Guillermo Vázquez Franco fue un provocador, un antiartiguista, un historiador que se pareció por momentos a El Contra, el personaje de Juan Carlos Calabró, y que murió ayer a los 100 años. Escribió y publicó una decena de libros, fue profesor y le gustaba polemizar sobre historia en su casa con un vaso de whisky sobre la mesa y almorzar cada mediodía junto a su esposa. Se sentía -nos sentía- más argentino y oriental que uruguayo, y dio batalla hasta sus últimos años en su intento por explicarlo.
En el 2011, a propósito de los festejos oficiales por el Bicentenario, definió en entrevista con El País a José Gervasio Artigas como “un hombre que no tiene ninguna aptitud política, impolítico, intransigente”. Tres años después publicó “Traición a la Patria” sobre la Convención Preliminar de Paz de 1828. Nunca perdonaría la puñalada a la unidad de las Provincias Unidas del Río de la Plata.
El expresidente Julio María Sanguinetti lo presenta como “un historiador de enorme erudición, de gran inteligencia, de posiciones muy anticorrientes con la historiografía tradicional del país” que al tornarse “panfletarias” contra Artigas “disminuyen la eficacia de los aportes que podía hacer”.
La historiadora Ana Ribeiro, que fue subsecretaria de Educación y Cultura hasta el viernes, compartió con Vázquez Franco varios paneles, coprotagonizó un debate en canal 12 y lo recuerda como “un antiartiguista furibundo”. Esa postura le valió críticas y desplantes. Ribeiro recuerda que luego de una charla a dúo en el interior del país, un profesor jubilado se paró y al retirarse del auditorio le dijo al historiador que nunca volvería a entrar en un lugar en el que dé una conferencia. “A veces entre el público había gente que se ponía muy furiosa con él, porque decía cosas muy en contrasentido de lo que la historia nos tiene acostumbrados en los libros, la historia de un país que se ve como predestinado a nacer, con un héroe nacional que es todo virtuoso, y él cuestionaba fuertemente eso”, dijo la historiadora a El País.
“Vázquez Franco había optado con mucha valentía por el lugar del adversario total de todo lo políticamente correcto en el relato historiográfico. Entonces, él tenía argumentos muy serios, pero tenía algo de El Contra de Calabró también; era una mezcla de las dos cosas. Había construido un personaje que precisaba de una contestación permanente, pero a su vez era un investigador muy serio”. Así lo pinta Ribeiro, estudiosa y defensora de la figura de Artigas, quien destaca, entre las obras de su querido colega, “un tratado conceptualmente refinado sobre la Constitución de 1830” y dos libros: “La historia y sus mitos. A propósito de un libro de Real de Azúa. Comentarios, digresiones, reflexiones” (1994) y “Francisco Berra, la historia prohibida” (2001).
Ribeiro plantea que el primero fue “removedor”, porque “revisa no solamente el año 28, la Convención Preliminar de Paz, la figura de Artigas y la forma de narrar el Éxodo, sino en general casi todos los episodios de lo que se considera la historia patria, lo que va conformando nuestra independencia”, mientras que en el segundo, “un precioso libro”, pone el foco sobre “el educador censurado por el santismo precisamente porque hablaba en contra de Artigas, un brillante educador al cual se le retira de las clases y se le silencian sus libros”.
Además, dice que son “muy valiosos” sus estudios sobre “la economía del período colonial, sobre todo en el tema de las tierras”, compilados en varios de sus libros.
La historiadora estima que “probablemente se lo recuerde más por su actitud” que por sus publicaciones, aunque aclara que “logró en sus libros una cosa muy sana: una provocación permanente”. Ribeiro lo parafrasea: “¿Está seguro que esto es así? ¿Por qué no lo da vuelta y lo piensa de otra manera?”. Para la autora de “Los tiempos de Artigas” y “El caudillo y el dictador”, esta es “una actitud historiográfica muy sana” por la que ella “lo respetaba profundamente aunque no estuviera de acuerdo con lo que estaba diciendo”.

Drástico
Sanguinetti dijo a El País que haber sido “muy crítico de Artigas y del proceso de independencia le dio a Vázquez Franco una gran singularidad”, y acotó que “su aporte puede ser aún más importante si uno lo despoja de sus opiniones que a veces eran algo panfletarias en contra de Artigas”. De todas maneras, reconoció que “es verdad que él señala errores que habitualmente se soslayan o interpretaciones que asumen que todos se equivocaban frente a Artigas cuando no era tanto así, y pone y expone hechos y matices que le dan a la historia una gran realidad, pero evidentemente escribe de un modo a veces tan drástico y tan categórico que invalida sus aportes”.
“Lo mismo pasa con el proceso de independencia. Él titula su libro sobre la Convención Preliminar ‘Traición a la Patria’, cuando la convención es el acto institucional en el cual nace la República Oriental de Uruguay. Se podrán discutir muchos aspectos de nuestro proceso de independencia, lo que pasa es que él parte de que haber desgajado las Provincias Unidas del Río de la Plata fue una tradición al país; parte de parámetros muy distintos a lo habitual, y muy distintos a lo que sostenemos no solo historiadores, sino quienes incursionamos en ella desde el periodismo o desde la vida política”, sintetizó quien fuera dos veces presidente de la República.
En una carta al director de Búsqueda, el abogado Enrique Sayagués Areco lamentó el año pasado, a propósito del centenario de Vázquez Franco, que el historiador no tuvo el reconocimiento que merecía, ni siquiera de la academia. Ribeiro discrepa: la historiadora subraya que tuvo editores para una decena de libros y “un lugar que él eligió ex profeso como contestatario”.
La exsubsecretaria lo llamó a su casa varias veces cuando cumplió 100 años, hasta que lo encontró. “Cuando me atendió finalmente en la tarde, ya sabía que yo lo había estado buscando para saludarlo. Me contó que lo había llamado mucha gente, se había sentido reconocido, y me dijo que le habían preparado una cena los familiares y los hijos; estaba contentísimo”, sostuvo Ribeiro.
La esposa de Vázquez Franco vivió muchos años con una imposibilidad física en una casa de salud y él, que comenzó a trabajar en la Contaduría General de la Nación a los 12 años y luego dio clases de historia en el Instituto de Profesores Artigas y la Universidad Católica del Uruguay, iba a almorzar con ella todos los días. “Todos le respetábamos mucho eso también: un hombre a la antigua, de palabra, de ritual ceremonioso, de reconocimiento a su compañera de la vida; ese era Don Vázquez Franco”, expresó Ribeiro, quien apuntó además que “le encantaba sentarse con un whisky para recibir a quienes iban a visitarlo y conversar”, otro rito que disfrutaron historiadores extranjeros que llegaron a su hogar atraídos por el más célebre de los últimos antiartiguistas.