JORGE SAVIA
Los dos tuvieron virtudes y defectos similares en momentos y con posturas estratégicas diferentes.
Esto es: de contragolpe, aunque llegando no menos de tres veces en superioridad numérica con relación a la cantidad de jugadores tricolores que se interponían entre su arco y los atacantes rojiverdes, antes y después de meter el gol por esa vía en el primer tiempo, y en el cuarto de hora final del complemento, Rampla pudo -y no supo- haber convertido otro tanto con el que, seguramente, el resultado hubiese sido diferente; se habría ido con un empate, al menos. Y monopolizando el manejo de la pelota y atacando francamente casi constantemente, Nacional pudo -y no supo- haber metido seis o siete goles con los que, seguramente, no hubiera tenido necesidad de ganar como ganó: sufriendo, agónicamente.
Les faltó contundencia a ambos, entonces, para registrar en el resultado las bondades de sus procedimientos. Y ahí, incluso, es donde estuvo la última y decisiva diferencia. Cuando Nacional ya había apostado hasta los calzoncillos con los cambios que fue haciendo, sobre todo al poner a Delgado y sacar a Mansilla en un momento que lo más equilibrado era que saliera un volante y no otro defensa, ya que Juárez había ingresado por Franco al comienzo del segundo tiempo, Rampla lo tuvo para pegarle un tiro en medio de la frente, pero a pesar de que eran tres rojiverdes contra el pobre Bava casi indefenso, ganó el arquero. Y en la recarga, haciendo circular la pelota velozmente, cambiando de frente rápidamente y abriendo la cancha por la derecha como lo hizo en casi todo el complemento, el conjunto tricolor apretó el gatillo y el rival, que tal vez merecía vivir por lo que había hecho, cayó inerte.
Nacional se fue soplando el caño humeante del revólver. Hay que ver si otro adversario más certero le da chance de llegar a eso.