Maldonado no es una ciudad común. Difícilmente en otra capital departamental de Uruguay pueda encontrarse, a una cuadra de la plaza principal, un comercio dedicado a la venta de uniformes para el servicio, incluyendo ropa para cocineros con delantal a rayas y gorros altos, o uniformes de sirvienta con cofia de encaje.
Las peculiaridades de Maldonado son varias. La principal, ser la mitad de un binomio compuesto por uno de los principales balnearios de América del Sur y la propia ciudad, unidos y entrelazados. Otra particularidad es la composición de su población: muchos de sus alrededor de 100.000 habitantes, tal vez más de la mitad, no son originarios del departamento. Según el sociólogo Ricardo Cetrulo, profesor de la Facultad de Ciencias Sociales y asesor de la intendencia fernandina en el área de políticas sociales, "uno de los fenómenos típicos de Maldonado es la composición demográfica, que es fruto de muchas migraciones del interior y de Montevideo, en busca de trabajo. En los períodos de baja en la construcción van quedando bolsones de pobreza, es un fenómeno típico local que tiene incidencia en otros fenómenos sociales".
Muchos de los que llegaron buscando bienestar económico no lo lograron, y eso terminó creando una buena cantidad de pobres, incluso indigentes, que en una zona geográfica muy pequeña terminaron codeándose con algunas de las principales fortunas de Uruguay, Argentina y alrededores. Se calcula que entre Maldonado Nuevo y Cerro Pelado hay unas 30.000 personas en situación carenciada.
Hay otras particularidades fernandinas, pero en general derivan de estas dos: su unión con Punta del Este, y la composición peculiar de su población. Maldonado es una ciudad concentrada en sí misma, que a diferencia de la mayoría de las capitales departamentales, no se molesta en mirar hacia el resto del departamento y su vida rural, sino que está siempre de cara al mar, o más concretamente, de cara a Punta del Este.
De los espectaculares desniveles económicos y sociales de Maldonado, y de la composición desintegrada de su población, surge un riesgo del que mucho se habla: la inseguridad.
Por inseguridad se entiende el miedo generalizado entre la población a sufrir despojos económicos menores (un celular, una cartera por la calle) o mayores (el saqueo de toda una casa, un auto, un objeto muy valioso). Esta inseguridad puede tener o no una correlación real en la cantidad y frecuencia de los robos. Muchos factores pueden provocar que la gente se sienta insegura, a pesar de que el número de delitos no suba, o incluso baje. Pero en el caso concreto de Maldonado/Punta del Este, la sola presencia de una sensación de inseguridad generalizada, tenga o no asidero real, puede ser catastrófica. "La sensación de inseguridad como clima subjetivo está en parte basada en hechos, y en parte está formada por campañas", dice Cetrulo. "Hay que comprender que hay políticas partidarias que intentan generar esa sensación, y los tiempos que los informativos le dedican a las noticias policiales es impresionante. Eso contribuye a generar la sensación de inseguridad. Pero una vez que está instalada el resultado es el mismo, las conductas de miedo. Y una sensación de inseguridad en un balneario tiene una significación anti turística muy importante".
La última actualización del Observatorio de Violencia y Criminalidad del Ministerio del Interior, en el mes de febrero, muestra que los índices de criminalidad aumentaron en el departamento de 2005 a 2006. Los homicidios subieron de seis en 2005 a 13 en 2006 (un 116,7%). Las lesiones, de 660 a 860 (30,3%). Las denuncias de violencia doméstica, de 193 a 379 (96,4%). Las rapiñas, de 88 a 102 (15,9%). Los hurtos, de 6.849 a 7.427 (8,4%). Los copamientos, de dos a diez (400%). En cambio, disminuyeron los delitos sexuales (de 82 a 69, 15,9% menos), los hurtos de vehículos (de 151 a 126, 16,6% menos) y los daños (de 310 a 268, un 13,5% menos). En el ranking nacional de delitos contra la propiedad Maldonado ocupa el tercer lugar con 8.101 denuncias en 2006, muy por debajo de Montevideo (81.961) y Canelones (22.639), pero muy por encima del resto del país. Rocha, 1.554. Paysandú, 3.446. Rivera, 1.916. San José, 2.635. Colonia, 975. Flores, 594. Y así los demás departamentos, con cifras similares.
