Poesía frenteamplista

Si dedicamos el editorial de hoy a comentar un par de poemas de Raúl Castro, el popular Tinta Brava, no es para darle al asunto más importancia de la que tiene.

Primero, porque defendemos la libertad de expresión artística, cualquiera sea su contenido. Segundo, porque a nadie escapa el discurso entre radical y arrogante que viene exhibiendo el autor desde hace un buen tiempo, recargado por su pasaje como panelista iracundo de un programa de televisión.

Lo interesante del fenómeno está en los poemas en sí: son indicativos de una manera de pensar y sentir, que está crecientemente instalada en la izquierda autóctona.

Hace unas semanas, Castro se sumó a la campaña internacional de mensajes artísticos dirigidos al expresidente José Mujica, una movida loable destinada a demostrarle afecto y trasmitirle fe en su recuperación.

El poema que recitó a cámara compara al exmandatario con Robin Hood y el Quijote, pero también con Tarzán, Batman y otros personajes de la cultura popular. Lo define como “un ratón acorralado por mil gatos” y, en su pasaje más sorprendente, expresa que “te ganaste el corazón del pueblo / a punta de generosidad y metralleta”.

Resulta interesante constatar cómo construye poéticamente el mito: a través de la analogía con héroes de ficción, del victimismo y de la resignificación de un arma de fuego, convertida por arte de magia en un instrumento que dispara generosidad.

En estos días Castro lo hizo de nuevo: publicó un poema en sus redes sociales pero por la negativa, ahora contra el presidente saliente Luis Lacalle Pou.

A este no lo ve como un superhéroe ni como un generoso con metralleta: lo trata de “malcriado”, “terraja con alcurnia”, “corrupto de levita y de galera”, “cajetilla” y “cipayo”. Y lo peor del poema está al principio: “El nene hace berrinche porque quiere / que no vengan algunos a la fiesta. / Como si fuera suya, el atorrante / hace desplantes, llora y patalea”. El poeta, otrora votante de un demócrata cabal como Danilo Astori, se indigna de que no se invite a tres dictadores despreciables como Nicolás Maduro, Daniel Ortega y Miguel Díaz-Canel. Expresar solidaridad con pueblos hermanos sometidos a semejante barbarie no es para Castro más que un desplante y un pataleo de nene chico. ¡Cómo ha decaído el género literario que supieron enaltecer Delmira, Idea y Marosa!

Porque lo paradójico de esta crítica al presidente es que bien podría hacerse en sentido inverso: denegando las invitaciones a los dictadores le ahorró un problemón al Frente Amplio. Ante la barra radical interna, pueden achacarle a él la decisión y al mismo tiempo liberarse del repudio internacional que hubiera generado recibir con honores a esos usurpadores despreciables. Imagine el lector cuánto habrían arruinado la fiesta del primero de marzo los cientos de migrantes venezolanos y cubanos que hubiesen salido a las calles a repudiarlos. No se pueden quejar de que Lacalle se los haya evitado.

Si en el panegírico de Mujica, el poeta no ahorraba en halagos edulcorados, el exabrupto contra Lacalle Pou no ahorra en insultos.

Comparándolos, ambos poemas son indicativos de un maniqueísmo que representa fielmente los prejuicios bochornosos con que se mueve y comunica la izquierda uruguaya.

Ya en aquel referéndum de 2003, que volteó la ley que permitía a Ancap asociarse con privados, hubo dirigentes frenteamplistas que reconocían en forma explícita que la norma era buena, pero que había que eliminarla para que los colorados no la aplicaran, porque si lo hacían fundirían a la empresa pública. Fue una profecía autocumplida: la ley no quedó pero quienes terminaron haciendo quebrar a Ancap fueron ellos, bajo las desastrosas presidencias del ente ejercidas por Daniel Martínez y Raúl Sendic.

Eso no impide que sigan con la misma cantinela: “mal día para ser facho”, dice una murga de este carnaval celebrando la victoria de Orsi. Los artistas populares ya ni siquiera están libretados por la doctrina proselitista de Antonio Gramsci: eligen picar grueso, renuncian a cualquier elaboración mínimamente crítica, poética o satírica, limitándose a endiosar a unos y embarrar a otros, en un todo vale miserable.

De este modo pretenden llevar de la nariz a la ciudadanía. A una ciudadanía que, sin embargo, no compra tamañas payasadas y sigue votando en altísimo porcentaje a los partidos republicanos y liberales. Con menos ruido y sin poemitas berretas, pero expresándose allí donde realmente importa: en las urnas.

¿Encontraste un error?

Reportar

Te puede interesar