Nadie se salva: este invierno encuentra a los 19 departamentos del país con personas en situación de calle. Al duro panorama de Montevideo, se le suma un aumento de la población que duerme a la intemperie en distintas localidades del interior. Entre las más pequeñas, hay algunas que lidian con esta problemática por primera vez. Los vecinos observan atónitos a personas revisando las volquetas. Otras veces ven a hombres y cada vez más a mujeres buscando abrigo debajo de puentes, o en los zaguanes de casas abandonadas, o junto a las vías del tren, o en plazas, o durmiendo en paradas de ómnibus, o acampando en la falda de los ríos, como el hombre que ayer falleció en Salto.
La solidaridad en las distintas comunidades todavía es fuerte, evalúan diferentes referentes departamentales. Pero hay zonas donde la convivencia empieza a resquebrajarse. En Bella Unión, por ejemplo, pasa algo parecido a Montevideo. Dice el alcalde William Cresseri: “Son unas 40 personas que tiran todo lo de los contenedores, ensucian la ciudad en forma permanente. Molestan en los semáforos y en los comercios medio grandes hay dos o tres casi exigiendo dinero. La gente ya está bastante cansada de esa situación. Vas a la panadería y tenés que pagar un peaje. Piden la moneda no para comer, es para ir a comprar la cerveza. Y eso es lo que la gente repudia, porque si es por un plato de comida, la gente le da; están enojados”.

Según se relevó para este informe, por lo menos en 12 departamentos el problema se agudizó: en Canelones, San José, Maldonado, Colonia, Lavalleja, Durazno, Tacuarembó, Paysandú, Salto, Treinta y Tres, Artigas y Rivera. En la mayoría de los casos el aumento es leve, pero hay ciudades en que esta población se duplicó y los refugios están a tope.
Sea cual sea el caso, el fenómeno no pasa desapercibido. Desde el gobierno, la sensación es de cierta sorpresa. Se creía que en el interior había una situación “más bien controlada”, porque eso de que “en las comunidades chicas se suelen cuidar mejor los unos a los otros”, plantea Mercedes Clara, la directora nacional de Gestión Territorial del Ministerio de Desarrollo Social (Mides).

La otra hipótesis es que no se estaba mirando lo suficientemente a fondo lo que pasaba más allá de Montevideo. “La situación está en todos los departamentos, pero con números variables. Es interesante porque desde el Mides los distintos relevamientos que se han hecho como que no han mirado tanto el interior, o sea que no es que sabemos de dónde se parte”, señala.
En ese sentido, el plan invierno podría resultar revelador. Por el momento, se han mejorado y ampliado los cupos de los refugios nocturnos, llegando a 610 plazas para todo el interior; es decir, 100 más que las que había el año pasado. Pero la cantidad de personas en calle podría ser mayor, ya se sabe que los que aceptan dormir bajo un techo son solo una parte. “Estamos tratando de afinar los conteos para poder al cierre del invierno tener claro el número”, dice Clara.
Esa es una cifra esquiva, que se cristaliza cuando hay uno que muere solo en el frío. Y ya van cuatro que fallecen en lo que va del año. Uno de ellos, Heber Abel Pérez Techeira, de 64 años, murió en Rivera. Solía negarse a dormir en alguno de los dispositivos del Mides, que en ese departamento atienden al menos a 55 personas.
La noche en que murió Heber Pérez, el frío todavía era tolerable en Rivera, dicen las autoridades departamentales —que no hicieron más declaraciones para este informe— pero ahora que el invierno está afilando las garras los equipos que salen al encuentro de esta población se preparan para atajar las más diversas situaciones. El último fallecido fue en Salto, que este invierno cuenta más de 70 personas sin cama ni techo. Al hombre lo encontraron en una carpa cerca del río Uruguay. Al cierre de esta edición todavía no se había revelado su identidad; por ahora es un muerto sin nombre.
Teléfonos del Mides
Ante la ola de frío, el Mides difundió los números para dar aviso de personas a la intemperie: 0800-8798 y 092 910 000 (mensaje de WhatsApp) en Montevideo; y 911 en el interior del país.
