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Budistas, espiritistas, hinduistas, bahá'ís y hare krishna: el mapa oculto de la religión en Montevideo

Se multiplican las ceremonias de creencias espirituales minoritarias, más allá de las iglesias cristianas. Hay al menos 70 lugares de reunión en Montevideo y Canelones. ¿Dónde están y qué hacen?

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Ceremonia umbandista
Ceremonia umbandista.
Foto: Fernando Ponzetto.

Por Ángela Reyes
Un puñado de mujeres y hombres, en su mayoría jóvenes, ocupan las filas de una sala sencilla acondicionada para rezar, que en la parte delantera cuenta con un rollo de escrituras conocido como Gohonzon. Ni el espacio ni quienes lo ocupan llaman la atención: lo que impacta es el sonido fuerte y perfectamente coordinado de estas personas entonando el mantra Nam-myoho-renge-kyo. Son los herederos de la tradición budista japonesa Nichiren que desembarcó en Uruguay en 1969 y que hoy reúne a unas mil familias en la organización Soka Gakkai, con sede en avenida Italia.

Tomando esa arteria de la ciudad, y tras un viaje de aproximadamente media hora, se llega a una vivienda en El Pinar identificada por el nombre de Guidaí. Allí, un pequeño grupo de hombres y mujeres, también jóvenes en su mayoría, se reúne en torno a un fuego. Se está preparando un temazcal, una de las ceremonias que realizan los seguidores del Camino de los Hijos de la Tierra, que desde la década de 1990 practica en Uruguay creencias de origen nativo americano que llegaron al país a través de líderes espirituales conocidos como “hombres medicina”.

La ceremonia, abierta también para quienes no forman parte de la comunidad, está liderada por Karina, una de las mujeres medicina de la organización. Hay decenas de líderes espirituales que hoy encabezan las ceremonias del camino, en las que en ocasiones también se apela a sustancias como la ayahuasca, cada vez más popular a nivel mundial.

Estructura para hacer un temazcal. Foto: Camino de los Hijos de la Tierra.
Estructura para hacer un temazcal.
Foto: Camino de los Hijos de la Tierra.

Mientras tanto, en Facebook, el sheikh Samir Selim, un difusor activo del islam enviado a Uruguay por el gobierno de Egipto, publica un video del momento exacto en que un uruguayo hace la profesión de fe del islam, uno de los cinco pilares de esta religión, desde un centro de la embajada egipcia en pleno Pocitos. “Atestiguo que no hay más Dios que Alá y que Mohamad es el mensajero de Alá”, dice Selim, en español, y el hombre sentado a su lado lo repite. El mensaje continúa en nuestra lengua nativa y luego se repite en árabe, y así la comunidad musulmana comienza a contar con un nuevo integrante.

Mientras los budistas de la escuela Nichiren rezan en japonés, los seguidores del Camino de la Tierra se preparan para entrar al temazcal y un hombre hace su profesión de fe al islam, por todo Montevideo y Canelones se multiplican encuentros y ceremonias de personas con creencias espirituales minoritarias sobre las que una parte de la ciudad nunca ha escuchado. Hay judíos, bahai’s, brahmis, hare kirshna, umbandas, hinduístas, sijs y espíritas, por mencionar apenas ocho grupos. Algunos se definen explícitamente como religiones, otros le rehúyen al término. En muchos casos tienen un arraigo en el país que se remonta a décadas. Pero ¿dónde están? Parece que fueran invisibles, pero no lo son.

Ceremonia budista en la sede de la organización Soka Gakkai.
Ceremonia budista en la sede de la organización Soka Gakkai.

Hace dos años decidí estudiar una maestría en Ciencias de las Religiones, con énfasis en Historia, dictada por un conjunto de universidades españolas. Mi objetivo era adentrarme en una dimensión que a menudo pasamos por alto en el análisis de la sociedad uruguaya, como si fuera residual, cuando es uno de los rasgos que nos define como individuos y grupo. Asumí, desde la ignorancia, que me encontraría con apenas un puñado de creencias minoritarias. Me propuse mapearlas en el marco del trabajo final de la maestría, siguiendo el ejemplo de un observatorio de las religiones de España que trabaja en favor del pluralismo y la convivencia. La realidad me demostró rápidamente lo errada que estaba mi percepción. A continuación cuento lo que aprendí.

Minorías, no excepciones.