Hay otros indicadores. Hasta la remoción de Óscar Peri Valdez, la Fiscalía de Corte llevaba un control minucioso de los casos que llegaban a cada repartición departamental. Según esos índices, en 2000 a la Fiscalía de Maldonado llegaron un promedio de 1,5 casos diarios. Desde la salida de Peri Valdez esos indicadores no se actualizan oficialmente, pero los fiscales de Maldonado calculan que en la actualidad reciben cuatro casos diarios, con picos de 11 o 12 en enero. En siete años, el número de casos que pasan por el sistema judicial de Maldonado se multiplicó casi por tres.
La misma acumulación de riqueza que hace tan notorias las diferencias sociales, produce casos policiales espectaculares. Una casa en Manantiales de la que se llevan 500.000 dólares en joyas, un casero se lleva otras joyas que valen 150.000 dólares de la casa que cuida, y pretende cobrar la recompensa por su devolución, 100.000 dólares también en joyas robados de una casa de Pinares del Este, 60.000 robados en una casa de Rincón del Indio mientras sus propietarios almuerzan en el jardín, otra chacra saqueada de sus bienes por valor de 100.000 dólares…
Víctimas
Margarita Zavalía es argentina, nacionalizada estadounidense. El 13 de enero la chacra que recién había comprado, camino a San Carlos, fue desvalijada. Acababa de amueblarla y proyectaba vivir allí con otra señora. Los 100.000 dólares de pérdidas incluyeron su colección de relojes.
Más que por las pérdidas materiales, Zavalía está dolida por la poca respuesta oficial: "Llamé al 911, y tardaron tres horas en llegar. No recibí absolutamente ningún apoyo". Ahora vive en un amplio apartamento con vista al puerto de Punta del Este, pero en abril deja la península para siempre. "Me siento defraudada. Lo único que encontré después del robo fue indiferencia, y resentimiento en la gente. La gente acá es muy resentida, comprendo que una colección de relojes es un lujo, una extravagancia si se quiere, pero yo tenía todo el derecho a tenerla. Y acá me hacen sentir que están resentidos por eso". Cuarenta años coleccionando relojes, y ahora muestra en su muñeca el único que le queda: uno de Mickey Mouse, comprado en un parque por 25 dólares.
Robos menores pero muy significativos también abundan. En febrero, al ex presidente chileno Ricardo Lagos le robaron una laptop de la casa donde veraneaba. Según una información de El País, en enero se presentaron un total de 974 denuncias por hurto en Maldonado, de las cuales 42 fueron por robos de entre 750 y 1.000 dólares, y 166 superiores a 1.000. En febrero hubo 671 denuncias, 92 de ellas por valores de más de 1.000 dólares. Tratándose de Punta del Este, "más de 1.000 dólares" llega a englobar cifras desmesuradas, como los ejemplos dados más arriba. La lista general de hurtos denunciados en Maldonado puede ir desde el robo de una garrafa de tres kilos hasta el hurto a un ciudadano argentino de un reloj Bulgari de 15.000 dólares.
La inseguridad existe cuando la gente se siente insegura, aunque no haya ninguna correlación estadística que acompañe ese sentimiento, o se logre demostrar que se basa solamente en prejuicios. "Los que dicen que en Maldonado no se puede salir de noche tienen razón, por lo menos para ellos en particular, porque es gente que de todas maneras nunca sale de noche", ejemplifica Juan Bautista Gómez, uno de los fiscales de Maldonado.
La percepción de esa esquiva "inseguridad" puede ser muy diferente para el propietario de una lujosa casa en Punta del Este que para un habitante de Maldonado. "Es más que nada histeria", asegura Lucía, una estudiante de derecho que en temporada trabaja como recepcionista de un hotel, y cuenta que en Montevideo la trataron de asaltar dos veces, ambas a mitad de la tarde de un día laboral. Lucía vivió toda su vida en Maldonado, y de niña frecuentaba el barrio Kennedy, actualmente de mala fama. "Es un barrio más", dice. Pero cuando se le pregunta sobre los adolescentes que viven junto a la puerta de la catedral, al lado del hotel, reconoce que eso es nuevo.
