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El Monte VI

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Se educó en la corte portuguesa, donde aprendió geografía y náutica. Parte de su aprendizaje lo hizo en expediciones a África, la India y Sumatra.

Se educó en la corte portuguesa, donde aprendió geografía y náutica. Parte de su aprendizaje lo hizo en expediciones a África, la India y Sumatra.

En 1510 formó parte de la expedición que conquistó Goa y Malaca. Allí escuchó hablar de las míticas islas de la Especiería, las Molucas, que despertaron su ambición. En el viaje de regreso luchó contra los musulmanes que enfrentaban a los imperios mediterráneos cristianos: la cojera que lo acompañaría el resto de su vida fue un recuerdo que le dejó aquel combate.
La negativa del rey a darle un ascenso lo hizo abandonar Portugal y ofrecer un audaz proyecto a Carlos I, rey de España: llegar a las especias por una ruta nueva, convencido que al sur del Nuevo Mundo existía un pasaje que comunicaba con las Molucas. El rey español lo apoyó y en marzo de 1518 se firmó la capitulación que lo nombraba capitán general de una flota compuesta por cinco navíos y gobernador de todas las tierras que encontrara. Zarparon en septiembre de 1519 rumbo a las Canarias y desde allí cruzaron el océano Atlántico rumbo a las costas del nuevo continente.

Fue un viaje penoso y sacrificado. Tocaron tierra en Brasil y desde allí entraron, en enero de 1520, al Río de la Plata. La sombra del Piloto Mayor del Reino, Juan Díaz de Solís, asesinado y engullido por los indígenas cuatro años atrás, sobrevolaba el ánimo de los marinos. Algunos textos aseguran que el vigía, al ver un cerro pronunció el “monte vide eu” que nominaría luego a la ciudad (“hay una montaña como un sombrero, que hemos nominado Monte-Vidi”); mientras otros lo derivan del nomenclator del cerro en la cartografía de época: Monte VI de este a oeste.

Una década más tarde otro navegante portugués enfrentado al paisaje de la costa montevideana, anotaría: “Había muchísimas gacelas, avestruces, ciervos y otros animales del tamaño y aspecto de potrillos”. Pero no era eso lo que buscaba, así que frente a la actual Colonia, cuando se dió cuenta que estaban en un río interior, ordenó dar la vuelta.

Invernaron cinco meses en la costa patagónica, en medio del más cruel y frío de los parajes. Se perdieron dos naves y hubo un duro motín a bordo. Finalmente, en octubre, la expedición entró al estrecho que comunicaba los dos océanos, nominando Pacífico a ese mar del sur que se reveló menos bravo que el estrecho que -a partir de entonces- llevaría el nombre del audaz capitán: Fernando de Magallanes. Escorbuto, falta de agua, ataque de nativos que se cobraron su vida y la de gran parte de su tripulación, jalonaron el viaje.

Ahora que de tantos lugares vienen a disfrutar nuestras costas, es bueno recordar cuánta historia encierran, dado que algunos turistas buscan algo más que sol y arena. Por lo pronto, preparando las conmemoraciones del viaje Magallanes-Elcano que circunvaló el mundo por primera vez, a mediados de enero se formará una Red de Universidades Magallánicas, que integrará -entre otras- la Universidad Católica del Uruguay, que no en vano lleva el nombre de uno de los más destacados naturalistas y estudiosos de su territorio, el padre Larrañaga.

Ojalá que la cartera de Turismo sepa aprovechar las noticias nuevas que siempre brinda el pasado, y que las maestras utilicen las Ceibalitas para recorrer virtualmente esa ruta que cambió la historia del mundo.

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Ana Ribeiro

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