con el fin de que retorne parte de la diáspora y además así atraer inversiones y población formada. Para acceder a la ciudadanía no se necesita hablar el idioma ni hay un límite generacional, una combinación que se ve beneficiada por el excelente registro de partidas de nacimiento que supo conservar Croacia a pesar de las guerras.

Esto, más su ingreso a la Unión Europea en 2013, generó un “aluvión” de solicitudes de ciudadanía por parte de descendientes en Uruguay. Antonich arma mensualmente la agenda para que sea la embajada, en Argentina, quien lleve adelante el trámite. “A veces me llaman y me dicen que no quieren la ciudadanía croata sino la europea, y eso hiere”, dice. Recientemente, para que la memoria no se esfume, publicó en Croacia un libro sobre estos inmigrantes en Uruguay.

orígenes

La apuesta de Armenia es por el retorno de los exiliados

Alicia Aprahamian tomó la posta en el consulado honorario de Armenia, que antes había inaugurado su padre. El cargo se lo ofrecieron desde la embajada, en Argentina y ella aceptó por sus fuertes sentimientos hacia esta patria. Inició sus tareas a fines de 2019 y al poco tiempo vivió desde esta parte del mundo el conflicto con Azerbaiyán. “Lo que hicimos fue ayudar desde acá económicamente y de todas las maneras que pudimos”, cuenta. La comunidad armenia “cada vez es más grande”, dice. Una década atrás eran unos 15.000 descendientes pero, como siempre pasa con las comunidades de migrantes, se va perdiendo la pista de algunos integrantes. “Que Armenia se haya independizado hace 30 años generó todo tipo de acciones para encender la llama del retorno”, cuenta sobre los programas para motivar a que los jóvenes regresen al país de sus ancestros.

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