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Una vuelta a la trenza

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El año pasado se publicó una versión actualizada del libro de Sergio Abreu, “La vieja trenza. La cuenca del Plata, una tierra en disputa 1800- 1875”. Desde su natural perspectiva histórica, es un libro clave para entender lo que está ocurriendo hoy en día con nuestra inserción internacional.

Hay dos formas teóricas de entender nuestra política exterior que están completamente sobrepasadas por la realidad del siglo XXI, a pesar de que siguen estando muy presentes y son bastante aceptadas en esa especie de inconsciente colectivo o universo simbólico ciudadano que conforma el imaginario de nuestra inserción internacional.

Por un lado, está la teoría de la balanza de poder entre Argentina y Brasil. Es un argumento que parte de la base de las diferencias radicales de dimensiones de poder entre Uruguay y sus vecinos, y que considera que entre Buenos Aires y Brasilia siempre pesan más sus intereses divergentes que sus posibles convergencias estratégicas esporádicas.

Así las cosas, la teoría de la balanza de poder regional sugiere que cuando Uruguay se vea afectado negativamente por decisiones de Brasil, la forma de contrarrestar esa influencia negativa es la de recostarse en Argentina; y, al revés, cuando es desde allende el Plata que se sufren medidas que perjudican nuestro interés nacional, Montevideo debe resguardarse en la influencia brasileña para poner nuevamente en equilibrio el peso de ambas potencias.

Más allá de lo acertada o equivocada que pueda ser esta forma de ver las cosas en el devenir histórico de la región, lo cierto es que esta teoría perdió radical interés y legitimidad en las últimas tres décadas. En efecto, el ejemplo más claro fue cuando Buenos Aires inició el bloqueo del puente Fray Bentos-Gualeguaychú por causa de Botnia, violando así disposiciones de derecho internacional y del acuerdo del Mercosur, y Brasilia no sólo no acudió en apoyo de Montevideo, sino que directamente se desligó del tema de fondo.

En definitiva, fue la ilustración perfecta de que no había ya más equilibrio de poderes entre las dos potencias regionales. Pero, además, se trató de un ejemplo cercano de algo que bien señala Abreu en su libro y que refiere al largo plazo de los intereses de esta cuenca del Plata: la posición de negociación y de convergencia de visiones entre los dos grandes de América del Sur, que desde siempre han encontrado caminos que privilegian sus propios intereses por sobre los de los dos países más chicos del Mercosur.

Por otro lado, la segunda teoría que está completamente fuera de época refiere a la solidaridad latinoamericanista que respira una especie de patria grande de intereses comunes.

Podrá parecer algo enteramente idealista, pero lo cierto es que aún hoy es una teoría que conserva muchos adeptos, ya que se funda en la vieja idea de la lucha contra los imperialismos foráneos: ya sea el inglés o el francés en el siglo XIX, o ya sea el estadounidense en el siglo XX y hasta el día de hoy.

Todo el sentimiento antiyanki, lleno de complejos de inferioridad, adorna esta teoría. Y ella está en la base, por ejemplo, del rechazo del Frente Amplio en 2006 a avanzar en un tratado de libre comercio con Estados Unidos, y del convencimiento zurdo vernáculo que exige que cualquier apertura comercial del Uruguay deba pasar previamente por el visto bueno de sus grandes vecinos para no contradecir ese espíritu de unidad regional hecho de ponchos, charangos y mucha lágrima latinoamericanista.

Frente a todo esto, está la realidad. En una reciente reunión promovida por el Centro de Estudios para el Desarrollo, Lacalle Pou fue explícito al narrar a distintos empresarios la presión que tanto Argentina como Brasil ejercen para dificultar nuestras negociaciones comerciales que buscan la apertura comercial tanto con China como con otras potencias del Pacífico. Y esas presiones actuales son, nada más y nada menos, que la última vuelta de trenza que nuestros vecinos vienen dando desde la época artiguista, con el fin de satisfacer sus intereses nacionales en desmedro de los de nuestra República.

Uruguay no es una potencia demográfica, militar o económica. Pero sí es la llave de ingreso a los ríos del continente por el Atlántico, el balcón que mira atentamente a Buenos Aires, y la plataforma institucionalmente más sólida en Sudamérica para el desarrollo económico de las islas Malvinas. Por todo ello, está llamado a firmar grandes acuerdos con potencias poderosas y lejanas, que oficien de verdaderos equilibrios de poder con relación a nuestros vecinos. Es una tarea pendiente.

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