Los retratos de aquellos que se adhieren a creencias minoritarias —hinduistas, budistas, musulmanes y más— a menudo hacen énfasis en su carácter excepcional. Son los diferentes. Los otros. Los raros. Puede que esta construcción se ampare en ciertas estadísticas: un estudio del Pew Research Center de 2014 que se usa como referencia en ámbitos académicos cifraba para entonces en 42% a los católicos en Uruguay, seguidos de los cristianos no católicos (15%) y luego los integrantes de “otras” religiones (6%). Ese mismo estudio situaba al país en la cúspide de América Latina en cuanto a personas sin filiación religiosa: un 37% en total que incluía un 13% de ateos y agnósticos. Parecería que, entre los cristianos y los que no tienen filiación religiosa, en un país marcado por el fuerte proceso de secularización del siglo XX, no hay espacio para más… salvo excepciones.

Sin embargo, hay otras cifras que cuentan un relato diferente. En Montevideo y Canelones se cuentan por decenas los espacios en los que se reúnen aquellos que adhieren a otras religiones y prácticas espirituales. Conocer el número con exactitud parece una misión imposible: en la medida en que en Uruguay no es obligatorio el registro de los grupos religiosos ante el Estado, salvo que quieran hacer uso de algunos beneficios como las reducciones impositivas, no existe un relevamiento centralizado. Pero sí es posible comenzar a delinear un mapa en el territorio.

En los dos departamentos hay al menos 70 lugares de reunión más allá de las iglesias cristianas —es decir, las católicas, las protestantes y las evangelistas—. Esa cifra incluye más de cinco escuelas de budismo diferentes, más de cinco centros espíritas, cerca de 10 sinagogas, dos espacios en los que se reúnen los musulmanes para los rezos y festividades comunitarias, más de cinco espacios donde se reúnen seguidores de las creencias de nativos americanos e indígenas de la Amazonia y, por supuesto, decenas de centros umbandistas.

Estos parecen ser los más difíciles de rastrear: según la mae Susana Andrade, se llegó a calcular que existían cerca de 1.000 en todo el país.

Ceremonia umbandista.
Ceremonia umbandista.
Foto: Fernando Ponzetto.
LAS LIDERESAS

La participación de las mujeres

Para quienes crecieron en la tradición católica, los líderes religiosos siempre fueron hombres. Sí, hay monjas y catequistas y monaguillas, pero el que consagra el pan y el vino y el que absuelve los pecados es hombre. Sin embargo, atravesando las fronteras de las iglesias cristianas en Montevideo se multiplica la presencia de mujeres líderes. En el Camino de los Hijos de la Tierra, por ejemplo, hay temazcaleras y mujeres medicinas que guían las ceremonias sagradas. En los centros espiritistas las mujeres son, invariablemente, las referentes además de una enorme mayoría de las participantes. Y a estas experiencias se suman las de las maes de las religiones de matriz afro, así como líderes de prácticas budistas.

¿Por qué no las vemos?

Encontrar las iglesias católicas en Montevideo es muy sencillo. Las visibiliza su propia arquitectura. Con las iglesias evangélicas tampoco hay dificultad: lo que carecen en arquitectura lo han suplido con creces a través de la cartelería. ¿Pero dónde están los centros budistas en Montevideo? ¿Y los espiritistas? ¿Dónde se reúnen los hinduistas? ¿Los bahá'ís? ¿Los hare krishna? En realidad, aunque pueda parecerlo, no están escondidos. Para encontrarlos basta, a menudo, una mirada atenta.

“El concepto filosófico del budismo es que el maestro no busca a su discípulo, que es el discípulo que busca al maestro. Entonces, si alguien va a ser discípulo, tiene que buscar cielo y tierra hasta que encuentre lo que le gusta”, explica el monje Pema Gompo, de Chagdud Gonpa Sengue Dzong. Esta escuela construyó el famoso templo budista ubicado en las sierras de Lavalleja, quelleva años fascinando a creyentes, no creyentes y turistas por igual. Sin embargo, esta misma escuela organiza encuentros sostenidos en Montevideo. Y lo hace en un apartamento discretamente identificado sobre la calle Bulevar España. En la puerta hay un cartel pequeño que te confirma que llegaste a la dirección correcta. Pero no más. En su caso, la discreción es una elección.

Monje Pema Gompa de Chagdud Gonpa Sengue Dzong en Lavalleja.
Monje Pema Gompa de Chagdud Gonpa Sengue Dzong en Lavalleja.
Foto: Darwin Borrelli.

Múltiples centros en los que se reúnen creyentes o seguidores de prácticas minoritarias comparten esta noción de discreción. Como resultado, por ejemplo, el centro espírita Juana de Angelis, uno de los de mayor tradición de la ciudad, se encuentra sobre la calle Juan Paullier al lado de un popular bar desde el que no se advierte, salvo que se mire con mucha atención, el cartel que lo identifica.

