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El último deseo de Naná: patentó un invento en Estados Unidos para revolucionar el sexo

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Naná

Perfil

A los 86 años, la dueña del prostíbulo más famoso del país sueña con ser reconocida por un invento que patentó en Estados Unidos. Está segura de que su creación revolucionará la prevención sexual, pero a pesar de sus intentos el consulado le niega la visa para viajar y comercializarla.

Anoche Naná no durmió por pensar en mi visita. Desconfiaba. Le preocupaba haber perdido la habilidad de interpretar a una desconocida por lo que le transmite su voz; un instinto que forjó criándose con una abuela ciega.

En una de las tres charlas telefónicas que tuvimos para coordinar nuestro encuentro, se puso a prueba:
—Vos tenés 30, o menos: tenés 28.
Tengo 34 —le respondí.
—Yo sabía. ¿Viste qué inteligente que soy? Y yo sé que vos me vas a ayudar.

Naná cumplió 86 años y por primera vez tiene ilusiones; yo vendría a ser el vehículo para que se cumplan. Mi tarea —me indica cariñosamente— es escribir un artículo que les cuente a los uruguayos que desde hace seis años tiene un invento patentado en Estados Unidos que “revolucionará la salud sexual”.

Las patentes tienen una vigencia de uso exclusivo de dos décadas, luego de ese margen pasan a ser de dominio público en cualquier parte del mundo. Y a ella, además, se le acaba el tiempo, aunque está segura de que Dios “no le manda nada malo” porque su “misión” es materializar esta idea.

El problema es que al último deseo de Naná le cerraron las puertas.

Unos años atrás, viajar a Miami era un trámite sencillo. Iba asiduamente para ser entrevistada por Cosmopolitan, participar en programas como El Show de Cristina y el de Don Francisco, ser la invitada de honor de éxitos radiales, conversar con Sofía Vergara y probar el desayuno de distintos hoteles con las editoras de las más importantes revistas femeninas.

Allá —cuenta— todos la aman.
Allá “Naná es Naná”.
Pero eso ya pasó.

Ahora el consulado de Estados Unidos le niega el visado y esto le impide comercializar su invento. Su esperanza es que alguien vea el potencial de su creación y la ayude a entrevistarse con el embajador.

Antes de recibirme en su casa lo intentó todo. Habló con “las personas más importantes del país”, pero nada.

—Lo que pasa es que no es ético ayudar a Naná. Vos viniste hasta acá porque te seduce la idea de hacer una cosa controvertida y yo sé que lo soy. Sé que no me dan la visa porque soy la dueña de un prostíbulo. Pero estoy segura de que hice un gran invento y que con esto voy a quedar en la historia porque voy a ayudar a tanta gente...

Naná
En sus manos lleva el invento que patentó en 2013 en Estados Unidos. El trámite le llevó cinco años. Foto: R.Figueredo.

Hasta hace muy poco vivía en el mismo lugar donde inició su negocio 40 años atrás. Es decir, dormía en una habitación a la que se llegaba pasando por una puerta que está detrás de la barra del bar que antecede a las 33 habitaciones del prostíbulo más conocido del país.

Para cuidar su salud, se mudó “lejos de los problemas de las chicas”, pero aun así vuelve todas las semanas para controlar que todo se haga como debe hacerse.

Su nuevo hogar está en un edificio recién estrenado en Punta del Este. En el hall de entrada todavía se siente el olor a pintura y el frescor de los espacios no habitados; apenas están ocupadas 42 unidades de las 160. En uno solo de esos balcones se ve ropa secándose: ese es el apartamento de Naná.

Todavía no tiene vecinos. Sus amigas la llaman al teléfono de línea. La visita un joven que ayudó a criar, y los hijos de él, que la llaman “abuela”: sus fotos son las únicas que están a la vista. Tres días a la semana una empleada doméstica la ayuda a hacer las tareas. Hoy es lunes y es uno de esos días. Teresa es rubia, es joven y parece quererla; Naná le dice “nena” y le agradece una, dos, tres veces cuando cumple con cada uno de sus encargos. El primero será que le alcance “la carpeta”.

Se acomoda en la mesa del comedor. Los bucles color rubio ceniza le caen sobre los hombros, coloca las dos manos con uñas rojas sobre la carpeta y clava sus ojos pequeños, cercados de pestañas postizas, en los míos. Antes de revelarme su invento, advierte:

—Esto que te voy a mostrar es lo más importante que hice en mi vida y si se concreta seguramente sea mi fin.

