ELOÍSA CAPURRO
Desde los seis años Nahuel va al psicólogo. Las maestras lo veían distraído en clase, todo el tiempo molestando a sus compañeros y con notas que dejaban mucho que desear. "Sus cuadernos no reflejan lo inteligente que es", le decían a su madre, Yanina Silva, y le explicaban que tal vez fuera por inmadurez o hiperactividad. Incluso le dijeron que podría ser que el niño, que hoy tiene nueve años, estuviera reclamando más atención.
Yanina, de 26 años, es peluquera y, además de Nahuel, tiene que mantener a otro hijo de seis y ahorrar para uno que viene en camino. Pero como su trabajo le exigía estar fuera de casa desde las 8 de la mañana hasta las 9 de la noche, prefirió hacer a un lado los números y privilegiar el bienestar de su hijo mayor. Hasta compró un libro de hiperactividad, para saber qué era lo que le pasaba.
Pero al tiempo, las quejas de las maestras se repitieron. "Desde primer año va a escuela privada por problemas de aprendizaje. Pero ahora está en riesgo de perder el año. Al final pasaba lo mismo que cuando trabajaba", reflexionó la madre. A los problemas de atención se sumaron fuertes dolores abdominales, dolores de cabeza y problemas de vista. Hace un mes le dio un paro respiratorio en la mitad de la clase. Pero cada vez que lo llevaba al médico, una mutualista privada, los exámenes le daban normales. "Todo parecía estar bien, pero algo no andaba bien", dijo Silva.
Hasta que un día la maestra la citó a ella y a otra madre. "El otro niño también tenía problema de aprendizaje y le dijeron que era porque tenía plomo en la sangre. Cuando escuché se me ocurrió que podía ser eso, pero no estaba informada de lo que era tener plomo". Cuando le hicieron el examen de plombemia, Nahuel mostró 23,1 microgramos de plomo por decilitro de sangre. Para el Ministerio de Salud Pública (MSP), el nivel de riesgo es de 20 microgramos; para la Organización Mundial de la Salud ya 10 microgramos de plomo por decilitro de sangre pueden afectar la salud y el aprendizaje del niño.
"Me dieron un medicamento y me dijeron que le diera más hierro en la dieta. Pero no me explicaron nada más", se quejó Silva. Ella sola descubrió que el medicamento no se lo podía dar a Nahuel con el desayuno, porque lo vomitaba. La semana pasada fue a consultar al Hospital Pereira Rossell, donde se encuentra la policlínica de Contaminantes Ambientales que desde 2001 trabaja concentrada en la problemática del plomo. Allí le mandaron realizarse nuevos exámenes de sangre a Nahuel, pero también a ella, que está embarazada de siete meses y ya le habían recomendado reposo obligatorio por amenaza de parto prematuro.
DESDE EL INICIO . El 21 de junio, Qué Pasa informaba sobre la precaria situación del asentamiento de la cañada Victoria donde al menos 54 familias viven entre chapas, basura y, esa era la razón del artículo, plomo. El lugar fue uno de los tres puntos que acaparó la atención de la prensa en 2001, cuando la problemática de la plombemia estalló en La Teja. Pero, al contrario de los asentamientos Inlasa y Rodolfo Rincón, las familias de la cañada Victoria siguen viviendo en el mismo sitio. Allí donde el Laboratorio de Calidad Ambiental de la Intendencia Municipal de Montevideo (IMM) detectó varios focos con más de 400 microgramos de plomo por kilo de suelo, el máximo de peligrosidad establecido por las normas estadounidenses.
Durante aquella visita, los vecinos contaron que mientras el problema formó parte de la agenda de noticias, una camioneta del MSP pasaba regularmente para que hacer controles de plomo en sangre. Pero fue sólo por un tiempo. Desde entonces, las familias que pueden acuden al Pereira Rossell para hacerse los exámenes. Un padre relató que, sólo con el viaje, sus hijas perdían todo un día de clase. La mayoría no recordaba cuándo había sido su último control y los pocos que sí, hablaban de cifras por encima de los 10 microgramos de plomo por decilitro de sangre.