Se trata de un número impreciso de adolescentes, varios de ellos con el pelo teñido de amarillo, que viven bajo la pasiva de la catedral y a los que puede verse a las tres de la tarde durmiendo desparramados en el suelo, ajenos a la gente que pasa junto a ellos o al tráfico de vehículos en la calle. Un montevideano malpensado que se los cruce podría asociar estas siestas con el sueño profundo de alguien que pasó la noche consumiendo pasta base.
"La seguridad siempre es uno de los talones de Aquiles de la izquierda", reconoce Darwin Camblor, psicólogo asesor de la Dirección General de Políticas Sociales de la Intendencia.
"La seguridad es fundamental -dicen María Sara Baroffio y Leonor Pérez Echinope, integrantes de la Asociación de Acción Ciudadana-. En este mismo momento hay gente de la Intendencia y comerciantes de acá en Europa, tratando de imponer la idea de Punta del Este como un lugar para vivir. Tratando que europeos de mucho poder adquisitivo se muden a vivir a Punta del Este. Y si a esa gente no se le asegura una seguridad absoluta, va a ser imposible".
Es cada vez más común que extranjeros se afinquen en Punta del Este. Pero estos últimos años, también es común que hagan la valija y se manden mudar, como Margarita Zavalía, quien incluso convenció a una pareja de amigos estadounidenses que estaban a punto de comprar una propiedad en la península para que invirtieran en otro lado. Otro lado más seguro.
La Asociación de Acción Ciudadana es extremadamente conciente de los riesgos de la inseguridad, aunque puede parecer un poco exagerada su cruzada contra los cuidacoches ("Que a veces los ves cómo dejan la botella de cerveza en la vereda y vienen a pedirte una moneda cuando sacás el auto", cuenta con horror María Sara Baroffio). Pero sus sentimientos son extremadamente representativos del tipo de habitantes que se pretende atraer a Punta del Este.
Las propuestas de la Asociación pueden ser impracticables, como sugerir que la Intendencia construya grandes albergues para los trabajadores transitorios, o incluso un poco escalofriantes, como que se expida un documento identificatorio que separe a los residentes de los transitorios, y que se controle policialmente a cada persona "de afuera" desde su llegada a la terminal de ómnibus. Pero el concepto de fondo, expresado por Baroffio y Pérez Echinope, tiene su lógica: "Pretendemos que no se mire a Punta del Este como el lugar donde vive la gente con más plata, sino como a una fuente de ingresos".
Una encuesta de una consultora local dio como resultado que el 53% de los habitantes de Maldonado están a favor de la pena de muerte.
Victimarios
"Maldonado es el departamento más desigual del país", asegura Darwin Camblor. Y en algunos puntos, esa desigualdad coexiste de manera asombrosa. El barrio Kennedy puede verse en una foto aérea como una mancha gris en medio del verde lujurioso del club de golf y los barrios-jardín que lo rodean. El asentamiento El Placer tiene una vista privilegiada de La Barra, al otro lado del arroyo Maldonado (y viceversa).
En verano, tres jóvenes del barrio Kennedy asaltaron a dos mujeres mayores que jugaban al golf, y les robaron los palos. "Me sorprende que no haya pasado antes", dice Camblor. "Hay gente en el Kennedy que con lo que valen unos palos de golf, come cinco años".
"Donde hay plata hay mejores ladrones", resume Gustavo Zubía, otro de los fiscales de Maldonado. Y hace un recorrido por las características criminales de la ciudad: hay muchos más delitos contra la propiedad que contra la persona. Hay una escasa delincuencia profesional autóctona, comparada con la migratoria. La delincuencia que actúa en la zona tiene un marcado escalafón, desde los rateros circunstanciales a los ladrones que desvalijan chacras o roban joyas por 500.000 dólares. Hay muchos robos fingidos: Zubía recuerda a un sujeto que denunció el robo de 140.000 dólares que, decía, tenía en una caja de zapatos debajo de la cama. Cuando se lo comenzó a interrogar, se puso nervioso y retiró la demanda. "La plata va y viene", argumentó el "damnificado".
