Actualmente reservado para ocasiones especiales, como bodas, eventos formales y encuentros de moda, y mayormente utilizado por personalidades con gran exposición pública, sean artistas, miembros de la realeza y de la política, el sombrero dejó de ser un accesorio indispensable a partir de las décadas de los 60’ y 70’ del siglo pasado. También es cierto que los amantes de la moda y los diseñadores, como el legendario Karl Lagerfeld, quien los incluyó en casi todas sus pasarelas para Chanel, no se resignan a perder este aliado de la elegancia, y de hecho, junto con la industria del entretenimiento, insisten en devolverle su lugar de relevancia en el guardarropas. Y por temporadas lo consiguen. Basta pensar en lo rápido que las marcas de indumentaria masculina incorporaron la gorra inglesa de lana a sus propuestas, a partir del furor que causó la serie Peaky Blinders. Con su estética sastrera, coronada por sombreros y boinas estilo newsboy, el público abrazó la tendencia y generó un efecto entre nostálgico y aspiracional en varones y mujeres deseosos de volver a un vestir más esmerado. Por otra parte, el streetstyle urbano suele regalar postales de estos accesorios cuando el frío aprieta en el invierno, y en verano son un clásico los modelos en paja, rafia y los muy buscados Panamá.
“En los años 50’, cualquier foto en el Estadio Centenario mostraba a unas 70.000 almas usando sombreros; los hombres tenían uno para acompañar el color de cada traje, además de los modelos femeninos. Luego, con la llegada de la psicodelia y de la revolución hippie, su uso decayó, y ya no fue necesario salir vestido con sombrero. La vestimenta se volvió más informal”, explica Sebastián Dominoni, director de la Fábrica Nacional de Sombreros, quien recibe a PAULA para compartir la tradición y mística del métier familiar en una recorrida por su taller.
Legado genovés
La firma se dedica a la confección de sombreros y boinas, y es un bastión de la factura nacional jugada a la excelente calidad. Esto último obedece no solo al fuerte compromiso de honrar la profesión familiar, sino que es un elemento de diferenciación respecto a los productos que llegan del exterior con confecciones regulares pero precios tentadores. Para cumplir entonces con sus altos estándares, la firma continúa con el proceso artesanal de antaño, caracterizado por la dedicación y el empeño.
“La historia de la fábrica empezó en 1889, con la llegada a Buenos Aires de un inmigrante genovés, Pedro Dominoni. Allí abrió un taller, y en 1912, uno de sus hijos, Emilio, se instaló en Montevideo. Hasta la década del 60’, ambas fábricas funcionaron en paralelo, pero cuando cerró en Buenos Aires, la sede de aquí se mantuvo como siempre, ofreciendo sombreros de distinto tipo: paja, lana, pelo, y también boinas, que aquí fabricamos incluso en hilo de algodón”, cuenta con orgullo quien representa la quinta generación de la familia en el rubro.
En el afán de dar a conocer su rica historia y sus líneas de productos, Dominoni inauguró recientemente un ciclo de visitas a las instalaciones, que permiten a locales y a turistas, meterse en el corazón de su negocio y conocer de primera mano cómo se fabrica un sombrero de alta calidad. “Aquí funciona un museo que está en movimiento, está vivo. Es como otras fábricas en Uruguay que se convirtieron en museos, solo que esta se encuentra en funcionamiento”, advierte entre risas, mientras aclara que la firma no siempre estuvo emplazada en su actual sitio del Cerrito de la Victoria. “Se situaba sobre la calle General Farías, en Bellavista, casi frente a la estación. Allí, solía parar una formación de seis vagones de ferrocarril que traía lana y paja para la fábrica. Allí trabajaban unos 150 operarios porque se hacía todo el proceso. Se recibía la lana sucia que bajaba de los vagones, y allí se lavaba, se desengrasaba y se trataba con los distintos procesos. Se hacía el carbonizado, un proceso que mediante inmersión en ácido elimina los pastos secos y elementos vegetales que quedaban. Todo eso demandaba mucha mano de obra”, comparte.
De aquella fábrica inicial hoy queda una pared con parte del friso que indicaba el nombre de la fábrica; un incendio destruyó parte del edificio en 2016. Dominoni cuenta que cuando hace algunas décadas la demanda de sombreros dejó de justificar unas instalaciones tan grandes, el inmueble se vendió y la empresa se trasladó primero al Centro, y luego al Cerrito de la Victoria, donde opera en una versión más adecuada a las necesidades del mercado actual.