El invento.

En el hogar de Naná no hay nada que le recuerde al pasado excepto una edición de 1996 de la revista Cosmopolitan que tiene a Daisy Fuentes en la tapa, y dentro una entrevista de cuatro páginas titulada “Una madama nos cuenta cómo darle placer a un hombre”. Debajo, agrega: “Mientras estuvo casada no supo lo que era un orgasmo y el marido la dejó por otra”.

En esas fotos Naná tiene los rulos y la piel dorados, y se muerde seductoramente una uña con los dientes. La mujer que sostiene la revista en sus manos hoy, usa un bastón para compensar la falta de equilibrio resultado de una columna “torcida” y dos operaciones de cadera. Asegura que el asunto del bastón “no le importa”, pero también que esa es la única publicación que guarda porque ver fotos le hace sentir “cierta nostalgia”, palabra que estira imitando el acento italiano.

Naná

El origen de un apodo

El origen de un apodo. Nelly se hacía llamar María Alejandra (como su negocio de pestañas postizas), pero al comenzar a prostituirse un amigo le sugirió usar “un nombre brutal, que matara”. Buscando en su biblioteca encontró una edición de la novela “Naná” del escritor francés Émile Zola. Hojeó los primeros capítulos, le gustó el personaje y se apropió del apodo. Casi nadie sabe que su verdadero nombre es Nelly María González. ¿Se enamoró de algún cliente? “Una vez. Era un tipo de mucha plata vestido de gaucho, pero le dije que no volviera”.

¿Te molesta no sentirte linda?
—Yo no soy linda, soy atractiva.
¿Cuál es la diferencia?
—Vos sos linda, pero no sos atractiva.
Dispara sin anestesia.
¿Qué significa ser atractiva?
—Vos sos para novia, tenés un tipo fino, buena dentadura; en cambio yo soy del tipo sexy: yo soy pueblo y el pueblo es más de la relación sexual. Catalogo así a las mujeres, llevo 40 años conociéndolas.

Luego, se dirige a Teresa y dice: “Nena vamos a explicarle, tenemos sánguches, refrescos, café, té y una torta de postre, ¿cuándo querés comer?”

La Naná anfitriona tiene la tenacidad de una abuela que sobrealimenta a sus nietos. Y vuelve a lo que importa: la carpeta.

Dentro, está la Cosmopolitan. Detrás de la revista guarda la patente estadounidense, que luce una escarapela que acaricia como si se tratara de un símbolo sagrado. Detrás de ese documento está el invento: dos círculos de silicona que según ella valen millones de dólares.

Me pregunta:
—Cuando hablamos por teléfono y te dije que esta patente podía valer unos 10 millones, ¿qué pensaste?
Que sos optimista.
—No. Yo viajé durante 10 años a Estados Unidos y sé lo que son los márgenes de ganancia allá. Es que vos no sabés lo que esto abarca, no sabés lo que esto es.

Esto es: un protector bucal para practicar de forma segura sexo oral anal y clitoriano. Esto es: un invento que la oficina de marcas y patentes del país más poderoso del mundo estudió durante cinco años y resolvió que era único, novedoso y que cumplía con su cometido. Esto es: “La solución a uno de los mayores problemas que las chicas tienen con los clientes”, pero también, para Naná, esto es un producto que las parejas comprarán para tener en el botiquín del baño.

—Esto es tan revolucionario para la sexualidad como lo fue el preservativo.

Y como es de silicona, y su precio de producción es muy bajo, puede ser desechado o hervido para ser usado de nuevo.

—Se me ocurrió hace 15 años porque mi preocupación son las mujeres. Yo no quiero que se infecten, que se enfermen. Antes de lanzarlo lo probaron mis chicas y a los clientes les gustó tanto que lo querían comprar, pero nadie me escucha porque solo me ven como la dueña de un prostíbulo.

Le dice a Teresa:
—Nena, tráele té a esta chiquilina.
Me dice a mí:
—Yo quisiera saber si vos entendés el invento, porque sos joven…
Entendido.
—¿De qué signo sos?
Libra.
—¡No me digas! Sos súper inteligente como yo. Y decime, así, frígidamente, ¿vos crees que esto funcionaría en el mercado uruguayo? ¿Vos lo comprarías?

Yo sé pagar.

Tomamos té y comemos sánguches. Después, llega la torta.

