The New York Times, The San Antonio Express, The Economist, EFE
En Um Seifa, un polvoriento pueblo en la región de Darfur, al oeste de Sudán, a mediados de diciembre podía verse una multitud de niños con túnicas blancas en su recién reabierta escuela. "El gobierno nunca nos dio educación, desarrollo, servicios de salud o igualdad", dijo el director, Muhhamad Harun Musa. Así que la gente de Um Seifa construyó su propia escuela. Una semana después de la inauguración el edificio estaba quemado hasta sus cimientos, y ocho niños habían muerto.
De acuerdo con los pobladores, que volvieron de noche a enterrar a los muertos, 32 personas fueron asesinadas en un ataque de tres días por parte de milicias apoyadas por el gobierno sudanés, conocidas como janjaweed (bandoleros). Historias como ésta son comunes en todo Darfur. En los últimos dos años, el gobierno árabe de Sudán ha realizado una limpieza étnica en sus vastas regiones del oeste, armando, respaldando y dando apoyo aéreo a las guerrillas árabes que asesinan, violan y roban a los sudaneses negros.
En los últimos días el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados solicitó 28 millones de dólares para tratar de mejorar la ayuda a los civiles en Darfur.
"La protección de los ciudadanos es insuficiente, la violencia aumenta progresivamente, incluida la sexual, y los principales perjudicados son las mujeres y los niños, que son víctimas de raptos o reclutamientos forzosos", explicó la directora de Protección Internacional de Acnur, Erika Feller. "Fuera de los campos de refugiados, la violencia sexual es un fenómeno corriente y el problema de la protección de los niños está muy subestimado", insistió.
Genocidio
En el oeste de Sudán, las milicias islámicas "han quemado y atacado al ganado, las tiendas de alimentos y los pozos de agua, así como han cometido todo tipo de sabotajes y saqueos de propiedades... Inclusive, si el conflicto se detuviera mañana, cientos de miles de personas seguirían amenazadas por el hambre y la muerte", dijo James Morris, director ejecutivo del Programa Mundial de Alimentos de la ONU, que asiste impotente a la masacre.
Los milicianos janjaweed torturan mujeres y les quiebran brazos o piernas para impedir que escapen a violaciones, secuestros y esclavitud sexual, sostiene Amnistía Internacional en un informe titulado Sudán, la violación como arma de combate en Darfur.
"Los janjaweed se sienten felices cuando violan. Ellos cantan cuando violan, y nos dicen que somos esclavas y pueden hacer con nosotras lo que deseen", dijo una víctima de 37 años, identificada sólo como A en el informe. Las mujeres "están siendo atacadas, no sólo para deshumanizarlas, sino para humillarlas, castigarlas, controlarlas, infligir temor" y "para perseguir a la comunidad a la que pertenecen", dijo el grupo humanitario con sede en Londres.
Mercedes Tatay, una española que trabaja para Médicos Sin Fronteras, al regresar de la región relató que observó un paisaje desolado: "durante kilómetros y kilómetros, a lo largo de la carretera, todos los pueblos habían sido arrasados. Sólo quedaban rebaños de camellos y cabras".
El gobierno admitió armar a las milicias pero insistió en que es sólo para extinguir una rebelión iniciada en febrero de 2003. Muchos de los aldeanos atacados apoyan a los rebeldes. El director de escuela de Um Seifa, por ejemplo, es un miembro activo del Ejército de Liberación de Sudán (ELS), el mayor de los dos grupos rebeldes de Darfur.
El gobierno de Sudán, quien en años recientes fue forzado por presiones internacionales a hacer concesiones a distintos grupos rebeldes del sur del país para terminar con una guerra civil distinta y mucho más antigua, no está de humor para tolerar nuevos desafíos a su autoridad. De ahí su desproporcionada crueldad para responder al alzamiento de Darfur. Los janjaweed que respalda han llevado a dos millones de personas al exilio, matado cientos de miles y dejado a muchos más morir de hambre o enfermedades porque han sido incapaces de sembrar sus tierras por miedo a ser asesinados.