En múltiples casos relevados, esta discreción es reflejo de que no existe una voluntad de evangelizar: quienes están interesados encontrarán la información y se acercarán, pero no parece ser objetivo primario de las comunidades sumar adeptos a sus escuelas.

La discreción no es el único argumento posible. Hay practicantes de creencias como el hinduismo, hare krishna y brahma kumaris, por mencionar tres, que se reúnen directamente en casas particulares sin ninguna identificación específica. Existen comunidades pero no templos como en otros países de la región.

La sede del Centro Espirita Renacer con Bezerra.
La sede del Centro Espirita Renacer con Bezerra.

Un caso particular entre las creencias que habitan la ciudad es el de la comunidad judía.

Bien a comienzos del siglo XX los judíos se reunían, como hacen hoy los seguidores de otras religiones minoritarias, en viviendas particulares. A medida que la comunidad creció y los medios mejoraron, se pudieron alquilar espacios dedicados específicamente a las actividades religiosas. Y más tarde, comprar para edificar sinagogas.

Al barrio Reus popularmente se lo conoce como “barrio de los judíos”. Allí vivieron durante décadas grupos de inmigrantes y llegó a haber cinco sinagogas activas en el lugar. Sin embargo, ahora no hay ninguna y la mayoría de los espacios que ocupaban se han convertido en negocios.

Las sinagogas más activas, en concordancia con la movilidad de la comunidad dentro de la ciudad, se ubican principalmente en el barrio de Pocitos. En Ciudad Vieja y el Centro también hay templos, por ejemplo la sinagoga de la comunidad sefaradí sobre la calle Buenos Aires, que se mantiene pero con escaso movimiento: bastan los dedos de una mano para contar las ocasiones del año en la que está abierta.

Sinagoga en Montevideo.
Sinagoga en Montevideo.
Foto: Leonardo Mainé.

Las sinagogas, así como los templos de otras creencias minoritarias, en múltiples casos no se identifican a simple vista con símbolos religiosos, aunque sí pueden intuirse por las medidas de seguridad que sumó la comunidad a sus edificios tras el atentado a la mutual judía AMIA en Buenos Aires en 1994.

Aunque este factor influye en la forma en la que se presentan los templos, no parece ser el único. “Con la evolución de los tiempos también hubo un volverse mucho más sencillo de los edificios comunitarios judíos”, explica el rabino Daniel Dolinksy, de la Nueva Congregación Israelita. Y otro factor puede haber jugado en las decisiones sobre los templos: la laicidad. “La laicidad bien entendida, hace que un templo no tenga que ser un espacio ni pomposo ni de derroche ni ajeno a la sociedad en la que vive. Entonces tampoco tiene sentido construir catedrales o monumentales edificios, no hay necesidad. Creo que en el judaísmo eso influyó para que los edificios fueran mucho más austeros”, dice Dolinksy.

¿En dónde están?

Una comparación entre el mapa de las prácticas minoritarias en Montevideo y el mapa socioeconómico de la ciudad permite confirmar en el territorio algunos vínculos que reconocemos casi intuitivamente entre religiones y niveles socioeconómicos.

Los templos de las religiones de matriz afro, por ejemplo la umbanda, se encuentran en zonas de la ciudad que concentran a la población con menos recursos, mientras que la presencia es más escasa o casi inexistente en las zonas de nivel socioeconómico de medio a alto, notablemente en la franja costera del este, en los barrios Pocitos, Buceo, Malvín, Punta Gorda y Carrasco.

Los barrios que miran hacia la costa concentran, por su parte, a los templos y lugares de encuentros de dos minorías asociadas con un mayor bienestar: los judíos y los inmigrantes hinduistas.

Otras prácticas, como pueden ser las escuelas budistas y los centros espíritas, parecen atravesar en mayor medida las clases sociales de la ciudad.

Sijismo
Surajdev Singh, quien profesa el sijismo, también realiza actividades con el gong y yoga.
Foto: cortesía de Surajdev Singh

Pero si en Uruguay la enorme mayoría es cristiana, y encima hay un porcentaje considerable de no creyentes, ¿de dónde salen todas las personas que sostienen estos espacios? ¿Son solamente aquellos identificados como de “otras religiones”? Un vistazo más profundo a las cifras permite hacer otra hipótesis: una encuesta de 2006 encontraba poco más de un 20% de “creyentes en dios sin una fe confesional”. El estudio de Pew de 2014 habla de casi un 25% “sin una religión particular”.