—¿Te gusta la cheesecake? Porque yo me jugué a que te gustaba.
Dirigiéndose a Teresa:
—¡Ay Dios, nena, ojalá que le guste!

Dios, para Naná, es un amigo.
Por eso lo nombra seguido.

—Yo creo que soy un prodigio de Dios, porque lo que he hecho no lo hace nadie. Yo empecé a prostituirme a los 46 años, ¿qué mujer puede tener éxito y fama a esa edad? ¡Y la casa que tengo!, porque ya la vas a ver. Queda mal que lo diga, pero yo soy un milagro.

Naná-invento
El invento es para practicar sexo oral de forma segura. Es de silicona. Foto: R. Figueredo.

Dios, para Naná, es también un aliado “para que salga esto”: el invento.

Su carácter, dice, se lo debe a Capricornio, porque los nacidos un 17 de enero son “grandes personalidades”. Ese día nació Tabaré Vázquez. Unos años atrás, luego de su primer mandato y antes del segundo, lo fue a ver a La Española.

Le mostró el protector bucal sexual.
—Doctor, ¿qué le parece?
Cuenta que él le respondió:
—Es prevención, Naná, es prevención.

Además de compartir la fecha de nacimiento, al presidente lo admira porque es médico, una profesión que siempre anheló para darle una alegría a su madre. Interrumpe el relato, resopla con fuerza, espera que el llanto no venga, devuelve una mirada de ojos mojados y dice:

—Yo quisiera que comieras. Tené confianza conmigo. ¿No te gustó la torta?

Naná nació en 1933, el año en que se estrenó King Kong, que Franklin D. Roosevelt se convirtió presidente de Estados Unidos y el partido Nazi ganó las elecciones en Alemania.

Es nieta e hija de mujeres separadas. Su abuela nació en Perú y fue entregada por su familia a una pareja de embajadores argentinos residentes en Uruguay. Tuvo cuatro hijas y, aunque la diabetes la cegó, crió a una nieta a la que nunca le vio el rostro: Nelly María González.

Naná fue una niña sin apodos.

De la abuela aprendió a leer a las personas por su voz; de la madre supo que buscar el amor era causa de sufrimiento y que en la vida no había que pedir sino ganar lo que se quiere. Por eso, cuando terminó la escuela y su madre le dio a elegir si estudiar o trabajar, ella optó por la opción que le daría dinero.

Nelly “quería cosas”.

Su primer empleo fue a los 13 años en una fábrica de horquillas. Su tarea era teñirlas de negro.

—Ganaba 13 pesos de la época. Con el primer sueldo me compré unos zapatos de suela de goma alta, porque yo siempre tenía que andar poniéndole papeles para que no se gastara, entonces elegí unos que me duraran. Y me duraron.

Su segundo empleo fue a los 14 en una joyería. Su tarea era pulir alhajas.

—Me tomaba el tranvía desde Justicia y Hocquart hasta la Ciudad Vieja. Ahí trabajé seis años para un patrón alemán.

Su tercer empleo fue a los 20, grabando avisos publicitarios para la transmisión radial de carreras de motos y autos.

—Me súper encantó porque en mi casa la radio era la vedette, pero pagaban muy poco.

¿Y después? 

—Después... no recuerdo, ¿después fue que me casé? Me casé porque era bueno, trabajaba en una fábrica de pinturas. Nada más. Era bueno conmigo.

Se casó con un vestido celeste; no hubo dinero para fiesta.

—No era de tener novios. Lo que a mí me divertía era ensayar coreografías con mis amigos e ir a bailar. A mí me gustaba deslumbrar en la pista. Y deslumbraba.

El marido tenía una amante y se separaron. Después conoció a “el francés”, dueño de una fábrica de tejidos de punto donde trabajaba una amiga suya.

Su cuarto empleo fue ser novia. Durante 10 años convivió con este empresario extranjero que la convirtió en modelo de su marca. No la dejaba trabajar, no la dejaba engordar y la engañó una vez. Ella lo supo y lo perdonó, pero en realidad no.

—Era buen mozo. Tenía buena dentadura. Me enseñó a hablar francés. Pero me aburría, no era buena pareja. Y yo no quería pedir. Yo no sé pedir: yo sé pagar.

Lo dejó.

Naná dice que en los negocios encontró la suerte que le faltó en el amor. Le parece “irónico” y “paradójico” haber triunfado vendiendo y administrando “un servicio” que nunca le interesó, ni cree que realice bien:

—El sexo nunca fue el leitmotiv de mi vida, no era importante para mí. Siempre trabajé para dormir, comer y vivir bien.

