La Banda Oriental estaba ocupada por los brasileños. Los españoles estaban lejos, la independencia también. Los tiempos de Artigas habían finalizado; su proyecto federal, aplastado. Pero la historia, lejos de terminar, estaba a punto de tener un nuevo vuelco, cuando un grupo heterogéneo de orientales, argentinos, paraguayos y esclavos se embarcó en la liberación del territorio al este del río Uruguay, dando inicio a una nueva etapa conflictiva en la zona, y a uno de los años más significativos para la historia de lo que luego sería la República Oriental del Uruguay.
El año 25 arrancó con “Treinta y Tres Orientales” —que no eran 33 ni todos orientales— desembarcando en una playa, y culminó con el inicio de una guerra que años después, entonces sí, terminaría en un empate técnico llamado Uruguay.
A doscientos años del puntapié de lo que algunos historiadores han llamado “la segunda independencia”, el país surgido de esa gesta —tan solo uno de tantos “futuros posibles”— se lanza a recordar a sus pioneros.
El relato
Los años de 1822 y 1823 habían visto el fracaso de una intentona revolucionaria contra el dominio luso-brasileño, y muchos orientales se exiliaron en Buenos Aires una vez que el régimen brasileño se consolidó en Montevideo.
No se quedaron quietos. Dentro y fuera de la Banda Oriental se mantuvieron movimientos de conspiración esperando el momento y las condiciones adecuadas para dar batalla a los ocupantes.
Según algunas crónicas de los cruzados, el puntapié para los hechos de 1825 puede rastrearse tan lejos como Ayacucho (actual Perú), donde a fines de 1824 las tropas de Antonio José de Sucre derrotaron definitivamente a los españoles, terminando su dominio colonial. La llegada de esas noticias a Buenos Aires despertó un importante fervor ciudadano, al que los orientales exiliados no eran ajenos. Siete hombres —Juan Manuel Lavalleja, su hermano Manuel Lavalleja, Manuel Oribe, Luis Ceferino de la Torre, Pablo Zufriategui, Simón del Pino y Manuel Meléndez— juraron “sacrificar sus vidas en la libertad de su patria dominada por el Imperio del Brasil”, nombrando a Lavalleja como jefe.

Para embarcarse en esa tarea contaron con el generoso —aunque por razones no exclusivamente patrióticas— aporte de saladeristas y hacendados argentinos como Juan Manuel Rosas (que según su testimonio incluso cruzó a la Banda Oriental para atar fidelidades y hasta dijo haber hablado con Fructuoso Rivera), y Juan José y Tomás de Anchorena. Pedro Trápani —de futura incidencia directa en la independencia absoluta de la provincia Oriental— y Luis Ceferino de la Torre fueron los dos principales articuladores tras bambalinas de la iniciativa.
Después de días de inclemencias y contratiempos, los libertadores desembarcaron muy entrada la noche del 19 de abril en la playa de la Agraciada (llamada en realidad Graseada, por la grasa vacuna que allí se producía). Según Juan Spikerman —que años después escribiría una Memoria de la Cruzada Libertadora—, una vez que tocaron suelo oriental Lavalleja posó una rodilla en la tierra, desplegó la bandera tricolor y dijo a los presentes: “Amigos, estamos en nuestra Patria. Dios ayudará nuestros esfuerzos y si hemos de morir, moriremos como buenos en nuestra tierra. ¡Libertad o Muerte!”. En las arengas y proclamas de la hora, Lavalleja llamaba a los “argentinos orientales” a empuñar las armas para retornar a la unión de “la gran nación argentina, de la que sois parte”, en referencia a las Provincias Unidas del Río de la Plata.
Enseguida comenzó una campaña para reclutar fuerzas (desde orientales hasta brasileños desertores) y el 29 de abril se concretó —a través del discutidísimo Abrazo del Monzón— la decisiva incorporación de Fructuoso Rivera, quien hasta entonces se mantenía fiel a las fuerzas ocupantes y años antes había rechazado —según diría, por razones de oportunidad— pasarse al bando rebelde.
