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Ruglio de Larrañaga, Balbi de la UA y Abreu de Trouville: personajes del fútbol fanáticos del básquetbol

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Sebastián Abreu con sus hijos e Ignacio Ruglio con su nieta.

INFORME

Las máximas autoridades de Peñarol y Nacional alientan a otros equipos en básquetbol. Conocé esta y otras historias.

El amor por una institución se puede transmitir de una generación a otra, se empieza a gestar por lazos barriales o familiares, por algún amigo en común o simplemente por ver a un equipo jugar por televisión. El básquetbol uruguayo tiene varias historias de personajes del fútbol que se volvieron fanáticos de sus clubes y hasta el día de hoy viven con pasión ese apego a los colores.

Cuando Ignacio Ruglio se mudó de Minas a Montevideo, Larrañaga le abrió las puertas del club pero la historia de su familia con el básquetbol no empezó ahí: “Mi padre jugó en Olimpia porque vivía en Colón. Después se fue a vivir a Minas, donde nacimos con mis hermanos y ahí se convirtió en presidente de la Liga Minuana de Básquetbol. Recuerdo los viajes al litoral porque era una plaza fuerte dentro del básquetbol uruguayo y también recuerdo varias piñatas que se armaban y mi padre nos escondía a mí y a mi hermano abajo de los bancos de suplentes mientras veíamos volar patadas y piñas porque eran partidos que terminaban mal”, le contó Ruglio a Ovación recordando una anécdota que se dio luego del título de Peñarol campeón Sudamericano de básquetbol en 1983: “Papá como presidente de la Liga Minuana llevó a Peñarol a jugar un amistoso al Olimpic Atenas que explotaba de gente y yo con 5 años estaba en el banco de suplentes con el Fonsi Núñez, Bo Jackson y Joe McColl. Con los años me lo volví a cruzar al Fonsi y le recordaba eso porque en esa época quién iba a pensar que yo iba a terminar como presidente de Peñarol...”.

Y en 1990 la familia de Ruglio se mudó a Montevideo y lo hizo hacia la zona de Avenida Italia y Francisco Simón, a cuatro cuadras del Club Social Larrañaga: “De esa época recuerdo que un veterano se caminaba el barrio buscando gurises para que empezaran a jugar y empezamos a ir con mi hermano grande. Ahí nació el amor por el club. Ahí conocí a la madre de mis hijos, que era hija del entrenador”.

Ignacio Ruglio y María Clara en el duelo Larrañaga-San Telmo.
Ignacio Ruglio y María Clara en el duelo Larrañaga-San Telmo.

Ruglio recordó una anécdota que jamás olvidará y ocurrió en 1998: “Ese fue el año del primer ascenso de Larrañaga y con mi novia nos fuimos de mochileros por Estados Unidos. En esa época no había forma de enterarse de nada pero en el partido por el ascenso y desde un locutorio llamábamos cada 20 minutos al teléfono fijo del club para ver cómo iba el partido. Cuando terminó, ganamos, ascendimos y nosotros solos los dos abrazados y festejando eso. La gente no entendía nada”.

Otro que también llegó de Minas a Montevideo pero que lo hizo expresamente para jugar al básquetbol fue Sebastián Abreu. El loco dejó su ciudad natal para fichar en Trouville, que con el tiempo se transformó en uno de los grandes amores del minuano.

Poco duró el pasaje del Loco por el basket porque al poco tiempo siguió jugando al fútbol, se hizo profesional y gestó su gran carrera, pero mientras no paraba de gritar goles tenía una cuenta pendiente con el rojo de Pocitos: quería jugar una temporada con Trouville en la Liga Uruguaya.

Un recuerdo de Sebastián Abreu y sus hijos con camiseta de Trouville. Foto: Instagram.
Un recuerdo de Sebastián Abreu y sus hijos con camiseta de Trouville. Foto: Instagram.

Eso no ocurrió, pero el amor del Loco por Trouville sigue más vivo que nunca: se lo transmitió a sus hijos y como por si fuera poco, hoy cuenta con sus butacas en el gimnasio de la calle Alejandro Chucarro.

La relación de Diego Riolfo con Trouville no nació igual que la de Abreu. El jugador de Wanderers vive en Lagomar pero de chico hubo un jugador que lo enamoró: Paolo Quinteros.

