La historia llora

| Se fue Oscar Omar Míguez, campeón mundial de 1950, y jugadas de antología, como el "mondonguillo", la "chilena" y la "bicicleta" no encuentran consuelo

JORGE SAVIA

No murió. Más alla de que siga vivo, eternamente, en la mente, el corazón, y cuando menos en el reconocimiento, no sólo de todos los que lo siguen queriendo, y que son muchísimos más que los varios centenares de personas que ayer lo acompañaron hasta su última morada en el Panteón de los Olímpicos en el Cementerio del Buceo, sino de la gran mayoría de la gente, lo que pasó con "el Omar" -como fue siempre, crack y campeón con Peñarol y con la celeste- tiene que haber sido diferente.

"Insuficiencia cardíaca", dijeron. Y aunque es una falta de respeto dudar de la fría asepsia de un dictamen médico, lo de "el Omar" fue, pura y simplemente, que allá arriba, en la gloria, "El Negro Jefe" (Obdulio Varela), Roque (Máspoli), el "Pata Loca" (Julio Pérez), el "Pepe" (Schiaffino) y el "Cato" (Tejera) pisaron, como se hacía antes en los "potreros" de barrio como los que su fútbol encarnó desde los tiempos de finales de la década del 30 y comienzos del 40 en los que jugaba en su querida y jamás abandonada calle Isabela, y lo eligieron.

"El `Omar` es con nosotros", deben haber dicho, y lo eligieron. Entonces, Oscar Omar Míguez se fue. Llevándose consigo su trayectoria. Sus títulos. Su personalidad única, de rasqueta rebelde. Firme y serio, pero a la vez tierno.

No en balde fue el "centrofóbal" de dos de las delanteras más memorables del fútbol uruguayo de todos los tiempos: "la máquina" de Ghiggia, Hohberg, Míguez, Schiaffino y Vidal del Peñarol del 49, el ataque celeste de Ghiggia, Julio Pérez, Míguez, Schiaffino y Morán de la final de Maracaná en el Mundial de 1950.

Genio y figura, no sólo fue quizá uno de los últimos centrodelanteros que, por su enorme capacidad técnica e inteligencia, llegaba al área rival jugando "desde atrás", sin querer ni necesitar apelar al recurso de la fuerza.

"El Omar", como fue siempre para todos sus congéneres del 50, desde Obdulio, que lo trataba de usted, hasta el "Ñato" Ghiggia, que lo tuteaba porque llegaron a juntos a Peñarol desde las inferiores de Sud América, fue el cultor más empedernido -y por qué no, caprichoso- de la "chilena", y sino el inventor, también el más visceral adicto al "mondonguillo", que antiguamente era la manera como se le llamaba a la jugada en la que se le pegaba a la pelota de puntín, pasando un pie -igual que si fuese un taco de billar- por detrás de la otra pierna, cuando no se le ocurría hacer lo que sí patentó Enrique Fernández: "la bicicleta", que era venir a la carrera, amagar con pisar la pelota y, con un movimiento similar a un pedaleo, seguir corriendo.

En su fútbol, "El Cotorra" -que era su otro apodo por el genio- tenía todo eso y lo desplegaba como lo haría un mago, sacando conejos y pañuelos de todos los colores de adentro de una galera. Así lo hizo, por ejemplo, en la fantástica tarde del `53 en la que Uruguay le ganó con una magistral actuación en el Centenario a los entonces maestros ingleses. Y así, también, por pertenecer a esa escuela, fue como continuó amando al fútbol aunque con los años no siguió yendo a verlo y cosechó amigos y admiradores en todas las camadas de figuras que le sucedieron.

Por eso, era el amigo entrañable del ecuatoriano Alberto Spencer. Y de Jorge Fossati. Y del "Maño" Ruiz, que a su vez lo idolatraba desde las épocas que era un "gurí" salteño. Lo dijo el Dr. José Luis Corbo ayer, en la sobriedad de su discurso en el Cementerio del Buceo: "Aún desde su casa, lo queríamos en la AUF como un maestro; no nos dio el tiempo..."

Es que "El Omar", sin proponérselo, fue un espejo. Muy particular. Muy personal. Empezando porque a él también se lo quisieron llevar como a Ghiggia, al "Pardo" Abbadie y al "Pepe" Schiaffino para Italia, insistentemente, durante los 6 o 7 primeros años de la década del 50. Y no agarró viaje. Nunca quiso irse de la calle Isabela. De sus afectos. De aquellos jueves que disfrutaba como loco, cuando todavía jugaba, yendo en su entonces moderna camioneta "Commer" junto con Roque (Máspoli), a la largada de los 1.400.

Por todo eso, pues, es que no murió. Lo que pasó, simplemente, tal como lo debe haber entendido el "Ñato" Ghiggia con su mirada profunda, casi perdida, ayer en el Cementerio, es que el "Pepe", el "Cato", el "Pata Loca" y el "Negro Jefe" pisaron -como lo hacían los botijas para formar los cuadros antes de empezar los partidos en los "potreros" y lo eligieron.

"El Omar es con nosotros", dijeron. Tal vez les faltaba un "centrofóbal" a la antigua, que jugara, que hiciera chiches, aunque supieran que él, empecinado y caprichoso con que le saliera la jugada que se proponía hacer en un día y un partido cualquiera, fuera capaz de hacer como hizo con Ghiggia en la final del Mundial del 50, que cuando lo abrazó por el gol de la victoria de Maracaná, ¡igual le reprochó que no le hubiera metido el pase al medio!

"El Omar" era ése. Quería ganar, por supuesto. Pero también "hacer un "mondonguillo", una "chilena", una "bicicleta". Con seriedad. Con respeto. Por la esencia lúdica del juego.

Por eso mismo, a fin de cuentas, es que -también amigo de sus rivales, como Aníbal Paz, como "Ciengramos" Rodríguez, por ejemplo- el "Pepe", el "Cato", el "Pata Loca" y el "Negro Jefe" lo eligieron. Y aunque la historia lo llora, Oscar Omar Míguez se fue para siempre con ellos.

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