El calendario de 1825 siguió con las posteriores leyes de la Florida del 25 de Agosto (principalmente, independencia respecto al Imperio del Brasil y unión a las Provincias Unidas del Río de la Plata), luego las victorias en las batallas de Rincón y Sarandí, y finalmente la incorporación por parte de las Provincias Unidas, que significó la declaración de la guerra por parte de los brasileños.
La Convención Preliminar de Paz firmada en 1828 sin la representación de los orientales, traería un desenlace poco previsible tres años antes por quienes cruzaron valientemente el río Uruguay y los que se sumaron enseguida a sus filas.
El surgimiento de un país independiente fue también el inicio de una discusión interminable sobre su origen.
De la historia al mito
La construcción histórica y mitológica de la Cruzada de los Treinta y Tres se remonta a los primeros años de ese Estado que comenzaba a dar sus primeros pasos en la década de 1830. Por un lado, las primeras revisiones estaban asociadas a que los patriotas pudieran cobrar un premio (y eso llevó a que se afinara la lista de los participantes, con resultados muy diversos), mientras en paralelo la historia fue moldeándose tanto en la cultura popular como en la oficial.
Ya en 1832, los Treinta y Tres Orientales eran protagonistas de una obra de teatro escrita por Carlos Villademoros. La dramatización de los hechos del 25, sin embargo, no pudo ser puesta en escena a causa de la revolución que su principal protagonista —Lavalleja— emprendía contra el gobierno de Rivera, según narra Elisa Silva Cazet en el prólogo de La Cruzada de Los Treinta y Tres de Luis Arcos Ferrand.
En 1850, todavía en plena Guerra Grande, el célebre escritor francés Alexandre Dumas narró la hazaña de Lavalleja en su discutida obra Montevideo o la Nueva Troya.
Pero fueron los años posteriores a la guerra en los que el mito de los Treinta y Tres floreció y ganó su espacio oficial.

Las autoridades de la época entendían que era necesario priorizar los hechos del proceso independentista que subrayaran la voluntad de los orientales. Además, por esos años los testimonios y las memorias de los protagonistas de la independencia convivían con el surgimiento de una generación siguiente que revisitaba desde su propio lugar los acontecimientos recientes.
Una ley de 1860 —en cuya fundamentación se planteaba “tributar un merecido homenaje a los Treinta y Tres héroes orientales”— derogó una anterior, de 1834, que fijaba el 18 de Julio como principal fecha cívica (también conmemoraba como media fiesta el 4 de octubre, por la ratificación de la Convención Preliminar de Paz), y lo cambió por el 25 de Agosto. La nueva ley estipulaba una “gran fiesta de la República” cada cuatro años en los días 18, 19 y 20 de abril. La aplicación de esa norma quedó algo relegada por la guerra civil que sobrevendría en años posteriores, pero la década de 1870 volvió a poner a los Treinta y Tres y su movimiento independentista en el centro de la escena nacional y la mitificación de la identidad patria.
El pincel de Juan Manuel Blanes y la pluma de Juan Zorrilla de San Martín estuvieron al servicio de esa empresa.
En 1863, el vasco Domingo Ordeñana —que había llegado al país durante la Guerra Grande, reclutado por el gobierno de la Defensa, y luego había comprado un campo en Soriano que incluía la playa de la Agraciada— convocó a sobrevivientes de la Cruzada para determinar el lugar exacto del desembarco y levantó allí un monumento a los protagonistas del 19 de Abril. En 1875, Ordeñana hospedó a Blanes en su chacra para que pintara el cuadro de los Treinta y Tres, que se presentó públicamente en 1878, tanto en Montevideo como en Buenos Aires.
Un dato no lo suficientemente conocido es que no se trataba del primer cuadro del Desembarco. En 1854, Josefa Palacios había pintado uno del momento en la noche en que los cruzados llegaron a tierra oriental. Algunos historiadores lo consideran incluso más “representativo” o “fidedigno” que la obra de Blanes.

Tampoco es tan conocido el hecho de que José Hernández escribió entonces un poema titulado Carta que el gaucho Martín Fierro dirige a su amigo Juan Manuel Blanes con motivo de su cuadro Los treinta y tres, en el que imagina al gaucho recorriendo la exposición de la obra. El poema consta, significativamente, de 33 sextinas, e incluye comentarios no tan solemnes sobre los próceres. Para mí más conocida / es la gente subalterna / mas se ve que quien gobierna / o lleva la dirección / es un viejo petisón / que está allí abierto de piernas.