Rivales
El Ejército Sudanés de Liberación se formó en febrero de 2003 tras años de creciente resentimiento hacia un gobierno en Jartum que, afirman, usurpó la magra riqueza de la región occidental de este país, al tiempo que marginaba a las tribus de negros que la produjeron en su mayor parte.
Darfur, del tamaño aproximado de Francia, no cuenta con industrias, ni caminos pavimentados, ni electricidad ni agua corriente. A menudo, los habitantes de la región, para llegar a un hospital, deben viajar al menos un día entero a lomo de camello o burro.
Aun cuando los negros conforman una clara mayoría entre los seis millones de habitantes de la región, la mayor parte de los cargos principales en Darfur están en manos de árabes. Las exigencias de los rebeldes de una mayor autonomía regional y una participación en los ingresos del país derivados del petróleo, que ascienden a un millón de dólares al día, han sido ignoradas en buena medida por el presidente sudanés, Omar al-Bashir.
Junto al ESL, en febrero de 2003 apareció en acción el Movimiento de Liberación de Sudán (MLS), con similares reivindicaciones. En abril de 2003, los rebeldes del ELS lanzaron un ataque sorpresivo al amanecer sobre la base de la fuerza aérea en El Fasher, destruyendo cinco bombarderos Antonov y dos helicópteros armados, además de llevarse 25 vehículos todo-terreno y reservas de armamento y munición.
Hoy una fuerza rebelde estimada entre 8.000 y 12.000 efectivos prosigue con una resistencia "de subsistencia", a menudo con pertrechos improvisados y soldados menores de edad. El gobierno sudanés controla varias ciudades clave en Darfur, pero los rebeldes controlan la mayoría del campo. La mayor parte de su tiempo lo pasan patrullando un vasto corredor arenoso de aldeas que se extiende a lo largo de más de 160 kilómetros al este de la frontera entre Chad y Sudán, donde frecuentemente son recibidos de manera entusiasta por los pocos residentes que optan por permanecer en sus decrépitas y achicharradas aldeas.
Muchos efectivos del Ejército Sudanés de Liberación se alistaron porque han visto cómo familiares y parientes fueron muertos en ataques por parte de las milicias árabes. Otros optaron por luchar para el ELS porque al parecer es una mejor alternativa que ocultarse en las montañas o refugiarse en el vecino Chad o en los escuálidos campamentos de refugiados, que están plagados de enfermedades.
La mayoría de los combatientes rebeldes no recibe paga y sobrevive con una comida diaria de asita, una pasta de maíz cubierta por una mezcla verdosa de okra (una vaina comestible) y cebollas.
Los vehículos del ESL tienen un aspecto improvisado, como si fueran desechos del plató de una película futurista: destartalados Toyota Land Cruisers con pintura de camuflaje en aerosol y lanza-cohetes atados a los espejos retrovisores, así como camionetas de servicio y jeeps con ametralladoras montadas sobre el techo.
"Casi todo lo que tenemos viene del gobierno sudanés y su ejército", informó Bahar Ibrahim, quien sirve en el consejo asesor del ELS. Los vehículos y la mayor parte de los rifles del ELS, así como su artillería pesada y la ropa, fueron confiscados tras ataques a las fuerzas del gobierno.
Pero las patrullas rebeldes muy rara vez se encuentran con los janjaweed o con tropas del ejército sudanés. Sus mayores problemas son de tipo mecánico con sus destartalados vehículos, y la obtención de combustible, que escasea y cuyo precio asciende aproximadamente a dos dólares por litro. Los rebeldes lo contrabandean desde poblados cercanos en Chad, cargando barriles de 130 litros sobre camionetas y regresando furtivamente a Sudán, cruzando a través de guardias fronterizas de Chad.
Lo que inquieta a diversos investigadores de los derechos humanos en la región es el número de soldados menores de edad en el Ejército Sudanés de Liberación.
"El ELS no anda por ahí reclutando a niños, pero algunos de sus soldados claramente son menores de edad, lo cual constituye una violación al derecho internacional", dijo Jemera Rone, investigador para el grupo Human Rights Watch, tras un recorrido por la región. "Todo parece indicar que la dirigencia no está haciendo nada al respecto".