Pero en La Teja (el barrio de Nahuel) el problema del plomo es de larga data. Las antiguas extracciones de cal y piedra, que se utilizaban para la construcción, fueron rellenadas en 1940 o antes con basura y tierra y terminaron formando depósitos de tierra contaminada con metales, entre ellos el plomo. A esto se sumó la actividad de las industrias de procesamiento, recuperación o fundición de metales que funcionaron en la zona y hoy están cerradas. Incluso la quema de cables que se realiza en ciertos asentamientos contribuye a la contaminación.
Esperando soluciones, algunas familias de la cañada ya habían tomado el asunto en sus propias manos.
En junio, la Justicia falló a favor de un niño que en 2000 había presentado 55 microgramos de plomo por decilitro de sangre y obligó al Estado a pagarle una indemnización de 60.000 pesos y otros 50.000 pesos para su madre.
Los que todavía pedían ser realojados, tenían sus esperanzas puestas en otro fallo que ese mismo mes obligó a la IMM y al Ministerio de Vivienda, Ordenamiento Territorial y Medio Ambiente, a trasladar a las familias afectadas por plomo en un máximo de seis meses. Por cada día de atraso, las autoridades deberían pagar una multa de 900 unidades reajustables.
El ministerio presentó un recurso de aclaración, pero luego no apeló el fallo. La intendencia sí. El recurso será contestado en esta semana por el fiscal Enrique Viana, quien había presentado originalmente la denuncia.
Pero este es sólo uno de los frentes que lleva adelante el fiscal. En 2003 había presentado una demanda contra el MSP para obligarlo a que bajara su normativa de 20 a 10 microgramos de plomo por decilitro de sangre. Sólo las familias que llegaban a los 20 microgramos recibían una canasta del Instituto Nacional de Alimentación, con alimentos en base a hierro y calcio que contribuyen a bajar los niveles de plomo en sangre. Pese a que en primera instancia la demanda fue desestimada, la semana pasada el Tribunal de Apelaciones aceptó llevar el caso hasta la Suprema Corte de Justicia. Será ella la que tendrá la decisión final.
LOS OTROS. Yanina Silva no vive en el asentamiento de la cañada Victoria. Su casa es humilde, pero es de material y el piso tiene baldosas. Dice que Nahuel, su hijo, sólo está en contacto con la tierra de un árbol que tienen en el patio. En el Pereira Rossell le dijeron que la plombemia que registró el niño podía deberse a lápices o juguetes que se llevara a la boca, o incluso por las cañerías porque, aunque ella cambió las de su casa, las conexiones de la calle están hechas con plomo.
Una situación similar vive Isabel Araújo. Su casa también es de material y, aunque es precaria y se nota la humedad de las paredes, allí su hijo de 14 años no juega entre la tierra contaminada. Sin embargo al niño, que en 2001 comenzó a controlarse en el Pereira Rossell, le subieron de 14 a 20 los microgramos de plomo por decilitro de sangre.
Pero, aunque no vivan en el asentamiento, tanto Silva como Araújo están cerca de la cañada Victoria. Y, según una normativa existente del ministerio, todas las familias que vivan en zonas contaminadas, inundables, que tengan un taller mecánico a cinco cuadras a la redonda o que residan entre cinco y 10 cuadras de un lugar de fundición de metales, deberían hacerse exámenes de plombemia. "Incluso si el niño presenta dificultades de aprendizaje debería hacer el examen", explicó la doctora Elena Queirolo, de la policlínica de Contaminantes Ambientales del Pereira Rossell. "Parece que todos tendrían que haberse hecho un examen de plombemia en Uruguay. Pero, como la pauta no señala obligatoriedad, no se hizo. Si estuviéramos todos más atentos al control del desarrollo normal del niño, probablemente los pediatras tendríamos que estar pensando mucho más en la contaminación por plomo", agregó.