Menos irreverente en cambio fue La Leyenda Patria de Juan Zorrilla de San Martín, aclamada por el poeta en mayo de 1879 durante la inauguración del monumento a las leyes de 1825 en Florida. Para esa ocasión se había llamado a poetas y escritores nacionales a presentar una “memoria en prosa o una poesía” que se relacionara con el monumento. La obra de Zorrilla, escrita en tres días a sugerencia de un amigo, quedó descartada por superar la extensión permitida (doscientos versos), pero se permitió su lectura en el acto.
El pabellón de Libertad ó muerte /Que el aura agita de presagios llena / Vibrando está en los labios de los héroes / El santo juramento / De Muerte ó libertad, firme, grandioso / Que da á los hombres de virtud ejemplo / Y se esparce solemne y poderoso / Cual se difunde el salmo religioso / Por las calladas bóvedas del templo.
Gustavo Gallinal escribiría años más tarde, en una crónica sobre esa jornada: “El Uruguay tenía su poeta por cuyos labios rompía a hablar el alma colectiva”.
El país había asentado sus mitos.
¿Cuántos eran los "Treinta y Tres Orientales"?
De las muchas discusiones en torno a la Cruzada Libertadora de 1825, una de las más recurrentes es la referida al número y la forma de denominar a los protagonistas del Desembarco del 19 de Abril, que está documentado que no eran “treinta y tres” —número de reminiscencia masónica— ni eran todos “orientales”, ya que había también argentinos, paraguayos y un esclavo africano.
En 1825, El Argos de Buenos Aires publicó una lista afirmando que 23 personas habían acompañado a Lavalleja desde Buenos Aires pero que se habían completado los “treinta y tres” al pisar suelo oriental. Una lista enviada por Lavalleja a Trápani incluía 34 nombres pero uno repetido. Años después, cuando la revisión de los nombres también se vinculaba al cobro de premios por la participación en la gesta, hubo protagonistas, como Tiburcio Gómez, que reclamaron no haber sido incluidos y fueron confirmados como parte de los cruzados.
En 1946, el investigador Jacinto Carranza expuso la existencia 17 listas distintas de los libertadores. Tres décadas después, en su libro Los libertadores de 1825, el historiador Aníbal Barrios Pintos argumentó que en realidad eran 16 listas, ya que una estaba repetida, que involucraban un total de 59 nombres distintos. Sin embargo, depurando errores de grafía y otras repeticiones, la lista se reducía a 40 nombres, los mismos que mencionó Manuel Oribe en un informe de 1832 que buscaba saldar la polémica.
El camino sinuoso
No es que faltaran los debates. Ya la inauguración del monumento en Florida se dio en el medio de una gran polémica pública, y años después, la definición de la fecha más pertinente para los festejos del centenario (si en 1925 o 1930, ya no 1928) insumió un extenso debate parlamentario, cuyos detalles se desarrollarán en mayor profundidad en un próximo informe.
Lo que estaba implícito en todo ello era el debate —tanto desde el punto de vista historiográfico como político— respecto a la construcción del Uruguay independiente y el protagonismo que los orientales —muchos más que treinta y tres— habían tenido en su propio destino.
Frente a una teoría clásica que había planteado a la independencia oriental como un destino ineludible, rastreable incluso a los orígenes del territorio y sus habitantes, una corriente posterior pasó a acentuar la “multiplicidad de direcciones” o de “futuros posibles” que existían al momento en que se sucedían los episodios del movimiento emancipador, sin dejar de resaltar las continuidades en la reivindicaciones desde la época de Artigas hasta el movimiento lavallejista.
