A diferencia de los otros niños de su clase, a Tomás Andrade se le hacía imposible caminar sin tener la obligación de levantarse después de dos pateadas. Se caía, quedaba en evidencia por su pierna “chueca” -como él mismo la recuerda- y muchas veces le costaba algún moretón en la frente o en la boca. Así fueron sus primeros tres años de vida hasta que un día apareció la solución: una férula (símil a una bota) que tuvo a su padre en medio de una larga lucha, pero que finalmente lo ayudó a dar vuelta la página y convertirse en el jugador profesional que hizo formativas en River argentino y que hoy eligió volver a Uruguay para “resurgir” y darle un vuelco a su carrera.
—La tuve que usar durante un año al dormir para que la pierna me quedara inmovilizada. Iba de la ingle hasta el pie. Era muy incómoda. A veces me la sacaba y mi viejo se levantaba y me la ponía de vuelta. Estoy agradecido a esa bota porque si bien al caminar sigo siendo chueco, después de que la usé pude hacerlo sin caerme.
Cuando ese problema se subsanó, la pelota se enamoró de su zurda. Poco a poco mejoró y con 10 años cruzó el Océano Atlántico para conocer el fútbol del primer mundo. Su destino fue España, adonde fue a parar a las inferiores del Atlético Madrid por intermedio de Nicolás Higuaín, el hermano de Gonzalo.
Después se fue al Barcelona, donde estuvo entre uno y dos meses entrenando. ¿El responsable de llevarlo? Jorge, el padre de Lionel Andrés Messi.
El misterio no se develó hasta ahora. Andrade no tenía vínculo con Rosario -de hecho, nació en Temperley- y todavía no sabe (o no recuerda) cómo ni por qué el mandamás de los Messi fue a parar con él. Lo que sí es un hecho es que La Pulga estaba dando sus primeros pasos en el plantel principal del cuadro azulgrana cuando él llegó.
—El papá de Messi, Jorge, me llevaba a las prácticas. Si te digo cómo fue el contacto, te miento. Era muy chico. Me acuerdo que trabajaba en conjunto con alguien en Argentina, pero más nada. Después me lo crucé una vez, en un partido homenaje del Pupi (Javier) Zanetti, en cancha de Newell’s. Estuve hablando, me saludó, se acordó y después no lo vi más. Eso fue hace como ocho o nueve años.
Ya en ese entonces, Andrade tenía marcado su futuro más cerca de una cancha de fútbol que de los libros. Pidió permiso en el colegio para vivir la experiencia española y con 16 años lo terminó dejando, después de repetir, abrumado por la vorágine de su rutina deportiva.
Pasó casi tres horas al día viajando, entre traslados de su casa al Monumental de River, otro tramo largo para llegar al gimnasio, más el tiempo que tenía de vuelta. Claro, todo esto siempre sujeto a que no hubiera paro de trenes subterráneos.
—El gimnasio no lo podía dejar porque era lo que me estaba faltando para poder crecer (y jugar). El fútbol no lo iba a dejar porque era lo que más me gustaba. Y cuando tuve que elegir, dejé el colegio por esa razón.
Aunque en el horizonte cercano Andrade sigue visualizando a los estudios muy lejos de su eje, al comenzar el año volvió a acercarse a los cuadernos. Empezó a tomar apuntes en una libreta para fijarse objetivos a corto, mediano y largo plazo, simplemente para tenerlo como ejercicio antes de cada partido.
El gol errado que marcó un antes y un después en River Plate
Años después de sufrir un sacudón mental en River, por un gol cantado que erró contra Belgrano y lo hundió en un pozo anímico, el chico aprendió del tropezón. Entendió que su mejor versión aparecía cuando salía a jugar siendo un “inconsciente” y le dio espacio al trabajo con especialistas y a las charlas motivacionales para mejorar su salud mental, que antes la descuidaba por completo.