El fiscal sospecha que hay un gran tráfico de drogas, hasta el punto en que "lo que se agarra debe ser el 5% de lo que circula". Y hay un aumento anual del trabajo judicial, para el cual el sistema no está preparado.
"En España se calcula que lo adecuado es que haya un fiscal cada 20.000 personas. En temporada, acá tenemos tres fiscales para 400.000 personas", apunta Zubía. Las mismas carencias tienen los juzgados, que actualmente están fijando fecha de audiencias a cuatro meses en el futuro. Las carencias del sistema judicial, la saturación y las horas de espera que tienen que sobrellevar los denunciantes llevan, según la percepción del fiscal, a que haya menos denuncias por una sensación de cansancio generalizado en la población (quien pasa cuatro o cinco horas de espera en un juzgado, a veces incluso en la misma habitación que los denunciados, desarrolla una comprensible fobia a repetir la experiencia).
El sistema carcelario de Maldonado también es patéticamente ineficiente para los actuales niveles de criminalidad. En la cárcel de Las Rosas hay casi 400 presos, cuando la capacidad del edificio es de 150. Y las condiciones no son buenas. "Hace más de un año que estamos a la espera de que se coloque una docena de rejas internas eficaces en las zonas más problemáticas", cuenta Zubía. Las rejas son necesarias para separar a los presos más duros de los menos, "a los tiburones de las mojarritas", ilustra el fiscal. Como las rejas no llegaban, en 2006 un director interino de la cárcel, el comisario inspector De La Rosa, debió improvisar un muro de hormigón para dividir el edificio en dos áreas, una para los duros, otra para los primerizos. Básicamente, para proteger a los segundos de los primeros. Los pabellones con número bajo quedaron más librados a su suerte, los de número alto se mantuvieron ordenados y civilizados. "Las rejas exteriores de la cárcel protegen a la sociedad", dice Zubía, "las interiores protegen los derechos de los propios presos".
Recientemente el diario El Observador publicó que las autoridades policiales de Maldonado, gracias a una encuesta, se desayunaron de que en Las Rosas había presos de otros departamentos. La solución en estudio para la descompresión: derivar a los presos con buena conducta a las cárceles de sus lugares de origen.
"Mi mayor insatisfacción es que no estamos reeducando", dice el fiscal Gómez. Y señala que casi la totalidad de la población actual de Las Rosas pasó por el sistema penal de menores entre 2000 y 2005.
"En Maldonado hay una generación muy desatendida por la sociedad, hijos de los que vinieron buscando trabajo", dice Gómez. Según el fiscal, el 50% de los procesamientos de la ciudad corresponden a infractores menores de edad. Se acaba de inaugurar un hogar diurno del INAU para menores infractores, con apoyo municipal, cerca de lo que era la antigua estación de AFE, pero sólo atiende a casos de faltas leves. "Es algo muy positivo, sin duda, pero llega diez años tarde", según Zubía. Los menores que cometen faltas graves son enviados a Montevideo, de donde tarde o temprano vuelven "criminalizados".
Niños y emigrantes
"Durante muchos años el Estado se replegó en el cuidado de los niños, y ellos viven solos, los crían sus pares", dice el psicólogo Camblor. Se refiere a esa generación de hijos de emigrantes de todo el país que llegaron a Maldonado en diferentes oleadas, buscando trabajo. Son los emigrantes que Acción Ciudadana pretende que vivan en alojamientos municipales, que tengan un documento de identidad especial y que, terminada la temporada, vuelvan a sus departamentos de origen.
"Los que llegan tienen una visión distinta de la realidad de Maldonado. Hay que trabajar más de lo que se esperaba, y eso provoca frustración", explica Camblor. A eso se suma una "masculinización de la sociedad", debido a la mayor llegada de hombres en busca de trabajo. No sólo eso, también abundan los jóvenes problemáticos (o los solterones dipsómanos) de muy buena posición a los que sus familias mandan a vivir a un apartamento en Punta del Este, para sacarse un problema de arriba. El éxito del prostíbulo de Naná no es casualidad, y aunque tiene sus mejores ingresos durante la temporada, en invierno sigue funcionando.