Los Treinta y Tres siguieron, de todas formas, su periplo. En 1925, a cien años del Desembarco, el Concejo Departamental de Montevideo realizó un concurso histórico sobre “La Cruzada de los Treinta y Tres”, cuyo primer premio fue para Luis Arcos Ferrand, quien escribió la historia del movimiento libertador con devoción por la historia y sus protagonistas. “Todo hombre nacido en esta tierra —escribió el autor—, que con el pensamiento o con el corazón se acerque al acontecimiento legendario de la Cruzada, ha de sentir en su espíritu y hasta en su cuerpo la conmoción que sigue a toda extraordinaria revelación. Si a la visión simple y escueta del hecho inaudito se agrega la de su real significado, la conmoción alcanzará a remover, por misteriosas e instintivas repercusiones, todas las raíces de su ser”.

El espíritu de las palabras de Arcos Ferrand contrasta con lo que solo una década más tarde escribiría un debutante novelista de 29 años bajo el título El Pozo. Como Zorrilla de San Martín sesenta años antes, y como su autor, el Eladio Linacero de Juan Carlos Onetti también escribía sus palabras de un tirón, en un fin de semana sin tabaco. El “alma colectiva” decía esta vez algo bien distinto.
¿Qué se puede hacer en este país? Nada, ni dejarse engañar. Si uno fuera una bestia rubia, acaso comprendiera a Hitler. Hay posibilidades para una fe en Alemania; existe un antiguo pasado y un futuro, cualquiera que sea. Si uno fuera un voluntarioso imbécil se dejaría ganar sin esfuerzos por la nueva mística germana. ¿Pero aquí? Detrás de nosotros no hay nada. Un gaucho, dos gauchos, treinta y tres gauchos.
Otro mojón en la trayectoria vital del mito de los Treinta y Tres se dio en 1975, cuando la dictadura militar decretó el Año de la Orientalidad a 150 años de los hechos de 1825, con ánimos de utilizar esa historia para legitimidad del régimen de facto. Más allá de las intenciones de los dictadores, el aniversario también motivó la redacción de importantes estudios sobre ese año, desde Los Libertadores de 1825 de Aníbal Barrios Pintos hasta Los orígenes de la nacionalidad uruguaya, de Carlos Real de Azúa, trabajo que se publicaría recién de forma póstuma en 1990, y en el que el ensayista hacía una crítica despiadada de la historiografía clásica.
Los libertadores también estuvieron presentes en la música popular de la segunda mitad del siglo XX, desde la melancólica y solemne —por no decir triste— Esta canción nombra de Daniel Viglietti (1970) hasta la irreverente El Primer Oriental Desertor (1994) de El Cuarteto de Nos —esa historieta de los 33 / solo un escolar o un milico la cree—, cada una reflejo de su tiempo.
Rumbo a cumplir los 175 años, la frontera entre el siglo XX y el XXI terminaría con una nueva tradición: un grupo de patriotas que cada cinco años, en fechas redondas, se juntan a recrear las peripecias de los cruzados en el río Uruguay.
“El ciclo” de celebraciones oficiales del gobierno
El gobierno nacional conmemorará este sábado 19 de Abril con la presencia del presidente Yamandú Orsi en el acto oficial de Playa de la Agraciada. El mandatario, que además es profesor de historia, dará allí un discurso y se hará una presentación.
El ministro de Educación y Cultura, José Carlos Mahía, profesor de historia al igual que Orsi, explica que las conmemoraciones durante este año y el resto del quinquenio han sido pensadas como “un ciclo”.
“Es el ciclo de la independencia, que comienza con la celebración del año 25, tanto de la cruzada como las leyes de Florida, y cierra con el 30. Cada una va a tener su importancia en sí misma. También este año en torno al Día del Patrimonio seguramente tengamos un eje en eso”, dice Mahía a El País.
”Hay que alentar el debate y hablar de un proceso emancipatorio que tiene una polémica de cuándo comenzó, y eso no lo va a laudar el gobierno. En todo caso se da el espacio para desarrollar las distintas visiones”.
Los doscientos años
Este sábado 19 de abril, esos patriotas desembarcarán en la Agraciada para una jornada especial: la conmemoración de los 200 años del desembarco de 1825. Entre ellos estará el historiador Jorge Frogoni, que contesta el llamado de El País tras partir de San Isidro (Argentina), como los cruzados hace dos siglos.