“Yo jugué siendo muy chico y hasta estuve en un intercolegial. Era un base con algo de tiro (risas) y en el fútbol me destacaba más, pero cuando tenía 12-13 años empecé a mirar por televisión el básquetbol y el Polo me encantaba. Le pregunté a mi padre quién era ese jugador que hacía de a 20 puntos por partido y me hice hincha de Trouville a tal punto que me transformé en fanático yendo a los partidos que podía”, le contó Riolfo a Ovación.

Oriundo de Lagomar, Diego se hizo un rojo más y un día se dio un gustito: “El Polo no jugaba más en Trouville, pero vino a Montevideo con Peñarol de Mar del Plata y me fui al Palacio Peñarol a ver el partido y a sacarme una foto —que todavía conserva— con él porque me hice hincha del rojo gracias a Paolo Quinteros”.

Diego Riolfo y Paolo Quinteros en el Palacio Peñarol.
Diego Riolfo y Paolo Quinteros en el Palacio Peñarol.

El barrio siempre tira

Alejandro Balbi, actual vicepresidente de Nacional, es hincha de Unión Atlética y en diálogo con Ovación contó cómo nació ese amor que hasta el día de hoy perdura: “Me crié cerca de la cancha, mis amigos de la infancia y adolescencia eran de Unión y siempre pienso que más allá de respetar a los hinchas de equipos grandes o de otro equipo, el básquetbol es algo más barrial, por lo menos cuando yo era joven porque pasábamos todo el día en la cancha o en la cantina del club y eso nos trajo muchas historias que hoy recordamos con nostalgia con varios de esos amigos”.

Balbi recordó también una anécdota que pinta de cuerpo y alma cómo era el básquetbol en esa época: “Un día íbamos a un partido de la Reserva y el Turco Manta, hoy gerenciador de Plaza Colonia, que siempre fue muy quilombero con los jueces, dijo unas cuántas cosas y en esa época te llevaban detenido a la seccional 25 que ahora es la 11 de la calle Velsen. Terminó detenido y al próximo partido me pasó eso a mí, que dije algunas cosas y me llevaron. Él estaba ahí y me dice ‘que suerte que viniste a sacarme’ porque yo ya ejercía como abogado pero le dije ‘no Turco, vengo detenido como vos’ (risas). Después cuando terminó el partido nos largaron”.

Alejandro Balbi en su oficina con todas sus distinciones al fondo. FOTO: Francisco Flores.
Alejandro Balbi, hincha de Unión Atlética. Foto: Francisco Flores.

Gustavo Biscayzacú tuvo su época como jugador de fútbol identificado con Nacional, pero en básquetbol es fanático de Cordón a pesar de ser de La Unión. “Me hice hincha desde chico porque el club ganaba casi todos los campeonatos con jugadores que me encantaban como Heber Núñez, Marcel Bouzout, Javier Bonda y Diego Losada. Daba gusto verlos jugar y me hice muy hincha yendo a casi todos los partidos”, le contó el Grillo a Ovación.

Ya siendo un reconocido goleador, Biscayzacú se sacó la vergüenza y una noche le pidió la camiseta a Marcel Bouzut: “Me encantaría tener tu camiseta. Me dijo que en el próximo partido me la daba y me la dio. Pero a los dos días me llamó y me dice ‘perdoná pero te la tengo que pedir porque no tenemos más camisetas’. ¿Cómo no se la iba a llevar? ¡Si él no jugábamos, marchábamos! Pero al rato me avisó que no la necesitaban (risas)”.

Otra anécdota que el Grillo recuerda es la de un ascenso inconcluso del albiceleste: “Estaba en Brasil con mi familia y me puse a festejar como loco, pero al otro día me enteré del tema con la ficha médica y me quería matar. ¡Qué calentura que me agarré!”.

Gustavo Biscayzacú con camiseta de Cordón en su museo.
Gustavo Biscayzacú con camiseta de Cordón en su museo.

El básquetbol ocupa un lugar importante en el corazón de mucha gente del fútbol y en un futuro el amor por dos instituciones puede cruzarse, tal es el caso de Larrañaga y Peñarol y así lo describió Ignacio Ruglio: “Soy de Peñarol hasta en las bolitas, pero el amor y el agradecimiento a Larrañaga es inmenso así que espero que no se crucen porque sino la voy a pasar muy mal”.

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