En los campamentos de refugiados en Chad, la mayoría de los padres de familia que fueron entrevistados aprobó que sus hijos se unieran al ELS, ya que el grupo rebelde es percibido como su única defensa contra las milicias árabes de la región.
Matemática macabra
Los muertos en Darfur han sido arrojados al fondo de pozos, apilados en tumbas masivas, enterrados en cementerios arenosos y cremados someramente. Los niños han sido arrebatados de los brazos de sus madres para después ser lanzados a fogatas, al tiempo que pobladores locales eran arrastrados detrás de caballos y camellos por cuerdas atadas al cuello.
Todo esto hace que sea casi imposible contar el número preciso de víctimas de una guerra que lleva más de dos años. El subsecretario de Estado estadounidense, Robert B. Zoellick, dijo durante un viaje reciente a la región que el número de muertes asciende a entre 60.000 y 160.000. En marzo, un informe del Parlamento británico sostuvo que las víctimas ya eran 300.000. La Coalición por Justicia Internacional, una organización no gubernamental con sede en Washington contratada por la Agencia Estadounidense para el Desarrollo Internacional, asegura que son 400.000. El ex canciller de Estados Unidos, Colin Powell, calificó en 2004 a los asesinatos en Darfur como un genocidio. Zoellick ha evitado cuidadosamente el tema.
Quienes tratan de llevar un conteo del horror dicen que están tratando de calcular las muertes para lograr un impacto sobre el mundo. Sudán no ha emitido su propio estimado, pero funcionarios en Jartum catalogan los números que se mencionan como mera propaganda.
Para los supervivientes, resulta imposible comprender los diversos estimados. En medio del caos, a menudo no tienen idea de cuántas personas han sido acribilladas en sus propias comunidades, que son muy pequeñas.
"Murieron muchas personas", dijo simplemente Ibrahim Adam Abdallah, con rostro inexpresivo, cuando le preguntaron cuántas vidas se habían perdido en Seraf, un asentamiento en el sur de Darfur que fue evacuado hace más de un año e incendiado en abril, para asegurarse de que nadie regresara nunca.
Contabilizar el número total de muertos en guerras de África siempre ha sido un desafío muy complejo. La Organización Mundial de Salud estimó el año pasado que 700.000 personas habían muerto a lo largo de siete meses en Darfur, sumando muertes violentas, casos de desnutrición y enfermedades vinculadas con el conflicto.
Voces aisladas
Hace ya un año, ante la Cumbre de Emergencia sobre Darfur, el sobreviviente del Holocausto y laureado con el Premio Nobel Elie Wiesel preguntó: "¿cómo puede permanecer en silencio cualquiera que recuerde?". Un año después la pregunta sigue vigente. A pocos en Occidente parece importarles lo que ocurre en Sudán.
Francia y Rusia, por ejemplo, han sido evidentes facilitadores del régimen de Jartum y sus crímenes en contra de la Humanidad. El gigante del petróleo francés, TotalFinaElf, cuenta con valiosas concesiones de petróleo en Sudán, en tanto que Rusia conduce un lucrativo comercio de armas con el ejército local.
Estados Unidos ha permanecido al margen del conflicto. El gobierno de Washington ha sido acusado de ser benevolente con el régimen de Jartum debido a su cooperación en la lucha contra el terrorismo internacional. Bush ha retrucado que la acusación es un "disparate". Mientras tanto, los medios de comunicación estadounidenses se han negado a enviar equipos para darle un rostro humano a la carnicería en Darfur.
Pero, donde los medios masivos de comunicación están fallando, organizaciones por los derechos humanos están acumulando evidencia documental de las atrocidades generalizadas en contra del pueblo de Darfur.
Dos investigadores de Human Rights Watch, Annie Sparrow y Oliver Bercault, viajaron a la frontera entre Chad y Sudán para investigar la violencia sexual en los campamentos de refugiados. Mientras iban entrevistando a los adultos, les dieron crayolas y cuadernos a los niños para mantenerlos ocupados. Sin ninguna indicación, los niños empezaron a dibujar escenas de violencia sacadas de sus propias vidas. Esos dibujos son similares al arte de los niños del Holocausto nazi. Reflejan atrocidades que los niños no deberían conocer, y que buena parte del mundo se niega a ver.