Hay en esa iniciativa otro paralelismo con los Treinta y Tres. Si el Desembarco del 19 de Abril fue el fuego que encendió la mecha para que muchos se sumaran a la gesta libertadora, los “patriotas” buscan que el desembarco de este sábado sirva de puntapié para que las conmemoraciones de los bicentenarios vayan “tomando calor” rumbo a otras fechas, como el 25 de Agosto.

“Es el puntapié inicial. No tendríamos 25 de agosto ni declaratoria de independencia, no tendríamos batalla de Rincón o Sarandí si no hubiera habido un 19 de Abril. Es el comienzo de la lucha por nuestra independencia”, dice Frogoni.
La historiadora Ana Frega —que entre muchos otros trabajos ha escrito sobre la evolución de la concepción de la independencia y sus conmemoraciones— sostiene que la instancia de un aniversario “con dos ceros” da la oportunidad para revisitar hechos que son “muy importantes”.
“Si vos me decís que lo que se está conmemorando ahora es la independencia del Uruguay, te digo que no. No es eso lo que estaba en la cabeza ni en las acciones de los que estaban ahí participando. En realidad había muchos proyectos posibles y no necesariamente ese. Pero negarle importancia a los acontecimientos de 1825 por un manejo equivocado del significado, tampoco. En todo caso, los historiadores tenemos que mostrar que es un nuevo ciclo del movimiento independentista. Ahí no cabe duda que es una revolución de independencia”, dice a El País.
“Tratemos de sacarnos de la cabeza la idea de lo que pasó después —insiste Frega—. Tratemos de ubicarnos en abril de 1825. Personas que no saben si van a tener éxito o no, pero en definitiva están generando un hecho político: que la salida para esa situación de dependencia del Brasil iba a ser una salida por la vía armada. Acá cambió la situación porque la insurrección comenzó. Hay alguien que hizo un movimiento que genera que los demás se reacomoden”.
Frega dice que es también una buena oportunidad para “recuperar protagonismos que hasta ahora no han estado tan presentes”, o de reconstruir “las condiciones de la guerra” que a veces “pareciera que fue resuelta sin sangre”.
“Cuando conmemoramos —dice la historiadora—, lo estamos haciendo desde un presente y mirando a un futuro. Conmemorar es recordar juntos algo pero proyectando hacia adelante”.
Ante las recurrentes discusiones sobre el origen del Uruguay como tal y lo que ello dice de nosotros, y consciente de que el aniversario redondo seguramente reabra algunas de esas reflexiones, Frega parece advertir que no todas las respuestas están en el fondo de los tiempos de forma determinista.
“¿Por qué seguir pensando que esa correlación de fuerzas particular que terminó con una Convención Preliminar de Paz y que estableció un acto jurídico que fue la formación de una nueva unidad política reconocida internacionalmente, por qué pensar que ese acontecimiento tiene marcar a fuego y no hay toda una historia posterior, y proyectos y miradas y concepciones de Uruguay posibles que se fueron desarrollando después?”
Bicentenario de 1825: la cobertura especial de El País
En este 2025 se conmemora el bicentenario de 1825, un año clave en la cadena de acontecimientos que terminó con la conformación del Uruguay independiente, incluyendo hitos como el Desembarco de los Treinta y Tres Orientales (19 de Abril), el Abrazo del Monzón (29 de abril), las leyes de Florida (25 de Agosto), las batallas de Rincón (24 de setiembre) y Sarandí (12 de octubre), el reconocimiento de la Provincia Oriental por parte de las Provincias Unidas del Río de la Plata (25 de octubre) y la declaración de la guerra por parte del Imperio de Brasil (10 de diciembre).
El 1825 se consagra así como el primer año de un quinquenio en el que se fue delineando la independencia uruguaya, con la Convención Preliminar de Paz de 1828 y la Constitución de 1830.
En ese marco, El País desarrollará durante todo este año una cobertura especial de la conmemoración de los episodios históricos, en un proyecto que incluirá artículos periodísticos, especiales multimedia, newsletters, conferencias y otros productos que se divulgarán en los próximas semanas y meses.
La idea detrás de este proyecto es revisitar los acontecimientos y las personalidades que marcaron la historia e incentivar la reflexión acerca de la percepción que los uruguayos tenemos -y nos hemos construido con los años- de nosotros mismos, es decir, de nuestra identidad nacional.
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