Hay, por tanto, una cantidad significativa de la población que cree en una dimensión espiritual aunque no se identifique con una religión específica y parte de este grupo, según las conversaciones que tuve durante el recorrido de mi trabajo final, son los que están abiertos a acercarse a tradiciones diversas en búsqueda del sentido.

En el trasfondo de esta conversación está también la discusión sobre el significado de la propia palabra “religión”.

Varias de las organizaciones relevadas para este trabajo respondían, apenas las contactaba, que lo suyo “no es religión”. Una práctica espiritual, sí; una religión, no. Se trata de una afirmación, casi un escudo, ante la idea popular de religión como la creencia en un dios o dioses y la institucionalización de esa creencia a través de iglesias.

Sin embargo, la definición de religión trasciende con creces esos límites. Yuval Noah Harari, autor del popular libro Sapiens. De animales a dioses, define a la religión como “un sistema de normas y valores humanos que se fundamenta en la creencia en un orden sobrehumano”. Es decir, la creencia en algo que trasciende a los seres humanos. Pero eso no implica, necesariamente, la creencia en dios como la hemos entendido históricamente en las tradiciones abrahámicas.

Altar de la iglesia Iglesia Ceu de Luz
Altar de la iglesia Iglesia Ceu de Luz.

El sociólogo estadounidense Robert Bellah era igual de general en su definición: decía que la religión es un “sistema de creencias y prácticas relativas a lo sagrado”.

Bajo esta luz, es posible que prácticas que no se identifican como religiones puedan ser entendidas como tal. Este debate lingüístico, que parece propio del ámbito académico, en realidad podría tener consecuencias beneficiosas para la sociedad, ayudando a entender que no existe una diferencia tan marcada entre muchos de los que se definen como religiosos y como no religiosos, diferencia que hoy, en algunos ámbitos, es desencadenante de exclusiones y violencias.

En Soka Gakkai participé de un encuentro de mujeres jóvenes. Había budistas que recibieron las enseñanzas de sus familias y las incorporaron desde su más tierna infancia. Pero también había “budistas de primera generación”. Una de ellas contó cómo se había acercado a la escuela Nichiren: conocía a un joven al que siempre veía feliz. “¿Vos sos feliz?”, le preguntó directamente un día (y en la reunión se lo marcaron: en qué contexto se le hace esa pregunta a alguien). Él le respondió que sí y ella le hizo un pedido muy concreto: “Pasame tu receta”.

COMUNIDAD

El sijismo, desde India a Uruguay

La instalación del gigante de la tecnología Tata Consultancy Services a comienzos de la década del 2000 impulsó la llegada de indios a Uruguay y, con ellos, de sus comidas, sus deportes más populares y, también, su religión mayoritaria: el hinduismo.

Ahora comienza a abrirse camino en nuestro territorio otra religión proveniente del norte de la India, el sijismo. Sin embargo, no fue la comunidad india la que la trajo. Detrás de su implantación hay un uruguayo.

Mientras hacía esta investigación, personas de distintos entornos me aseguraron que en Montevideo había sijíes, integrantes de una religión monoteísta que profesan cerca de 30 millones de personas y que, aunque en India es minoritaria, es de hecho la quinta más popular del mundo. El nombre del referente que me proporcionaron fue Surajdev Singh. Me preparé para desempolvar mi inglés, idioma que manejan muchos de los indios que llegan al país, pero cuando me atendió el teléfono me respondió en perfecto español. En español de Uruguay. Y me contó la historia.

Surajdev Singh rezando en un gurdwara.
Surajdev Singh rezando en grupo en un gurdwara.

El sijismo llegó a Uruguay a través de las enseñanzas del maestro Yogi Bhajan, quien se dedicó a la promoción de herramientas como el yoga y el uso del gong en América, y quien a su vez era un seguidor del sijismo.

Para adentrarse en sus enseñanzas no era necesario profesar su religión, pero de hecho esta despertó interés y dio inicio a una comunidad que hoy en Uruguay existe, aunque es pequeña.

Los sijíes uruguayos aún no cuentan con un templo ni con una estructura formal, aunque quieren avanzar en ese sentido. Hoy comparten sus enseñanzas con aquellos que se muestran interesados en un espacio en el que también se aborda el yoga y el gong, una práctica que también parece estar ganando terreno en el territorio.

La comunidad es chica pero ha estrechado lazos con sus pares en Argentina, donde la tradición ha avanzado al punto de contar con su propio templo.

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