Como remate, para aumentar la presión sobre los migrantes que llegan, dentro del panorama laboral uruguayo, "Maldonado es en general la única alternativa del que viene a trabajar, lo que provoca más estrés", dice Camblor. El emigrante interno uruguayo, o va a Maldonado o no tiene a dónde ir.
Eduardo López, de 25 años, es uno de los que llegó en busca de trabajo desde su natal Canelones. Primero hizo una escala en Pan de Azúcar, donde trabajó como monteador nueve horas diarias por 300 pesos. El trabajo era demasiado duro, así que siguió hasta la capital del departamento. Como muchos recién llegados, se encontró con que no tenía posibilidades de conseguir una vivienda en una ciudad que por momentos resulta absurdamente cara, incluso en cosas básicas. Aunque consiguió trabajo en un aserradero no podía costearse alojamiento, ni siquiera en una pensión, y tuvo que dormir junto a la puerta de la catedral, con los adolescentes de pelo amarillo. A fines de 2006 abrió un hotel en la misma cuadra, y Eduardo consiguió trabajo y un lugar fijo donde dormir. Justo a tiempo, porque el día antes de entrar a trabajar al hotel le robaron todas sus pertenencias del rincón donde vivía. Ahora Eduardo está satisfecho, planea volver a estudiar y está decidido a quedarse en Maldonado. "Yo acá vine a trabajar", afirma.
Eduardo tuvo suerte en su intento de conseguir una vida mejor, pero a otros no les va tan bien. Particularmente para los que llegan con su familia, el problema de la vivienda es insalvable. Por eso no es para asombrarse de la proliferación de asentamientos o barrios precarios. El más conocido es el barrio Kennedy, aunque tiene varias décadas de antigüedad y en realidad no se parece en nada a un asentamiento como los que pueden verse en Montevideo. Es un barrio humilde, con zonas más deprimidas que otras, pero con una actividad comercial y social que en un asentamiento montevideano sería impensable. La gran mayoría de los habitantes del Kennedy son trabajadores, y dentro del mismo barrio se achaca su mala fama a un bolsón central donde vive una veintena de "malandros".
Marta y Gustavo tienen un almacén en el borde del Kennedy desde hace varios años, y nunca tuvieron problemas. "Acá se vive normalmente", dice Gustavo mientras sostiene a su nieta de pocos meses. "Yo trabajo en un reparto, tengo mi camioneta, y mi señora atiende el almacén. Tenemos rejas en las ventanas, tratamos de que la casa no quede sola, pero aparte de eso no es la zona roja que muchos dicen. Hay sí unos malandros, pero nosotros no nos metemos con ellos y ellos no se meten con nosotros. No son muchos, una docena a lo más. Y es claro quiénes son, porque hay épocas en que el barrio está totalmente tranquilo, y es porque por alguna cosa los metieron presos. Después los largan y la cosa se pone un poco más complicada, pero tampoco un infierno".
Gustavo cuenta que al principio, cuando llegó a Maldonado y se fue a vivir con Marta al Kennedy, tenía otra camioneta cuya puerta trasera no cerraba. Algunas noches la dejaba llena de mercadería, y el mecanismo de seguridad consistía en llevarla marcha atrás hasta que la puerta quedaba apoyada contra un árbol. Nunca le robaron nada.
Ni Gustavo ni Marta son nativos de Maldonado. Otro residente del Kennedy, oriundo de Montevideo, dice que no debe conocer más de cuatro fernandinos en todo el barrio. Tampoco son locales los habitantes de los demás asentamientos de la ciudad, de El Placer, de Granja Cuñetti o Maldonado Nuevo. O de los increíbles ranchitos precarios que pueden vislumbrarse, si se sabe dónde mirar, entre los árboles junto a las enormes obras en construcción sobre la Brava, a 50 metros de las playas más famosas de Uruguay.
