El dato llegó y confirmó lo que para muchos ya era evidente. La retracción de 0,2% de la actividad económica durante el tercer trimestre no es una anécdota estadística ni un traspié circunstancial. Es la ratificación de lo que la mayoría de los analistas no sesgados vienen advirtiendo desde hace meses: luego de una muy buena recuperación del PIB, el empleo y los salarios durante 2023 y 2024, la economía uruguaya se desacelera. Y lo hace de manera clara. Este año cerrará yendo de más a menos.
La economía cerrará 2025 con un crecimiento cercano al 2,0% del PIB, muy lejos del 2,6% que el propio gobierno asumió en el Presupuesto, que paradójicamente ni siquiera entró en vigencia aún. Pero el problema no es solo el número final, sino su composición. De ese 2%, aproximadamente la mitad corresponde a lo que los economistas llaman “arrastre estadístico”: crecimiento que, en rigor, ocurrió en 2024. La otra mitad se explica casi exclusivamente por el buen desempeño del primer trimestre de 2025, todavía dinámico gracias a una excelente temporada turística. Desde entonces, el panorama cambió. El crecimiento durante el segundo semestre fue virtualmente cero.
Nada es completamente lineal, y conviene decirlo con honestidad. El hecho de que la economía casi no crezca desde que asumió el nuevo gobierno no puede atribuirse de manera simplista y automática a su gestión. Existen factores internacionales relevantes: no tenemos precios de commodities favorables, más allá de la situación de la carne. Todo eso pesa y condiciona.
Pero dicho esto, sería ingenuo ignorar que las acciones, señales y discusiones que se impulsan desde el gobierno y su fuerza política están muy lejos de lo que se necesita para volver a crecer con fuerza. La desaceleración no se explica solo por el contexto; también se ve amplificada por decisiones y omisiones internas.
Un primer ejemplo es la virtual parálisis de la nueva obra pública. Uruguay todavía se beneficia de la inercia del formidable impulso vial del gobierno anterior, pero nada es eterno. Sin nuevos proyectos relevantes en carpeta, la inversión pública deja de ser un motor y pasa a ser un recuerdo. De hecho la construcción es el sector que más cae en el dato conocido este lunes.
El Ministerio de Trabajo, por su parte, acumula señales negativas. Iniciativas orientadas a complicar los despidos, una retórica que promueve el conflicto en lugar del acuerdo y la falta de resolución de problemas laborales crónicos no ayudan a generar un clima propicio para invertir y contratar. En un país que necesita desesperadamente más empleo privado, este enfoque resulta, como mínimo, ingenuo.
En el plano político, el Frente Amplio -cada vez más condicionado por los sectores más duros, con el Partido Comunista marcando la agenda- parece concentrado en discutir exactamente lo contrario de lo que se precisa. La respuesta a un crecimiento débil vuelve a ser la de siempre: más impuestos, esta vez apuntando a quienes se supone que deberían invertir.
El Presupuesto profundizó esta lógica. Sin hacer locuras cierto, pero aumentando impuestos e introduciendo cambios sensibles en las reglas de juego, como la afectación del secreto bancario y el gravamen sobre activos en el exterior de residentes. Son señales que pueden tener impacto recaudatorio de corto plazo, pero que erosionan la confianza y la previsibilidad, dos activos escasos y fundamentales para una economía pequeña y abierta.
El Ministerio de Economía intenta, de forma tímida, poner sobre la mesa algunas iniciativas que van en la dirección correcta, como el llamado “desempapelamiento” del comercio exterior. Son pasos positivos, pero claramente insuficientes. Son gotas en un océano.
Porque lo sustancial de este gobierno parece ser la decisión de “no complicarse” tomando temas calientes entre manos. No habrá reforma educativa, ni laboral, ni del Estado, ni ninguna transformación relevante que apunte a mejorar la productividad. Si a eso sumamos las señales negativas que manda Castillo desde dentro y el resto del PCU desde fuera del gobierno, parece muy difícil.
El mal dato del tercer trimestre no es una sorpresa. Es simplemente una confirmación. Uruguay crece poco desde hace más de una década, y este gobierno llegó con una agenda inversa a la necesaria. En lugar de preguntarse cómo atraer más inversión, más crecimiento y más empleo, el énfasis vuelve a estar en un discurso distributivista fácil y efectista, con el que ningún país ha logrado salir adelante. La economía no entiende de relatos. Y, una vez más, se veía venir.