La reina de las pestañas.

Antes de ser Naná, Nelly fue María Alejandra: una celebridad en el comercio de las pestañas implantadas de fines de la década de 1960. Tenía 35 años y acababa de terminar el romance con el francés.

Abrió un local en 18 de Julio y Vázquez; patentó su invento en la oficina de Marcas y Patentes; le puso un nombre “rimbombante”: María Alejandra; se hizo llamar así; puso a su madre a cargo de la caja y ella se encargó de fabricar pestañas con pelo de caballo que luego pegaba, una a una, en los ojos de cientos de clientas.

Iban: esposas de políticos, dueñas de prostíbulos, hijas de empresarios y estrellas de la televisión, como una adolescente Rosario Castillo.

Esta conductora la recuerda así:

—Yo la adoraba. Tenía la peluquería más importante de Montevideo. Cada sábado íbamos todas las chicas de Discódromo Show y pasábamos horas charlando mientras nos ponía las pestañas. Después me fui a estudiar a España y cuando volví, muchos años después, me encontré a María Alejandra en un estudio de televisión con sus pelos dorados y llena de brillantes, con un chofer que la esperaba en la puerta: se había convertido en Naná.

Naná recuerda el fin de María Alejandra con rabia.

—Llegó la dictadura y se prohibieron las reuniones, ¿quién iba a ponerse pestañas? Mi madre había fallecido. Yo no tenía pareja. No tenía a nadie. Vendí el negocio y me fui a Brasil con la idea de patentar el invento allí, pero me encontré con muchas exigencias. Estuve cinco meses y aunque acá no tenía nada, volví.

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Rosario Castillo luciendo las pestañas de María Alejandra. Foto: gentileza R. Castillo.

Un amigo la hospedó y le dio la idea:
—¿No tenías una clienta dueña de un prostíbulo en Maldonado?
Ella le respondió:
—¿Estás loco? ¿Prostituirme? Yo tengo 46 años, ¿cómo voy a hacer algo así?

Pasó el tiempo, no consiguió trabajo y terminó viviendo en una pensión.

—Me compré una palangana y una gillette y dije me voy a cortar las venas, yo esto no lo puedo hacer. Pensé en usar la palangana para que quien me encontrara no viera la sangre. Era una pensión vieja, pero muy hermosa, el techo tenía molduras con dibujos. Me acosté boca arriba, con la gillette en la mano, y pensé, qué bellos son, si me mato me voy a perder de cosas tan bellas... tal vez pueda recuperarme, voy a tener que hacerlo, ¿cómo no voy a poder hacerlo? Es fingir, si yo ya había fingido con mis parejas. Voy a poder.

Tiró la hoja de afeitar, empujó la palangana debajo de la cama y se durmió. A la mañana siguiente viajó a Maldonado.

—Me costó entrar, no es fácil. Yo vivía ahí con otras chicas, eran buenas conmigo, me ayudaban, me convidaban bizcochos y refuerzos porque yo no tenía clientes. Me daba mucha vergüenza, me escondía en la habitación. Así estuve tres meses hasta que me llamó la jefa y me dijo que no me podía tener más si no atendía clientes. Y ahí me levanté y dije tengo que poder o me va a echar y no tengo a dónde ir. Y pude. Pude poder. Empecé a desarrollar una mise en scène. Yo me hacía la periodista y les preguntaba por qué estaban ahí, qué pasaba en sus matrimonios. Me salvó la conversación. Con muchos no llegaba a tener sexo. Trabajé cuatro años y salté a la fama.

La última palabra.

En Maldonado, el único lugar donde las vacaciones no se terminan es en La casa de Naná, el último prostíbulo que queda en pie en la meca del turismo nacional.

Allí esta madama —un mote que no le gusta— se formó una nueva familia. Algunas de las personas que trabajan llevan más de 20 años con ella. “Las chicas” no: la rotación suele ser de un año o dos, aunque hay excepciones.

Naná se prepara para ir al negocio y mostrarme su “entourage”, cómo funciona el servicio de la “séduction” y la “liaison” con los clientes. Está algo nerviosa.

—¿Tu novio qué dice de que vengas a mi negocio? ¿Él lo conoce?
Dice que no —le respondo.