Los que vienen.
Fue un aumento progresivo. Patricia Pelúa, edila por el Frente Amplio en Lavalleja, retiene una imagen del invierno pasado: en uno de los bordes del llamado “puente de hierro”, donde hay una rambla, los juegos infantiles se habían convertido en un tendedero de ropa de personas hundidas en la pobreza, que acampaban allí. “Antes en Minas teníamos a una sola persona que se la atendía porque no quería salir de la calle, pero de tres años para acá se incrementó muchísimo”.
La nueva realidad se volvió tema de conversación y se reclamó al Mides un nuevo dispositivo que se abrió antes que se activara el plan invernal.
En Río Negro, el intendente interino Fabricio Tiscornia cree que la cosa empezó a cambiar con la pandemia. “Ahí estaba fulero, la gente cruzaba por el puente de Fray Bentos y había que llevarles viandas”, recuerda. Eran personas “en tránsito”, sobre todo extranjeros —argentinos, venezolanos, cubanos— que entraban de pasada hacia otros destinos.
El flujo se redujo pero persiste, y algunas personas las ven hurgando en las papeleras de la capital, “un fenómeno nuevo para nosotros”, describe el jerarca. “Llega gente permanentemente de Argentina y venezolanos que ahora, al estar abierto el refugio, pernoctan ahí y luego siguen su ruta”, dice Patricia Amarillo, directora de Políticas Sociales de la comuna.

La actividad en la ruta 3 conduce a varias personas hacia Young, la segunda ciudad más grande del departamento. “Lo más común es recibir a artesanos que fueron a hacer temporada al este y empiezan a retornar a sus lugares de origen”, explica. En estos casos, el Mides suele actuar como un nexo e intenta contactar con los vínculos en sus destinos, incluso les provee el pasaje para que continúen viaje.
Después está el llamado “núcleo duro”, que representa el 75% de los 20 usuarios que concurren a los refugios. Son hombres entre 30 y 60 años, mayormente oriundos del departamento, adictos a sustancias y con patologías de salud mental.
Veinte parecen ser pocos, pero no lo son. “Las instalaciones del refugio de Fray Bentos se vieron colmadas y hubo que sumar al cuartel”, plantea José Martínez, coordinador del departamental. En Young, donde esta población es menor, se arman camas en una parte del estadio de fútbol.
En Colonia también se llenó el refugio. Walter Godoy, director de la unidad Pymes de la intendencia, dice que es frecuente la presencia de personas “que no son de acá”. Se rebuscan cuidando coches o matan el tiempo en las esquinas. Maxi Olaverry, director departamental del Mides, confirma que esta población ha crecido, aunque muy poco. Eso sí, por primera vez montaron un refugio para mujeres.
Cada noche, la intendencia de Durazno entrega 490 platos calientes en cinco centros barriales del departamento. Es un número fuerte, pero que supera ampliamente al de población en calle.
Un relevamiento primario constató un leve aumento, con un total de 32 personas que no quieren ir al refugio del Mides que funciona en la Fuerza Aérea, donde duermen entre 11 y 12 personas. El intendente Carmelo Vidalín dice que “viven en casas abandonadas o en lugares donde se sienten más cómodos que en un lugar donde la Fuerza Aérea brinda comodidades”. “Es gente que no quiere que le pongan disciplina”, opina.
También en este departamento por primera vez hay presencia de mujeres en calle, algo que antes no sucedía, asegura Leonella Camejo, que asumirá como directora departamental del Mides.

En la ciudad de Libertad, en San José, la gente en la calle es como un goteo: pasaron de ser tres a siete. Suelen llegar desde el litoral, dice el alcalde Matías Santos. “Vienen en busca de una oportunidad laboral, se van quedando y se quedan”.
Aunque su presencia preocupa, porque se teme que otros más lo vean como un lugar para instalarse, lo cierto es que no hay rispideces con los vecinos. “No te das cuenta de que están, no te duermen en la vereda, no se tapan con cartones, siempre buscan algún lugar donde no los molesten y les dé abrigo”, describe el alcalde.
Ponerse creativos.
