La noticia de que la empresa japonesa Yazaki se retira del país por entender que no es competitivo producir en Uruguay tuvo un fuerte impacto. Cierran sus plantas en Las Piedras y Colonia y unas 1.100 personas quedan sin trabajo.
Una de las razones de su retirada, no la única, pero sí una muy fuerte, es que los conflictos causados por el sindicato perjudicaron el funcionamiento de la empresa. En nuestro editorial del domingo expresamos nuestra preocupación por la capacidad de algunos sindicatos para hacerle enorme daño al país. Es necesario entonces insistir en este tema.
El caso de la empresa japonesa sintetiza una situación que ocurre en otros lados. Estamos hablando de un movimiento sindical que perdió un plebiscito. Un plebiscito que pretendía revertir la reforma jubilatoria, eliminar las AFAP y fundir al país. La población demostró no sólo tener más sentido común, sino también entender por qué era necesario subir la edad de retiro, pese a lo que ello implicaba. Los sindicatos creyeron que la tenían toda consigo para luego descubrir que no tenían apoyo popular.
Marcelo Abdala abrió el paraguas apenas supo del retiro de la empresa, aplicando la estrategia de que no hay mejor defensa que un buen ataque. Dijo estar furioso con la empresa cuando en realidad, la que se hartó de los sindicalistas es la empresa. Lo que Abdala y buena parte de los dirigentes sindicales no entienden, es que cansaron. Perdieron credibilidad y no tienen el apoyo y el prestigio de otrora.
Hay imágenes que viene bien recordar: poco antes de la pandemia, un piquete de sindicalistas que ocupaban una fábrica en el interior impidió el paso de un grupo de trabajadoras decididas a cumplir con su jornada. Las ningunearon y las enfrentaron con prepotencia. Ellas respondieron con coraje, sensatez y firmeza. Defendían no sólo su derecho a ganar su sueldo, sino también su fuente de trabajo. Hoy quizá pocos recuerden aquella imagen de los noticieros, premonitoria de lo que se venía.
La empresa Yazaki aduce que no es competitivo producir en Uruguay. Parte de ello es por los costos, el tan mentado “país caro”, y parte es por las continuas interrupciones de tareas para realizar asambleas y huelgas.
Vivir pendientes de cuándo, por cuánto tiempo y de qué manera se detendrían los trabajos es una forma de encarecer la productividad. Así no hay empresa que aguante.
Este fenómeno se repite en otros gremios que se expresan con un radicalismo histriónico y muy dañino, que perjudica a los trabajadores, a quienes dicen defender. Entre los que perdieron sus empleos en Colonia o Las Piedras debe haber más bronca con el sindicato que con la empresa misma.
Algo similar ocurre en el sindicato de la enseñanza, Fenapes. Sus medidas suelen ser antojadizas y motivadas por causas políticas, no en defensa de los docentes. Sus dirigentes son adictos patológicos a la agitación militante, por el solo gusto de agitar. Sus decisiones perjudican la prestación de un servicio tan esencial como es la educación. El peor daño lo hacen en las escuelas y liceos de los barrios carenciados, donde un día sin clases es un drama.
Sus dirigentes no entienden de políticas educativas pero quieren ser los que las diseñan; no les gusta dar clases, pese a ser esa su profesión. Si esa es la pésima imagen que trasmiten de cómo debe ser un educador, ¿quiere decir que así son los demás profesores? Presumimos que no, pero sería bueno que los propios docentes tomen pública distancia de quienes dicen ser sus representantes sindicales.
Hay un dato no menor en todo esto. Dirigentes sindicales como Abdala, o como Juan Castillo y Óscar Andrade (ambos sindicalistas cuando no hacen de políticos), en realidad, no buscan mejoras salariales o adecuadas condiciones laborales para sus afiliados.
Están allí para algún día imponer su proyecto político, que es el de instalar una sociedad comunista. Lo dicen y siguen aferrados a su visión del socialismo real y toda su estrategia va en función de ello. Hacen como que se enojan cuando Yazaki anuncia que se va, pero en el fondo lo celebran. Creen que, en su arrogancia, torpedearon un pilar del capitalismo internacional al que hay que derrotar.
El movimiento sindical está desprestigiado, pero a sus dirigentes eso no les hace mella. Y mientras nada los conmueva, seguirán haciendo un enorme daño al desarrollo del país, a que haya más inversiones que mejoren la productividad y, en consecuencia, la calidad de vida de los uruguayos. El país tiene ahí un serio problema.