La preocupación por el medioambiente, la calidad del aire, los daños provocados por las sequías y por las inundaciones, y tantos otros factores que aseguran un ecosistema saludable, es creciente. Los efectos del cambio climático son innegables y llegó la hora de recomponer aquello que durante décadas se dio por descontado, y no se cuidó. La buena noticia es que los esfuerzos en este sentido son múltiples y muy alentadores. El método de reforestación diseñado por el botánico japonés, Akira Miyawaki (1928 -2021), por ejemplo, es una herramienta cada vez más extendida a nivel global para restaurar ecosistemas degradados y combatir los efectos del cambio climático. La clave está en sus microbosques milagrosos, que prometen un sinfín de beneficios tanto en el medio urbano como en el rural, pues funcionan en parques, jardines, y espacios abandonados de la ciudad, pero también resultan ideales para recuperar suelos dañados por la agricultura, la construcción y demás actividades humanas.
La implantación de un bosque Miyawaki tiene ciertas reglas. En primera instancia, las plantaciones deben ser densas. La consigna es sembrar numerosas especies en un área pequeña para promover la competencia entre ellas por la luz solar y los nutrientes, lo que resulta en una aceleración de su crecimiento. Este factor posibilita que al cabo de pocos años el bosque alcance su estado maduro. Asimismo, la necesidad de utilizar exclusivamente plantas nativas se debe a que la flora de la zona ya está adaptada al clima y al suelo local. También se debe recurrir a la mayor variedad de especies posible, de modo de generar un ecosistema complejo y resiliente.
Una vez establecidos, los bosques Miyawaki no precisan casi mantenimiento, puesto que se regulan a sí mismos. Estos oasis verdes son resistentes a las sequías, las inundaciones y los fenómenos climáticos extremos; absorben dióxido de carbono, lo que ayuda a reducir los niveles de gases de efecto invernadero en la atmósfera; aportan al entorno urbano, mejorando la calidad del aire y reduciendo el ruido, y a su vez, contribuyen a mantener el ambiente más saludable y sostenible.
Claro que llegar a este método capaz de imitar la sabiduría de la naturaleza le llevó a Akira Miyawaki años de investigación, ensayo y ciertamente una cuota de inspiración.
El botánico paciente
Egresado de la Universidad de Yokohama en 1959, el japonés realizó estudios de campo en varias partes de su país mientras trabajaba como asistente de investigación en la universidad donde estudió. Especializado en ecología de las plantas y semillas, se abocó a la restauración de la vegetación natural en terrenos degradados. Especialmente importante en su carrera resultó la década de 1980 a 1990, cuando dirigió inventarios botánicos y fitosociológicos junto con universidades y laboratorios de fitoecología, que cartografiaron la vegetación de todo Japón. Asimismo, creó un gran banco con más de 10 millones de semillas, clasificadas según su origen geográfico y suelo. Estas simientes procedían, en su mayoría, de los Chinju no Mori, restos de bosques sagrados y prehistóricos, preservados durante generaciones alrededor de templos y de cementerios debido a la creencia tradicional que considera de mala suerte interferir con estos enclaves. Miyawaki utilizó los principios de esta tradición y propuso un plan para restaurar los bosques nativos, dada su capacidad regeneradora del medio. Inventarió más de diez mil sitios en todo Japón e identificó la flora potencial afectada por diferentes tipos de actividad humana, desde zonas montañosas, riberas de ríos, aldeas rurales hasta áreas urbanas. Toda esa investigación se compiló en un estudio de diez volúmenes y 6.000 páginas. Al día de hoy, sus mapas son utilizados como base para investigaciones científicas y estudios de impacto, así como herramienta para el uso de la tierra, el diagnóstico y el mapeo de corredores biológicos. De hecho, el alcance del trabajo de Miyawaki es tal, que en 2006 recibió el Premio Planeta Azul, en reconocimiento a sus aportes a la ciencia.