El asunto es si se podrá responder a la demanda cuando venga el frío, plantean distintos directores departamentales que enfatizan que de momento tienen un presupuesto reducido. La clave está en anticiparse a lo que se podría venir —más mujeres en situación de calle, algunas embarazadas, algunas con hijos a cargo que requieran otro tipo de dispositivos y abordaje— y “adaptar el cuerpo” a las necesidades que surjan.
Maldonado, donde el problema se agravó, tiene una población heterogénea, rotativa y zafral. Ahora son 120 los que asisten a los dispositivos en la capital y en San Carlos. No hay un equipo del ministerio que recorra las calles, esta tarea la hace la Policía. A las personas que detecta, se les ofrece ir a un refugio y si se niegan se les pide que respondan un formulario para tenerlos en el radar. Pongámosle que los que aceptan superen los cupos disponibles, ¿qué se puede hacer? Por ejemplo coordinar con el Ministerio de Salud Pública (MSP) una cama para esa noche.
Las respuestas “se tejen”, dice Paula Caballero, directora departamental del Mides. “Otras veces vemos si hay algún sostén familiar en otro departamento y articulamos para que vayan a un refugio de otro lado. O nos llegan a nosotros desde otros departamentos”, relata.
La creatividad depende de una red. “Hay como un músculo en el interior del trabajo conjunto. Sin esa interinstitucionalidad no nos sería posible responder a estas situaciones”, reconoce Clara.
Los socios claves del Mides en esta cofradía son el Ministerio del Interior, el de Defensa, el MSP, los Centros Coordinadores de Emergencias Departamentales (Cecoed), el Instituto del Niño y Adolescente del Uruguay, la Junta Nacional de Drogas, las intendencias y los municipios.
Las instalaciones de la Armada y de los batallones suelen convertirse en dispositivos adicionales a los refugios. En alguna ocasión se recurrió a alguna instalación de un municipio y hasta a comisarías para improvisar una cama de urgencia y evitar así una fatalidad. También se recurre a pensiones, en especial cuando se trata de alojar a mujeres embarazadas y si tienen hijos a cargo. Y se alquilan casas y chacras.

Dirigir a parte de la población en calle a una chacra en Progreso, fue una de las soluciones que se encontró en Las Piedras, que junto a Pando y Atlántida habían tenido un pico descomunal tres años atrás. Ni siquiera había refugio en Las Piedras, que ahora pasó de 300 personas a 110. Es una buena noticia. “Mayoritariamente es gente que sale de la cárcel de Canelones y viene para acá porque hay movimiento para hacer una moneda”, dice el alcalde Gustavo González.
Los costos de las propiedades ideales para este uso suelen ser altísimos y en ocasiones, como en Salto —donde el crecimiento de la población saturó la respuesta y se decidió alquilar una casona en el centro de la ciudad—, la intendencia cubre los costos de los servicios eléctricos, telefónicos y de agua.
En Tacuarembó, que pasó de contar siete personas en calle a sumar más de 20 (incluyendo una pareja con una beba de dos años), el Cecoed donó cuatro contenedores para duplicar la respuesta, dice el coordinador Daniel Longui.
En Maldonado, la comuna cubre la locomoción hacia las instalaciones de Defensa que quedan alejadas de las ciudades.
La lejanía puede ser intencional, porque tener un refugio al lado puede generar cortocircuitos en el barrio. En Tacuarembó se montaron nuevos refugios en medio de un complejo de viviendas y surgieron las tensiones. “Los vecinos muy contentos no están”, dice Longui. Los usuarios ingresan a las 18 y deben partir a las 9 de la mañana. ¿Qué hacen durante el día? “A la mayoría los encontrás en los comedores municipales. Después caminan por cuatro o cinco horas, algunos son cuidacoches, otros se quedan en la plaza, hasta que llega la hora de que pasen por el control médico y de ahí al refugio. Es una rutina jodida”, dice y suelta un suspiro.
Allí la regla es que pasen por el médico siempre, cada noche, a pesar de que el usuario sea habitual. Van a pie: de ahí al refugio, que es cerca. “Antes la Policía hacía todo el recorrido, pero como son tantos, implicaba que teníamos a 10 móviles ocupados. Y empezaron los robos, así que tuvimos que cambiarlo”, cuenta Longui.
