Addio, dolce vita

| Berlusconi había prometido hacer ricos a todos los italianos. Pero su gobierno los hizo más pobres.

The Economist

A simple vista, la vida en Italia sigue siendo bastante dulce. La campiña es asombrosa, las ciudades históricas hermosas, los tesoros culturales increíbles y la comida y el vino tan maravillosos como siempre. Según la mayoría de los estándares, los italianos son ricos, viven mucho tiempo y sus familias se mantienen impresionantemente unidas. La tosca embriaguez que vuelve tan desagradables el centro de las ciudades de otros países es piadosamente escasa en Italia. El tráfico puede ser malo, y sitios como Florencia y Venecia pueden estar invadidas por turistas, pero si se va fuera de temporada (o simplemente se mantiene fuera del recorrido principal), se puede pasar unas vacaciones de lo más disfrutables en Italia que en prácticamente cualquier otro país.

Pero debajo de esta dulce superficie, muchas cosas parecen haberse vuelto amargas. El milagro económico posterior a la Segunda Guerra Mundial, culminado en el famoso sorpasso de 1987 (cuando Italia anunció que su producto bruto interno había sobrepasado al de Gran Bretaña), está total y absolutamente terminado. El crecimiento económico de Italia en los últimos 15 años ha sido el más lento de la Unión Europea, incluso detrás del de Francia y Alemania. Su economía es hoy sólo del 80% del tamaño de la de Gran Bretaña. A principios de este año Italia cayó brevemente en la recesión; para 2005 en conjunto, su economía se espera que sea la única en achicarse dentro de la Unión Europea. El crecimiento el año próximo se espera que sea anémico, en el mejor de los casos.

Las empresas italianas, en especial las pequeñas compañías familiares que han sido la columna vertebral de su economía, están bajo una presión que crece incesantemente. Los costos han subido, pero la productividad se ha mantenido en el mismo nivel, o incluso ha declinado. La adopción del euro, la moneda común de la Unión Europea, ahora mantiene lejos la devaluación, que por muchos años funcionó como válvula de seguridad para los negocios italianos. La competitividad del país se deteriora rápidamente, y su parte en las exportaciones mundiales y la inversión directa en el extranjero es muy baja. El Foro Económico Mundial, en su tabla anual de competitividad, recientemente ubicó a Italia en un humillante puesto 47º justo debajo de Botswana.

La economía italiana demostró también ser altamente vulnerable a la competencia asiática, porque son muchas las pequeñas empresas especializadas en áreas como textiles, zapatos, mueblería y electrodomésticos, las que están absorbiendo lo peor del asalto exportador chino.

Sin un peso

Los efectos de la declinación ya se empiezan a ver. Mayor número de italianos están viendo sus condiciones de vida estancarse, o incluso caer. Generalmente se estima que el costo de vida creció levemente desde que los billetes y monedas del euro reemplazaron a la lira en enero de 2002. El precio de los inmuebles, por cierto, saltó fuera del alcance de muchos de los compradores primerizos en Roma, Milán e incluso Nápoles. Muchos italianos están reduciendo sus vacaciones anuales, o incluso cancelándolas. Otros están dejando de comprar nuevos autos, incluso ropa nueva, una real privación para gente tan preocupada por la moda. Los supermercados reportan que las ventas bajan en la cuarta semana de cada mes, antes de que el siguiente pago de sueldos llegue, una clara señal de que las familias están luchando por llegar a fin de mes.

Esta economía en crisis está causando problemas mayores. La infraestructura de Italia está crujiendo: las rutas, vías de tren y aeropuertos están cayendo por debajo de los promedios del resto de Europa, y los edificios públicos y privados están luciendo todavía más penosos. Los estándares educacionales han bajado: el país calificó muy mal en la comparación internacional PISA (Programa Internacional de Evaluación de Estudiantes) de la OCDE (Organización para el Desarrollo y la Cooperación Económica), y ninguna universidad italiana hoy entra en la lista de las principales 90 del mundo. El gasto en investigación y desarrollo es bajo para los criterios internacionales.

Italia también ha sufrido, más que lo que le correspondería en proporción, de escándalos corporativos, notablemente la defraudación de bonos de Cirio y el colapso de Parmalat. Y las finanzas públicas son un desorden. Estimaciones respetables ponen el déficit presupuestal del próximo año en el 5% del PBI, muy por debajo del techo del 3% marcado el pacto de crecimiento y estabilidad de la Unión Europea. La deuda pública llegó a estar por encima del 120% del PBI, y no se reduce.

Hasta el tejido social italiano está sufriendo tensión. La familia se mantiene fuerte, y la tasa de divorcios es relativamente baja. Pero el hecho de que el 40% de los italianos de entre 30 y 34 años estén viviendo con sus padres no es un signo de armonía familiar o de apego a la cocina de mamá. Muchos jóvenes italianos se quedan en su casa paterna porque no pueden encontrar trabajo, o porque no ganan lo suficiente como para mantener un hogar propio.

La confianza social, un concepto difícil de medir, parece ser inusualmente baja en Italia, una razón, tal vez, del por qué las firmas familiares han jugado siempre una parte tan central en la economía. Y el respeto por las reglas, incluso por la ley, que nunca fue demasiado alto, parece haber disminuido aún más en los últimos años. Tanto la evasión fiscal como la construcción ilegal, animadas por sucesivas amnistías, parecen estar en aumento. El crimen organizado y la corrupción se mantienen indemnes, sobre todo en el sur.