“Cuando la demanda cambió, decidimos simplificar el proceso. En el mundo actualmente quedan fabricantes de sombreros por un lado, y fabricantes de campanas de lana por el otro. Nosotros ahora importamos esos conos de lana ya armados. Increíblemente se hacen con lana Merino uruguaya, y con esas campanas confeccionamos nuestros productos. También importamos pelo, que puede ser de nutria, liebre y conejo; por eso la marca de la fábrica se llama Nutria. En la actualidad, se trae de Portugal, España y de la zona de la ex Checoslovaquia. Un mismo modelo puede hacerse en lana o en pelo, pero el proceso es distinto. Como es más costoso, comenzaron a usarse menos. Si un sombrero en lana sale cien dólares, el confeccionado en pelo, cuesta el doble porque es mucho más trabajoso”.
Complemento campero
Elaborar un sombrero, sea cual sea el modelo, lleva entre 12 y 20 días, y el proceso siempre comienza con una campana de lana, también llamada cloche (campana en francés), que luego se trabajará a base de agua y golpes para darle la forma y el estilo deseado. Utilizando maquinaria y herramientas de entonces, incluidos moldes de diferentes tamaños para cada estilo, y un conformateur de sombreros, que permite realizar las prendas a la medida del cliente, los pasos incluyen, a grandes rasgos, dar forma, cortar el ala, agregar adornos, y planchar.
“Donde se mantiene al firme la tradición del sombrero es en el campo. Allí la moda no ha cambiado y se siguen usando los mismos modelos de siempre: el campero de ala ancha, y el panza de burro. Casi el 90 por ciento de lo que fabricamos se va para el interior. Nuestra marca Nutria es muy valorada en campaña. Sin embargo, el producto por excelencia ahora es la boina de paño tejido, que se usa en invierno, y para el verano introdujimos la de algodón. En Montevideo la boina es muy común también, y la gorra inglesa se puso de moda”, asegura.
Además de sus etiquetas propias –Nutria, Cataluña, Castor y Castilla–, la firma importa y distribuye boinas provenientes del exterior como Elósegui de España y Tolosa de Argentina, para ofrecer un catálogo más completo.
Lamentablemente, a pesar de que esta industria nacional supo adaptarse a los tiempos y a los contextos adversos, cabe señalar que cuenta con dos grandes obstáculos: por un lado, China –que aunque en calidad no se compara, el bajo precio incide en la decisión del comprador–, y por el otro lado, la frontera seca con Brasil propicia el contrabando, que se instala en ferias y festivales criollos.
Consultado acerca de la posibilidad de exportar sus productos, Dominoni responde resignado que el costo país le impide competir en el mercado internacional, aunque con las boinas sí ha logrado colocar sus marcas en mercados como Chile, Brasil, Canadá, Estados Unidos y Francia.
Glamour de sobra
Dominoni se precia de poder hacer en su fábrica cualquier tipo de sombrero, desde los más clásicos e incluso históricos, hasta los de tendencia. Tricornios como los de Napoléon, gachos como los preferidos por Carlos Gardel, quien supo vestirse con los de la firma; borsalinos –del cual se mantiene hasta el antiquísimo contrato con permiso de uso de la patente–; galeras; bombines; sombreros de paja, y más. Esta circunstancia le permitió al empresario competir en un nicho inesperado para su rubro. Dominoni cuenta que son usuales los pedidos de modelos específicos para vestuarios de teatro y más recientemente, los encargos de productoras de películas y series. “El problema con estos pedidos es que a veces los solicitan de un día para el otro, pero nosotros podemos ofrecer todos los modelos. Tenemos el sombrero que se usó en una de las telecachadas de Cacho de la Cruz; hemos hecho piezas de época para la película La Redota y también para la serie El Presidente”, enumera. Prueba de todo esto es el mural con retratos de personajes célebres provenientes de todos los palos luciendo sus creaciones. Es más, el encanto que generan los sombreros y la profesión asociada a estos, puede ser experimentado en la actualidad por cualquier interesado. En el marco de las actividades culturales que realiza la Fábrica Nacional de Sombreros, como las visitas guiadas de los viernes a las 14:00 horas, la firma lanzó el mes pasado un taller de confección del accesorio. Se trata de instancias puntuales dirigidas a todo público, que invitan a vivir la experiencia de realizar un sombrero desde cero y realzar el guardarropas personal con un accesorio tan elegante como atemporal. La invitación queda planteada así que a estar atentos a la próxima fecha.
Juan Rosas 4123.
Tel.: 2216 3633. Instagram/@fabricanacionaldesombreros