A105 años de su muerte física en tierras brasileñas como consecuencia del certero impacto de Masoller, cuando la victoria militar era un hecho, la figura de Aparicio Saravia se agiganta. Culminaba así la última revolución oriental, que algunos sacrílegos del pudor quieren comparar con las monstruosidades de la guerrilla de los años sesenta.
Saravia fue el brazo armado del Partido Nacional cuando sólo por las armas -precarias lanzas tacuaras, sables, cuchillos y rudimentarias escopetas- y combatiendo de frente al adversario se podía luchar contra el poder absoluto para hacer respetar el derecho de las minorías, la erradicación del fraude y la coparticipación en el poder allí en donde los blancos eran más.
Saravia nunca pretendió derrocar a un gobierno. Cuando pudo hacerlo y llegó a las puertas de Montevideo, se replegó a revigorizar su estrategia para pactar las condiciones que hicieran posible una negociación que fijara los límites del gobierno en el marco de las garantías que reclamaba.
Más allá de los excesos, propios de la lógica bélica de la época, Saravia nunca secuestró, ni torturó, ni robó. Al contrario, ofreció toda su fortuna personal al servicio de la causa. Voló demasiado alto y terminó inmolándose.
Fue mucho más que "un gaucho bueno" como lo definió Batlle, o que un simple guerrero. Fue un héroe que sirvió y peleó por la patria, interpretando cabalmente el sentido de la colectividad que fundara Oribe. Y no derramó su sangre en vano, pues todos los principios por los que luchó, encontraron consagración en la primera ocasión en que el voto popular pudo decidirlo, el 30 de julio de 1916.
Su ejemplo es para todos los uruguayos, sin distinción de banderías y de sectores. Pero su arraigo es blanco como la nieve, como la pureza de sus ideales. El "habrá patria para todos o no habrá patria para nadie" fue su designio, después plagiado por la degeneración de parias resentidos que conmovieron a un país y un pueblo pacíficos para imponer su dictadura y trajeron de la mano otra. Al pie de su monumento, renovaremos el tributo de homenaje eterno.
Somos los blancos. Su ejemplo es guía. Ordene, General.