—Era un chico de 19 o 20 años, jugando en un club tan grande... Con lo cruel que son las redes sociales hoy en día, imaginate que fácil no fue. Lo mejor que te puede pasar es entrar y ser un inconsciente. No pensás “qué pasará si la erro, si la pierdo”. Ahí es cuando te va bien. Me pasó cuando empecé a jugar en River que venía con mucha confianza y en mi cabeza seguía jugando en reserva. No cambió mi forma de jugar. Pero cuando pasó un tiempo y empecé a pensar “mirá dónde estoy”, dejé de jugar con naturalidad y aparecieron las famosas “presiones”.
La lección le sirvió para aprender y ser el hombre centrado de 26 años que demuestra ser hoy. Tal vez la madurez le llegó tarde, o al menos después de que lo esperaba Marcelo Gallardo, el entrenador multicampeón que lo hizo debutar en 2016.
Lo que es un hecho es que, después de haber hecho las formativas en un grande de Argentina, de estar seis meses a préstamo en el Bournemoth de Inglaterra sin pena ni gloria, de tener experiencias por Brasil (Paranaense y Mineiro) y Chile (Audax Italiano) y de probar suerte en Argentinos Juniors, Andrade encontró refugio en Uruguay. Ese mismo sitio que le abrió las puertas para mostrarse en Sud América, en 2021, pese a que luego terminó perdiendo la categoría.
Poco le importa el qué dirán, en especial cuando le hablan del nivel del campeonato, porque está convencido de que es una gran vidriera para la exportación de jugadores. Así lo analizó antes de tomar la decisión de volver para jugar en Wanderers.
Está agradecido y "encantado" por la oportunidad que le dieron en Wanderers
Más de una vez, le quedaron resonando en la cabeza un sinfín de comentarios negativos sobre el fútbol uruguayo. Que es un “retroceso”, que las canchas son “un desastre” y que, palabras más, palabras menos, se encuentra varios escalones por debajo de otras ligas sudamericanas.
Sin embargo, como argentino y conocedor del fútbol rioplatense, eligió mirarlo desde otro punto de vista, casi contrapuesto. Y así lo explicó en entrevista con Ovación: “Cada persona que hablo, me dice que acá no se juega bien, que hay canchas que no están bien. Pero yo les digo que acá no paran de vender y sacar jugadores. ¿Por qué siempre vienen a buscar jugadores acá? ¿Por qué, si es tan malo, Wanderers vendió a Diego Hernández a Botafogo? ¿Por qué (Matías) Arezo se fue a España (en 2022) y Nicolás Fonseca se irá a River, si es tan malo el fútbol? Algo hay”.
“Mi vuelta a Uruguay fue buscando resurgir. Creo que es un país muy bueno para dar un salto”, apuntó.
Wanderers, el elegido, lo sedujo desde todo aspecto. Sergio Blanco lo llamó y se encargó de convencerlo y los compañeros también hicieron su parte cuando le dieron la bienvenida: “En Wanderers me demostraron realmente un deseo para que esté con ellos. Estoy encantado. Realmente me levanto todos los días contento de ir a entrenar y hace rato que no me pasaba eso de subirme al auto, llegar al complejo y disfrutar esas dos o tres horas que estamos con mis compañeros en Wanderers”.
Pese a que tuvo un debut gris, en el que perdió 0-1 contra La Luz en el Parque Viera, el argentino valoró su tiempo de juego en cancha. Estuvo presente durante los 90 minutos y otra vez se fue con buenas sensaciones, ganando confianza sobre el césped y recuperando el gusto a vestuario.
Por respeto a su nuevo club, evitó todo lo que más pudo las consultas relacionadas a Nacional, uno de los equipos que lo pretendió a comienzos de 2022, aunque igualmente no dejó de reconocerlo: “En su momento, después de Sud América, hubo un acercamiento. No quiero hablar mucho porque no quiero desvalorizar el club en el que estoy. Soy muy agradecido al entrenador, que me mostró sus ganas de que esté trabajando con él, a los dirigentes, que hicieron el esfuerzo por traerme, y a los compañeros, que me recibieron excelente”.