Si bien el actual gobierno admite que los contratos deben respetarse, sigue estudiando cómo evitar que se construya la planta procesadora de agua potable en Arazatí.
Para el anterior gobierno del entonces presidente Luis Lacalle Pou, esa obra era crucial para abastecer de agua potable al área metropolitana (Montevideo y zonas cercanas en Canelones y San José). Su puesta en marcha se demoró a causa de la emergencia sanitaria por la pandemia, pero en 2022 el proyecto se lanzó, en diciembre pasado recibió la requerida autorización ambiental y en enero de este año Lacalle Pou firmó el contrato.
El Frente Amplio rechazó la propuesta desde el principio, pero una vez firmado el acuerdo, ya no será fácil retroceder. Las empresas contratadas seguramente están interesadas en avanzar y si eso no ocurre, las consecuencias pueden derivar en juicios y pesadas indemnizaciones.
La gran pregunta es por qué el gobierno de Orsi se opone a este proyecto. Por un lado, insiste en que la prioridad es la represa en el arroyo Casupá, un afluente del Santa Lucía. De esto ya se hablaba cuando el Frente gobernó en la etapa anterior, pero nunca se hizo.
Asombra que lo de que Arazatí siga cuestionado luego de la brutal sequía que llevó, en el otoño de 2023, a que el embalse de San Severino se secara y se debiera tomar agua en la desembocadura del Santa Lucía, donde por su contacto con el Río de la Plata, se mezclaba con agua salada.
Si bien a esa altura la salinidad es menor que en la Costa de Oro, de todos modos fue un serio problema. ¿Una represa en Casupá hubiera evitado aquel problema? Todo indica que no, por cuanto también hubiera estado afectado por la misma sequía.
Lo lógico es que la experiencia de 2023 invite a pensar que la solución del gobierno de Lacalle Pou no solo es buena, sino que es imprescindible e impostergable. A esa altura, salvo en ocasiones excepcionales, el agua del Plata ya es dulce. Quizás la potabilización exija otra complejidad, pero hay agua garantizada para siempre. Eso sucede en Buenos Aires, donde si bien el río es más barroso, tras el debido procesamiento abastece de agua en forma permanente a esa ciudad. Sequía o no sequía.
Los reparos que presenta el actual gobierno son típicos y previsibles. Son los mismos que surgen ante cada proyecto sugerido por alguien que no es frentista. Se habría desplegado igual batería de objeciones si la idea de la represa de Casupá la hubiera propuesto un gobierno no frentista. Al final de cuentas, no importa el rigor de los argumentos sino descalificar de antemano a quien lo propone.
Ahora el gobierno posterga las obras para renegociar el acuerdo. Congela los plazos para que se discuta todo de vuelta y si es posible, que el proyecto se entierre de una buena vez. Esto implica perder tiempo y dinero, entrar en discusiones bizantinas, todo para satisfacer un capricho sin fundamentos sólidos.
Con lo cual, habrá que cruzar los dedos para que no se repita una sequía como la de hace dos años.
Lo curioso es que lo que quiso hacer el gobierno de Lacalle Pou con el agua, lo intentó en su primera presidencia, Tabaré Vázquez con la energía eléctrica. Su sueño era que el país no dependiera del petróleo y de las lluvias para tener electricidad, que los períodos de prolongados apagones se terminaran. Hoy buena parte del abastecimiento es hídrico y eólico; su generación es limpia y el origen es propio. La dependencia se redujo en un porcentaje altísimo.
Esa política tuvo sus bemoles y todavía hoy se la discute, ya que lo logrado no llevó a una baja en las tarifas de luz. Pero aun así la tenacidad de Vázquez en aquel momento tuvo sus efectos.
Lo del proyecto de Arazatí busca un objetivo similar: que el país no dependa de factores caprichosos, como las sequías, para abastecer de agua a un porcentaje alto de su población.
Es un proyecto ambicioso y costoso, pero sus efectos serán duraderos. Por eso, al igual que en el caso de la electricidad, la obstinación de Lacalle Pou tiene sentido.
Lo que no tiene sentido es esta cerrada negativa del Frente Amplio a continuar con un proyecto bueno. En su postura de trabar todo lo que no sale de su seno, se pierde tiempo, se corren riesgos y se posterga una obra imprescindible.
Es que tarde o temprano, habrá que abordarla. Esperemos que para entonces no hayamos tenido que revivir episodios como los del otoño del 23, tomando agua con cierta dosis de salinidad.