Vecinos pero no revueltos
"Hay gente que hace 30 años vino de Cerro Largo a vivir acá, y en un partido Cerro Largo contra Maldonado, hincha por Cerro Largo", cuenta Cambón.
Hay un problema de identidad en Maldonado, y no hay que ser psicólogo para notarlo. "Acá la gente es muy desconfiada, muy cerrada", dice el fiscal Gómez, que hace una década llegó a Maldonado. "No son de dar confianza, están muy acostumbrados a que la gente llegue y se vaya cada año, a muchas despedidas una atrás de otra".
Para el sociólogo Ricardo Cetrulo, "hay una característica particular de la cultura fernandina, que es la no-identidad. No es lo mismo un habitante de San Carlos, enraizado en su tierra, que el habitante de Maldonado, que en alguna forma está desarraigado de sus orígenes".
Hay algo de flotante, de poco concreto, en la realidad de la ciudad. Paseando por cualquier barrio, puede verse en un patio, junto a un galpón, o tirado en un rincón, algún cartel enorme, ahora herrumbrado y despintado, que en su momento anunció un negocio que ya no existe. La gente viene y se va, los negocios aparecen y desaparecen, los precios cotidianos fluctúan a lo largo del año. Eso, forzosamente, tiene que tener repercusiones en la psiquis colectiva.
Para Camblor, las señales de este impacto son varias. Un detalle significativo, señala, es que en fin de año, después de las 12 de la noche, no se ve a la gente yendo de casa en casa a saludar a los vecinos, como es normal en cualquier otra ciudad del interior, e incluso en muchos barrios de Montevideo. No hay sentido de pertenencia, no hay una trama social. Camblor cita un artículo de Víctor Giorgi que enumera las cuatro condiciones para una sociedad inclusiva: la existencia de redes sociales, la pertenencia a una identidad cultural, la inclusión social y la participación y el ejercicio de la ciudadanía. Según Camblor, ninguno de estos elementos está presente en Maldonado.
Esta falta de sentido de pertenencia lleva a la crisis de las organizaciones sociales. En Maldonado las ONGs, los Rotarios, incluso los clubes deportivos, están en crisis. "La gente no se apropia de las cosas", dice Camblor, y asegura que hasta la iglesia católica tiene sus problemas, lo que a juzgar por el triste estado de la fachada de la catedral, parece cierto. Las paredes descascaradas y los graffitis sin cubrir en el edificio no parecen hablar de opulencia, aunque la febril actividad del padre Víctor Hugo Brigante parece desmentir la crisis. El padre se excusó de ser entrevistado para esta nota, pidiendo disculpas por su exceso de trabajo. Acto seguido salió volando hacia los fondos de la sacristía catedralicia, como si hubiera dejado por la mitad un ritual de exorcismo particularmente complicado.
Con una rara mezcla de provincionalismo y sofisticación, similar a la que predomina en toda la ciudad, otros fernandinos que podrían haber aportado a esta nota tampoco quisieron colaborar. La más celebre, la jefa de policía Graciela López. Luego de trepar trabajosamente por un arborescente sistema de secretarios y encargadas de prensa, y debido a que las promesas de una entrevista no se concretaban, una llamada al celular de la jefa pareció buena idea. La jefa atendió su celular en persona, pero al enterarse del motivo de la llamada dijo estar muy ocupada en un acto oficial, y cortó la comunicación (en honor a la verdad, se escuchaba una tenue musiquita militar de fondo). Tal vez algún vidente, de los que tan inapreciables servicios le prestaron en el pasado reciente, le aconsejó no exponerse a la prensa.
La asistente social Rosario Nogués, que trabaja en la Dirección General de Políticas Sociales de la Intendencia de Maldonado, a pesar de la buena disposición del director de la división y de otros asesores técnicos, prefirió poner mala cara a la posibilidad de una entrevista, aceptar a regañadientes y, a la hora convenida, apagar su celular para no concretarla. En cambio los damnificados por un robo o las representantes de Acción Ciudadana se mostraron dispuestos de inmediato a colaborar. Hay veces en que es más sencillo reafirmar los propios prejuicios, y hablar de "flechamiento informativo", que dar elementos que sirvan para rebatirlos, o para poner otros argumentos en perspectiva.
