El Uruguay de Carrasco terminó dando lástima: 3 a 0

| Venezuela conquistó un histórico triunfo ante un equipo extrañamente apartado de sus principios

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JORGE SAVIA

Bronca? ¿Vergüenza? ¿Impotencia? Quizá todo a la vez. O, quizá, incluso, no haya palabras para definir la crudeza que encerró la caída de Uruguay ante Venezuela en el Centenario.

Fue una vergüenza, eso está claro. Un papelón. Histórico. Lacerante. Por todo. Por la derrota, estadísticamente hablando. Por la amplitud del contraste, que va muchísimo más allá de ese 3-0 que, de no haber sido por Munúa pudo haber culminado con una goleada. Por la forma como se dio el partido, con un equipo celeste que fue de muy poquito a cada vez menos con el escalofriante correr del trámite, y que terminó entregado, deambulando, sin saber qué hacer, por dónde entrarle al rival y para dónde agarrar, tanto a la hora de atacar como también de defender, como quedó patentizado en ese ridículo segundo gol venezolano que se concretó con dos delanteros visitantes llegando con posibilidades de definir sin la presencia cercana de ningún zaguero locatario. Y por esa sensación rara, extraña, que dejó un equipo de Carrasco que sufrió un cachetazo esperado en la medida que se topó con un rival que explotó al máximo su estructura de conjunto desbalanceado y le ganó la pelota y por muchos pasajes se adueñó de las acciones como si fuera el locatario, pero que apareció llamativamente estático, con jugadores a los que les faltó dinámica, que casi no rotaron, y que en las acciones que dispusieron del balón, lo jugaron perpendicularmente, con pelotazos frontales, que terminaron por hacer brillar a la retaguardia contraria.

Eso, si acaso, fue tan inesperadamente chocante como ver y escuchar a gran parte de la misma gente que "llevó" a Carrasco al cargo, terminar insultándolo. Un grotesco. Un absurdo. Un sufrimiento que no se merecía, fundamentalmente, el fútbol uruguayo. Pero que lo padeció. Y quién sabe, incluso, si puede sobrellevarlo.

El golpe fue tal, que es imposible entrar a sacar cuentas de si —con o sin Carrasco— los tres puntos perdidos anoche son o no descontables. Sólo queda, y no en pie, sino por el suelo, la imagen de un equipo incapaz, reducido a nada. Que apenas se sacudió su impotencia, con un par de pases y cambios de frente claros que metió Recoba en la primera etapa, el tesón del "Pato" Sosa para correr solo e infructuosamente en la mediacancha, y esos dos remates con que el "Chino" y Darío Rodríguez hicieron estremecer los caños del arco venezolano.

Lo dijo el propio Carrasco: es responsable. Su figura, su estilo, como también lo dijo en un montón de oportunidades, estaban por encima de todo. Y anoche se vino abajo. Quedaron por el piso. Como el fútbol uruguayo. Si en medio del absurdo hubo algo más, aún más extraño que lo que la historia recogió de la cancha, sólo Carrasco lo sabe. Pero ya es tarde. Al menos para que siga y recomponga el paso. Ojalá que no para que Uruguay pueda llegar a Alemania.

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