Fue un militar el que 40 años atrás la mandó llamar para que iniciara el negocio. Era la más vieja de las prostitutas de un burdel que los soldados habían cerrado, como a tantos otros.
—Siéntese —le dijo un coronel.
—No, gracias.
—Mire, tenemos un problema con la cantidad de violaciones que hay. Necesitamos que se abra un prostíbulo, ¿usted podría hacerse cargo?
—Bueno, no sé. Necesitaría ayuda, tener seguridad en la puerta —pidió.
—Cuente con eso.

Son las 20:30 de un lunes y Fabián, el conductor del taxi, nos lleva a su casa.
—La mejor de Sudamérica— dice.
Algunos pasajeros van directo desde el aeropuerto, con la valija a cuestas.

Nana
La casa de Naná es el único prostíbulo que sigue abierto en Maldonado. Cumplió 40 años. Foto: R. Figueredo.

En La casa de Naná se prohíbe la entrada de mujeres que no sean meretrices. “Las chicas” van llegando, los clientes también. Dos jóvenes —camisa planchada, demasiado perfume— se dan coraje entre sí para saludarla. Se animan:

—Señora, es un placer conocerla.
Ella masculla un gracias con timidez.

En las calles de Punta del Este le piden autógrafos, y como siempre la miran de soslayo no sale sin maquillaje. Luego vuelve a su casa sin vecinos y prende la tele. Ve el programa argentino ¿Quién quiere ser millonario? Le “súper encanta” porque la propuesta es “ganar o perder”.

Tal vez porque la esperaban, esto es lo que se ve en la pantalla del local. Mientras los clientes negocian tarifas con “las chicas”, nosotras miramos a Santiago del Moro.

—Me gustaría que en tu nota apareciera que yo digo “esta es mi última palabra”, como en el programa.

Unas semanas atrás Naná llamó a “una señora importante”. Quería mostrarle su invento y pedirle ayuda. Le mandó decir por su secretaria que no la iba a atender porque no le gusta de lo que ella vive. Con una voz inaudible, ella se lamenta:

—No me animé a decirle que a mí tampoco me gusta lo que hace ella. Es complicado para mí tener amigos. Yo quiero dejar una huella como uruguaya. Quiero que se le ponga mi nombre a una calle. Quiero ser recordada por lo que inventé para mejorar la salud sexual. Yo creo que todo lo que hice fue para llegar a esto. No lo dudo. Quiero que esto sea mi última palabra.

las reglas de naná

Prohibido el alcohol, las drogas y deben aportar al BPS

Desde que empezó a regentar el prostíbulo Naná decidió alquilarle las habitaciones a las meretrices, es decir que no interviene en las tarifas ni les cobra a los clientes. Ellas pagan una tarifa fija. No autorizó a especificar el valor para este informe, pero según contaron algunas de “las chicas” equivale a la ganancia de un servicio de 15 minutos. Los clientes pagan contado o con tarjeta de débito. La regla de oro que todos deben cumplir es no consumir alcohol ni drogas dentro de las habitaciones. “Yo odió el alcohol, nunca lo probé. ¿Vino? Me lo imagino rasposo. ¿Cerveza? Probé sin alcohol y me mareé. No quiero jamás perder el control de mí. Le tengo miedo a las adicciones desde que murió mi ídola Rita Hayworth, todo lo que le pasó a ella fue por el alcohol.” La otra exigencia de Naná es que realicen los aportes como monotributistas o empresas unipersonales al Banco de Previsión Social. Para alentarlas, les perdonó dos días de arrendamiento. Gabriel Mastrángelo, su contador desde hace más de 25 años, cuenta que hace unas semanas a una de las chicas le prohibieron depositar en una red de cobranzas porque justificó que era dinero de prostitución. “Yo les digo que tienen que aportar para no ser entes, para hacerse valer”, dice Naná. Algunas llegan en auto a trabajar. "Ellas ganan muy bien, pero gastan mucho también. Le dan lo mejor a sus hijos, los mandan a colegios y les compran la mejor ropa", cuenta Naná. En la recorrida realizada para este informe, había chicas nuevas en este trabajo y otras que llevan años. Según dijeron, eligen este prostíbulo porque les garantiza seguridad y acceso a mejores clientes. Una vez al mes Naná las reúne y les da consejos: les enseña que también se puede charlar. “Yo cuido más a las que están solas y desamparadas. Me preocupan los femicidios. Los golpes de maridos ya no existen: yo denuncio. A los cafiolos también, me tienen miedo porque saben que los meto adentro”.

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