De caddies y golfistas
Maldonado es muy peculiar. Es una ciudad (dos, pegadas) muy desigual, con una larga historia pero con un presente tenue y difícil de definir. Es una ciudad de mezclas insólitas, y de separaciones imperdonables. Difícilmente vuelvan los tiempos felices en los que Poupee d`Arenberg, la madre de Laetitia, invitaba a gran parte de los habitantes del Kennedy a un asado anual en el Club de Golf (tradicionalmente, hasta hace un tiempo todos los caddies del club provenían del Kennedy, y la cercanía del barrio le era funcional al club). Los tiempos en que Maldonado era de los fernandinos, en que la gente llegaba para hacer la temporada, que duraba tres meses, y se volvía a su ciudad, dejando a los locales con sus tradicionales estrategias de supervivencia para el invierno. Los tiempos, posiblemente míticos e ilusorios, en que todo era mejor, más tranquilo y más manejable. Los tiempos en que las brechas sociales no se veían en cada esquina, en que se podía dejar la puerta de la casa de verano abierta por las noches, las bicicletas en el jardín y el auto con la llave en el arranque. Cuando los juzgados no estaban saturados, las empresas de alarmas no hacían fortunas, en Gorlero no había cuidacoches, los caseros no robaban joyas, los dueños de apartamentos de 300.000 dólares eran "amigos" de los porteros…
El diálogo entre las clases sociales en Maldonado no será el mismo que hace 30 años, pero sigue existiendo. Las mezclas no se hacen en los asados de Poupee, pero se dan. El fiscal Zubía cuenta un caso que le llamó mucho la atención, sobre todo por repetir un patrón que ya vio tres o cuatro veces con anterioridad. El verano pasado un adolescente argentino que llegó a Punta del Este en un yate con su padre, un empresario propietario de taxis en Buenos Aires, fue detenido cometiendo una rapiña junto a otros dos jóvenes locales, del barrio Kennedy.
Maldonado deberá solucionar sus problemas sociales, tanto los actuales como los que se perfilen en el futuro. Un dato del Instituto Nacional de Estadística, midiendo lo que se conoce como "estructura de oportunidades", muestra que en Montevideo existen 15 puntos de diferencia en cuanto a las necesidades básicas insatisfechas entre el barrio Casabó y Punta Gorda. En Maldonado, la diferencia entre dos muestras extremas es de 30 puntos. Por ejemplo, por cada niño que dejara la escuela en un conjunto de hogares con necesidades básicas satisfechas, en los hogares más vulnerables dejarían 30, la clase entera.
De alguna manera Maldonado tendrá que combinar los derechos y necesidades de su gente de clase media y obrera, y de sus indigentes, con los de los ricos y (algunos) famosos que vivan o veraneen en la península. Maldonado necesita a Punta del Este, aunque con tanto desnivel económico, el resentimiento es casi inevitable. "Maldonado es la ciudad sufrida de Punta del Este, le saca las cargas sociales", explica Camblor. Pero mientras que por un lado, ilustra el psicólogo, "ningún cartel de la ruta dice Maldonado, todos dicen Punta del Este", por otro "la gente acá está de cara al mar, de espaldas al resto del departamento". Vivir en la ciudad, pegado al balneario, puede ser una inagotable fuente de resentimiento acumulado, pero al mismo tiempo es la aceptación de un destino compartido. Maldonado no puede vivir feliz si la gente de Punta del Este no se siente segura.
Y es que en el fondo, hay algo que todos comparten. Casi todos lo dicen, y seguro todos lo piensan. Gómez y Zubía en sus despachos de la fiscalía, Camblor en su consultorio, Eduardo López en su habitación del garage del hotel, María Baroffio y Leonor Pérez en sus reuniones de Acción Ciudadana, Marta y Gustavo en su almacén, Margarita Zavalía en sus amargos últimos días en la península, incluso la jefa López en sus investigaciones paranormales, todos ellos, y los demás, pretenden y anhelan vivir en paz.