Son 20, decíamos. Pero una veintena en una ciudad del interior pueden sentirse como 100.
Las zafras.
Son más en todos lados, ¿pero por qué? La incidencia de la droga tiene que ver, “los hijos y las hijas perdidos de las familias del departamento”. También la alta prisionalización: la cercanía con una cárcel suele ser una invitación a que se transite por la ciudad cercana.
Pero también el trabajo atrae.
En Treinta y Tres, el departamento con mayor índice de desempleo (16,6%), el Festival del Olimar es un llamador. Andrea Gómez, de la intendencia, cree que varios de los 30 hombres que hoy están en la calle, muchos con notorios problemas de adicciones, llegaron de otro lugares en busca de una changa. “Se quedan un tiempo y acampan al lado del río. Algo nuevo para nosotros es que los vemos en los semáforos limpiando vidrios, haciendo acrobacias, pidiendo monedas”, cuenta.
La intendenta de Paysandú, Nancy Núñez, intuye que el boom de los últimos dos meses —que llevó a un récord de 100 personas en situación de calle (incluyendo una embarazada)—, está relacionado a La Semana de la Cerveza. “La mitad es gente de otros lados que se quedó. Están en las calles céntricas, en la terminal de ómnibus, en las casas abandonadas y quedan durmiendo ahí”, dice. María Inés Firpo, del Mides, coincide: “Tenemos un núcleo duro muy reducido, pero hay mucha gente de paso, bastantes son extranjeros”.

Otros persiguen la zafra de la naranja, como en Salto, que nunca había tenido tanta gente en calle como ahora (72 personas). Cuenta Jorge Vaz Touren, del Mides departamental: “Mi sensación es que una parte consigue trabajo pero no puede cubrir una pensión. En el refugio hay un grupo que se va más temprano para ir a las chacras a trabajar y vuelve de tardecita para bañarse, comer y dormir”.
Eso pasa más de lo que se piensa. La misma dinámica se percibe en Maldonado, donde muchos usuarios trabajan.
En Artigas, se duplicó la población en el último año, según el Mides. Se pasó de una cifra de cerca de 15 personas a 30 diarios que utilizan el refugio. El director departamental del Mides, Carlos Fagúndez, dice que las causas de fondo son variadas, desde problemas familiares a adicciones.
En Bella Unión, la ciudad más al norte del país, el alcalde Cresseri divide así el panorama: cerca del 60% de la población de calle son sobre todo jóvenes de la ciudad con problemas de adicciones a alcohol y otras drogas, y el otro 40% gente de otras partes del país que a veces llega ilusionada con trabajar en la zafra de la caña o la cosecha de limón y naranja y no encuentran trabajo porque “cortar y levantar caña no es para cualquier peludo de la capital de la República, es para gente fuerte que tiene que trabajar de noche y de madrugada”.
Se habla de más de 40 personas, en forma permanente. “Es un crecimiento terrible. Nos preocupa, pero no logramos sacarlos de la calle”, dice Cresseri. Muchos habitantes ven a sus hijos vagando, detrás de la droga, pidiendo dinero en los semáforos, “cobrando peajes” para entrar a comercios, hurgando en la basura, abriendo así, día a día, una grieta cada vez más profunda en la frágil convivencia vecinal, justamente cuando más fuerte se la necesita.
Producción: Sebastián Cabrera.
Bella Unión: por ahora hay un galpón que oficia de refugio
Según el alcalde de Bella Unión algunos hombres rompen los semáforos y fueron denunciados por “vandalismo” por el municipio. Fueron notificados por la Justicia “que no pueden estar más en esa zona pidiendo”, dice. Con la llegada del frío, personal del municipio, Mides, ministerios de Interior y Defensa realizan controles nocturnos, pero el problema es que no hay un refugio permanente. Hasta ahora, hay un viejo galpón que se usa para emergencias o cuando hay una ola de frío. La directora del Mides, Patricia Ayala, prometió un contenedor para poner un refugio nuevo.