Sin embargo, las propuestas de Miyawaki no tuvieron una respuesta positiva desde el principio. No fue sino hasta comienzos de los 70’ que sus ideas tuvieron el eco que merecían. El espaldarazo llegó a raíz del trabajo realizado para la empresa Nippon Steel Corporation, quien le encargó plantar bosques alrededor de un complejo siderúrgico de su propiedad, luego de que los esfuerzos de la firma por establecer plantaciones convencionales no prosperaran. Para el encargo de la acería, Miyawaki identificó la vegetación natural potencial del área y estudió los bosques que rodeaban a dos tumbas cercanas; escogió diversas especies de árboles que probó en el sustrato a forestar, y creó un vivero donde se mezclaron las plantas para luego utilizarlas en el sitio. El proyecto fue un éxito y Nippon extendió el encargo para sus siete fábricas. A partir de ese ejercicio, Miyawaki y sus colegas cubrieron más de 1.400 sitios con bosques protectores de múltiples capas, compuestos enteramente de especies nativas. El método fue probado con éxito en casi todo Japón, incluso en sustratos difíciles donde se buscó mitigar los efectos de los tsunamis en la costa, de los tifones en el puerto de Yokohama, del accidente nuclear en la central de Fukushima, y también en terrenos baldíos, islas artificiales, y en pendientes desmoronadas después de la construcción de carreteras. El método del botánico se ha instaurado en más de 1.700 áreas alrededor del mundo: más de un millar en Japón, y también en lugares como la Amazonia, Italia, Francia, China, Inglaterra, Estados Unidos, Chile y hasta Uruguay.
Iniciativa local
En Montevideo, la experiencia de Akira Miyawaki se aplicó en el Parque de actividades agropecuarias (PAGRO), en la zona de Colón Norte, y en el Jardín Botánico, buscando recrear el desarrollo natural de bosques nativos.
“A raíz de la gran expansión de la urbe, y de todos los retos ambientales que eso conlleva, se pensó en la importancia de los bosques urbanos, no solo desde un punto de vista ecológico, sino hasta socioeconómico, aplicados todos los temas de sostenibilidad, resiliencia, e inclusión social", señala Álvaro Carámbula, director del Jardín Botánico de Montevideo con 41 años de carrera en áreas verdes de la intendencia.
Carámbula explica que desde 2009, Montevideo trabaja una estrategia de respuesta al cambio climático, y que entre las cuestiones de adaptación y mitigación de estos efectos, se comprometió en la COP 26 (Conferencia de las Partes de la Convención Marco de las Naciones Unidas para el Cambio Climático), de 2021, en Glasgow, a alcanzar la neutralidad del Carbono 2 para el año 2040. El experto aclara que si bien estas metas son a largo plazo, una de las maneras que se manejó para cumplir con estos objetivos fue el método Miyawaki. "El sistema imita el crecimiento natural de un bosque usando especies propias de una región. Miyawaki decía que la plantación debe centrarse en árboles nativos de la región y en seguir las leyes del bosque natural. Esto significa que no se plantan las especies en hilera. Aplicando esta metodología en el ecosistema forestal se generan parches boscosos que en una o dos décadas logran el objetivo de la biodiversidad. Lo primero es el diseño del sitio. Para eso se delimita el terreno, se prepara la tierra si es necesario, se seleccionan las especies, y se plantan de dos a siete ejemplares por metro cuadrado. Lo ideal es que esos individuos midan entre 40 centímetros y 1,20 metros, evitando la plantación alineada o regular". Carámbula explica la razón: si se planta un árbol de dos metros, se le hace un buen pozo y se lo fertiliza, este va a crecer seguramente, pero no permitirá que otros lo hagan en su entorno. "En cada cuadrante se ubican doseles de diferentes alturas, unos más altos, otros, que sabemos que viven a su sombra, más abajo. En el Jardín Botánico plantamos unos parches que tienen finalidad demostrativa y nuestra experiencia fue diferente a la del PAGRO. Por ejemplo, ellos prepararon mucho más el suelo y pasaron arado para sacar la gramilla. Acá eso no se hizo, incluso por temas de dimensiones. En la experiencia, en la que intervino Mujeres que Reverdecen, se quitaron las malezas, se verificó la ausencia de hormigas, pero no se dio vuelta la tierra, ni hubo gran fertilización”.
Los tres parches boscosos de setenta metros cuadrados que conforman la experiencia se crearon en 2023, y aún en invierno es posible distinguirlos del resto del paisaje. “En el último monitoreo que se hizo, nos fue muy bien. Se supone que si un 80 por ciento de las plantas prospera, ya es viable porque a la larga esos ecosistemas se autorregulan. En la selección de especies inlcuimos timbó, ceibo, ibirapitá, ombú y anacahuita para las más altas. Entre las más bajas hay espinillo, cina-cina, arazá, y cedrón del monte; esas son de crecimiento rápido y se intercalan otras de crecimiento lento como tala, canelón, coronilla, pitanga”, enumera Carámbula.
“Hay que destacar que esto no es un jardín ornamental. Por ejemplo, hay especies muertas, hay malezas y hay hojitas caídas. Eso no es descuido, está dentro del método. Este espacio es demostrativo y se espera que en unos 15 años, estos bosques ya estén estabilizados. Bienvenida esta nota para volver a hablar de esta experiencia y cómo continuará”, concluye.