Aunque según Queirolo, hoy la policlínica atiende a "pocos" niños con más de 20 microgramos de plomo por decilitro en sangre, el problema sigue existiendo. "Nosotros recibimos niños de cualquier parte (del país). Pero todavía es una población bastante sesgada en cuanto a nivel socioeconómico. Vienen grupos grandes de niños que fueron captados en asentamientos", dijo. Argumentando razones de tiempos administrativos, la dirección de pediatría del hospital se negó a brindar para esta nota las cifras exactas de las consultas que la policlínica recibe por mes.
Tener plomo en la sangre, aunque sea a niveles inferiores a 10 o incluso a cinco microgramos, puede afectar el futuro del niño. "Ya se sabe que con niveles de cinco microgramos de plomo por decilitro de sangre, se afectan todas las funciones cognitivas del niño. Hay estudios que confirmaron que se pierde más coeficiente intelectual en los primeros 10 microgramos que en los siguientes. Así se torna más urgente que el niño no tenga plomo", explicó Queirolo.
Problemas motrices, anemia, dificultades de aprendizaje, problemas de conducta, dolores abdominales, fatiga muscular, disminución de la audición y hasta problemas en la coordinación visual-espacial son algunas de las consecuencias que se ven en los niños afectados por el plomo. "Son chicos que tendrán un desarrollo inadecuado, que caminan más tardíamente que lo que corresponde a su edad, que no pueden jugar un tiempo completo de baby-fútbol. El problema fundamental de un niño con plomo en sangre es que puede ocasionar daños irreversibles en su sistema nervioso, que está en desarrollo. Los daños son reversibles hasta los 3 años. Pero si es captado después, muchas cosas, sobre todo la alteración de las funciones cognitivas y el lenguaje, son irreversibles", agregó la doctora.
La IMM continúa realizando estudios, especialmente en los asentamientos, para identificar los terrenos que tengan contaminación por plomo. Según el director de Desarrollo Ambiental de la comuna, Néstor Campal, desde julio hasta ahora no han encontrado ninguno nuevo. Todos son los "viejos conocidos". Mientras tanto al Pereira Rossell todavía llegan niños hiperactivos, agresivos, que parecen no aprender y que consultan, mayoritariamente, por las reiteradas quejas de las maestras. Porque el problema está lejos de desaparecer.
Cómo entra el metal en la sangre
El plomo tiene dos formas de entrar al organismo: por vía inhalatoria y por vía digestiva. En la primera se trata de vapor de plomo, la forma menos común y se da, por ejemplo, al respirar el humo emanado de una fundición de metales. Por la vía digestiva, más común, entra polvo de plomo. Sucede al tomar agua que pase por una cañería hecha de plomo o por utilizar pinturas anteriores a 1950, cuando la cantidad de plomo permitido para hacerlas era mayor. Una vez en la sangre, el plomo busca compuestos que reemplazar como el calcio, el zinc y el hierro, que están en todo el cuerpo. El plomo, que es una sustancia que no cumple ninguna función para el organismo, también puede quedar depositado en los huesos, causando osteoporosis.
Más controles para prevenir
Dos proyectos cambiarían este año la forma de combatir la plombemia en Uruguay. Se trata de una nueva normativa del Ministerio de Salud Pública y de una ley. Según la doctora Elena Queirolo, de la Policlínica de Contaminantes Ambientales del Hospital Pereira Rossell, la primera bajaría a 10 microgramos por decilitro de sangre lo que el Ministerio de Salud Pública considera como riesgoso. Desde ese nivel se podría intervenir ambientalmente al niño, investigando las causas de la plombemia. La otra medida corresponde a una ley, a estudio de la comisión de Salud de Diputados, que haría obligatorio el examen de plombemia a los niños menores de seis años e incluso instauraría la necesidad de controles apenas el niño nazca, con muestras extraídas del cordón umbilical. "El niño que nace de una madre que tiene 10 microgramos de plombemia, tendrá un poquito más de esa cifra, que es altísima para un niño en gestación", dijo.