Medio Oriente reconfigurado

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Lo que se ha dado en llamar la guerra de los doce días, entre Israel e Irán, tendrá consecuencias muy importantes para toda la región de Medio Oriente. Es que muchas de las cosas que hemos estado acostumbrados a ver en este siglo XXI, cambiarán radicalmente.

En primer lugar, importa tomar consciencia del tremendo golpe militar que Israel propinó a Irán. Estamos hablando de que fueron muertos más de veinte oficiales militares iraníes de alto rango, y catorce físicos nucleares al servicio de la teocracia de Teherán.

Además, las principales instalaciones nucleares conocidas resultaron muy dañadas, como Natanz, Fordo e Isfahán, en una acción que tuvo como protagonista a la aviación de Estados Unidos con sus armas más avanzadas, en coordinación con las fuerzas armadas israelíes. Finalmente, infraestructura militar iraní de primer orden, como dos de cada tres de sus lanzamisiles, más de mil misiles balísticos, aeródromos, depósitos de municiones e instalaciones de radar, fueron destruidos.

En segundo lugar, se demostró la superioridad militar de Israel y sus aliados árabes y estadounidenses frente a lo que figuraba como una fuerte amenaza chiita, que luego de esta guerra ha sido grandemente deslegitimada. Ya en los primeros días del enfrentamiento los cielos del oeste de Irán pasaron a ser dominados por la aviación israelí, por ejemplo. También, quedó claro que la inteligencia militar israelí sea hoy seguramente la más destacada del mundo, ya que los ataques de la aviación contaron con detalles de información y despliegues logísticos dentro de Irán que resultaron claves para su éxito.

Luego de esta guerra de doce días, el principal centro de apoyo a los movimientos terroristas en la región, llámense Hezbolá en el Líbano, Hamás en Gaza, o Hutí en Yemen, por ejemplo, quedó durablemente fragilizado. Y esta es una realidad que reconfigura a todo el Medio Oriente tal como lo conocemos desde 1979, cuando la revolución de los ayatolás condujo a un gobierno en Teherán que hace décadas que es una teocracia tan corrupta como dogmática y tiránica.

En estos meses, Israel no solamente asestó golpes muy duros a cada uno de esos tres movimientos que amenazan cotidianamente su seguridad, y que sobre todo en el caso de Hamas fue el responsable del atentado de octubre de 2023, el más grave que sufriera el Estado judío desde 1948. Sino que gracias a esta guerra ha dejado en claro a todos los países de la región que en realidad Irán era militarmente mucho menos poderoso de lo que la propaganda de Teherán afirmaba, y que la alianza Israel-Estados Unidos es militarmente muy superior a cualquier iniciativa local.

Estas conclusiones también resonaron fuertemente en Moscú y en Beijing, las dos grandes potencias mundiales con fuertes vínculos políticos, militares y comerciales en Medio Oriente. Por el lado de Moscú, el realismo de su política exterior hizo que de ninguna manera Putin se dejara arrastrar en una guerra regional en la que, por razones de su alianza estratégica con Irán, hubiera quedado ligado al gran derrotado de esta guerra. Por el lado de Beijing, la advertencia indirecta de Washington ha sido doble: el protagonismo militar estadounidense es realmente superior, por lo que hay que tener cuidado con la situación en Taiwán; y el afán de expansión chino como actor global está muy lejos aún de poder cumplir un papel realmente preponderante y a la altura del que desempeña Estados Unidos.

La guerra de los doce días alejó por mucho tiempo la posibilidad de que Irán accediera a armamento atómico. Se trata de una excelente noticia no solamente para Israel, sino también para todo el mundo árabe y para Arabia Saudita en particular, que hace décadas que temen por la expansión persa. Pero, además, el éxito de la operación militar israelí abre dos caminos muy positivos para toda la región.

Por un lado, está la posibilidad real de que Teherán inicie un camino de democratización propio, sin participación de potencias extranjeras, y con la esperanza de ver el final de la dictadura teocrática chiita. Por otro lado, será factible retomar la extensión de los acuerdos de Abraham, de manera de que no solamente involucren a Israel con Emiratos Árabes Unidos, Baréin, Marruecos y Sudán, sino que puedan incluir la pieza clave de Arabia Saudita, y por qué no, también a una Siria que ahora está gobernada por radicales sunitas.

Israel logró este año cambios enormes en Medio Oriente. Su esperanza de vivir en paz es hoy más grande. Eso debe alegrarnos.

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