Para coronar todo esto la demografía en Italia luce terrible. El país tiene una de las tasas de nacimiento más bajas de Europa Occidental, con un promedio de 1,3 hijos por mujer, y la población está disminuyendo; aunque los italianos están viviendo más años, también están envejeciendo muy rápido. Las consecuencias económicas (demasiados pensionistas y jubilados, sin trabajadores suficientes para mantenerlos) son de por sí preocupantes. Lo que las hace peores es el bajo nivel de participación laboral. Sólo 57% de los que tienen entre 15 y 64 años tienen empleo, la menor proporción en Europa Occidental. Alemania, en comparación, tiene una tasa de empleo del 66%, y Gran Bretaña del 73%.

Aunque el desempleo general en Italia no sería tan malo según las tasas de Europa, es perturbadoramente alto entre los jóvenes y en el sur.

El legado de Berlusconi

¿Qué salió mal con la economía de Italia, y cómo se puede corregir? Estas son las preguntas principales que esta nota tratará de responder, pero desde el contexto de su desordenada escena política. El gobierno de centro derecha de Silvio Berlusconi, elegido en mayo de 2001, parece probable que alcance el raro logro de permanecer en su sitio por un período completo (por primera vez para un gobierno italiano desde la posguerra). Berlusconi está sumamente orgulloso por este logro. Pero tiene mucho menos de que enorgullecerse en lo relacionado con la economía. En su campaña de 2001, prometió aplicar la perspicacia para los negocios que ayudó a convertirlo en el hombre más rico de Italia para hacer a todos los italianos más ricos. Es en este punto donde ha fallado notoriamente.

En abril de 2001 una nota de The Economist sostenía que Berlusconi era inadecuado para dirigir Italia, por la ciénaga de casos legales en su contra en la que estuvo sumergido a lo largo de toda su carrera, y por el conflicto de intereses inherente a su posición como dueño de las tres cadenas privadas principales de la televisión de Italia. Casi cinco años después, aún tiene problemas legales (de los cuales muchos son posteriores), y ha hecho muy poco por resolver sus conflictos de interés. Es más: debido a que el gobierno controla la RAI, la televisora estatal, Berlusconi ahora controla o tiene influencia sobre el 90% de la televisión abierta italiana (lo que no le impide quejarse de quienes lo critican por TV). El veredicto de 2001 se mantiene.

En 2001 había un motivo a futuro para elegir la coalición de centroderecha de Berlusconi. Italia realmente necesitaba una dosis de reformas promercado, liberalización, privatización, desregulación y una sacudida de la administración pública, todo lo cual Berlusconi había prometido. Incluso juró bajar los impuestos. Una mayoría de los votantes italianos, respaldada por muchas de las empresas del país, estuvo dispuesta a ignorar sus entreveros legales y sus conflictos de interés, y darle una oportunidad para reformar el país. Pero a medida que se acercan las próximas elecciones muy poco de lo que prometió se ha cumplido, y muchos de sus antiguos seguidores se sienten desilusionados.

Incluso la aparente estabilidad política que Berlusconi ha apadrinado es engañosa. Su coalición de seis partidos de centroderecha ha estado a punto de colapsar más de una vez, usualmente gracias a riñas entre la Liga del Norte de Umberto Bossi y la Alianza Nacional de Gianfranco Fini. En abril, un roce con un aliado menor, la Unión de Centro y la Democracia Cristiana, forzó a Berlusconi a renunciar y formar un nuevo gobierno.

Según el panorama actual, la oposición de centroizquierda, liderada por Romano Prodi, aparece como el más probable vencedor en las elecciones del 9 de abril de 2006. Pero incluso si se las ingenia para ganar, Prodi se las va a ver difíciles para introducir reformas, entre otros motivos porque su coalición incluye no menos de nueve partidos, muchos de los cuales se opondrán a los cambios. Fue un aliado de Prodi, Fausto Bertinitti, y sus irreductibles comunistas, quienes lo empujaron fuera del gobierno en 1998. De hecho, ninguno de los dos grupos principales en la política italiana actual le ofrece mucha esperanza a aquellos que creen que el país necesita unas radicales (y dolorosas) reformas.

Italia se aproxima a un quiebre. Al igual que Venecia en el siglo XVIII, se ha descansado demasiado tiempo en su éxito pasado. También como Venecia, ha perdido la mayoría de las ventajas económicas que sostuvieron ese suceso. Para Venecia, fue un casi monopolio del tráfico con Oriente lo que pagó la construcción de sus hermosos palacios e iglesias; la Italia de hoy se ha beneficiado enormemente con la combinación de mano de obra barata y un intercambio de trabajadores desde el sector agropecuario de bajo rendimiento (principalmente en el sur) hacia la industria manufacturera (mayormente en el norte). Pero este tipo de bonanzas invariablemente llegan a su fin.

Eso es lo que pasó en la Serenissima a fines del siglo XVIII. Venecia fue barrida con desprecio por Napoleón, y el último Dogo se echó del gobierno a sí mismo. La República Serena ahora es poco más que una atracción turística. ¿Podría ser este el destino de toda Italia?

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