Los tres sobres del Ministro

EL Dr. Alejandro Atchugarry ha sido un Ministro de Economía y Finanzas que ha recogido elogiosos comentarios tanto durante el desempeño de sus funciones como después de haber renunciado a ellas. Configura, pues, un caso muy singular en nuestra historia política, mérito que se acrecienta porque, fuera de dudas, le ha tocado enfrentar una crisis sin precedentes en la vida económica de nuestro país. En reconocimiento a los plácemes que su labor ha merecido —en todos los niveles y por parte de los más diversos sectores sociales y políticos— reproducimos el editorial que publicáramos el 8 de abril de 1984. Creemos que se ajusta a cualquier eventual situación de la referida cartera y, en especial, a la personalidad del ahora otra vez senador Atchugarry:

A veces, el espíritu necesita incursionar por temas profundos adoptando una actitud necesariamente menor. Quizás sea ello debido a la complejidad de los problemas existentes, al escepticismo que nos invade frente a la imposibilidad de someterlos a las leyes de la lógica, a la incapacidad propia para entenderlos o al cansancio que sobreviene cuando fracasan todas las explicaciones, todas las teorías y cuando, incluso, caen por tierra el prestigio y la credibilidad de los expertos.

CON lo anterior estamos haciendo referencia no a una persona ni a un régimen determinados sino al contexto que rodea a una disciplina —la Economía— que en nuestro siglo alcanza una gravitación sin precedentes al punto de transformarse en un factor capaz de decidir cualquier contienda electoral y de abrir o de sellar cualquier destino político.

Parece evidente que la Economía no constituye una ciencia exacta. En ella, dos más dos no siempre son cuatro, sino que parecen serlo, probablemente lo sean, a veces lo son pero a menudo no.

No cuestionamos la inteligencia, la capacidad y la información de los economistas.

PERO nos sorprende un hecho, comprobable como el que más: un gran economista, con los mejores atributos personales, con las mejores palmas académicas, con las mayores distinciones en su currículum, formula sus teorías y sienta sus principios; otro economista, con no menores méritos que el anterior, con los mismos galardones y reconocimientos mundiales, sin embargo, afirma lo contrario. Y todavía cabe mencionar que puede haber un número más dilatado de reconocidos expertos en esa disciplina que tengan ideas propias y discrepantes esencialmente entre sí. Es obvio que no nos ocupamos de economistas pertenecientes a diferentes siglos, a distintos períodos históricos, a situaciones disímiles y distintas sino a hombres de la misma época, estudiosos del mismo fenómeno y, frecuentemente, pertenecientes al mismo país. ¿Por qué tantas opiniones? ¿Por qué tantas fórmulas? ¿Por qué tantos abismos en el diagnóstico, en el pronóstico y en la elección de sistemas correctivos?

LA pasión ciega a muchos analistas, la acusación personal enturbia sus juicios, el "parti pris" unilateraliza su visión de las cosas. Es indisculpable, pero sucede en todos los países del mundo. Tanto en las naciones hiperindustrializadas como en las subdesarrolladas, en las estagnadas como en las que están en vías de desarrollo, en las democráticas como en las autoritarias, en las socialistas como en las capitalistas, en las de un continente como en las de los restantes, en todas ellas, en todo el planeta Tierra, vivimos una crisis económica, una recesión indisimulable. Baja la producción, se incrementa la desocupación, se descontrola la inflación, desciende el nivel de vida y se da toda la gama de fenómenos propios de estos momentos de crisis. En algunos países más que en otros. Unos la están superando, otros no saben cómo salir de ella. Pero en todos se ha dado o se está dando.

¿Defectos propios o intransigencias ajenas? ¿Causas endógenas o exógenas? ¿Crisis de superproducción o esfuerzos mal encaminados, deficiente distribución del producto, manchas del sol o qué?

LA respuesta a estas interrogantes las darán los economistas. Y discreparán en lo que digan. Claro está que cada uno debe ocuparse de lo que ocurre en su propio país y dejar las grandes lucubraciones a los investigadores académicos. No obstante —y ya ganados por la duda sobre la capacidad humana de encontrar el camino correcto en materia económica— referiremos una pequeña historia:

Dícese que cuando asume un nuevo Ministro de Economía y Finanzas, en cualquier hipotético país, encuentra en su escritorio tres sobres numerados (1, 2 y 3) y rotulados con la misma leyenda: "Abrir en momentos de verdadera crisis", para abrir en otras tantas ocasiones.

El primero contiene un mensaje que dice: "Puede culparme a mí, su predecesor".

El segundo, aconseja generosamente: "Siga responsabilizándome".

El tercero es más sabio, aun: "Prepare tres sobres..."

Las dudas se nos aclararon. Ya sabemos qué es lo que manifestarán los próximos Ministros de Economía y Finanzas del hipotético país al que acabamos de referirnos.

Responsabilidad

La reunión de las Comisiones de Seguridad Barrial, que tuviera lugar en Piriápolis, marcó una etapa importante en el desarrollo de esa iniciativa, cuya finalidad es contribuir a integrar a la sociedad civil en el proceso de velar por su propia seguridad. La agenda incluyó la formación de cuatro talleres, cada uno de ellos sobre un tema clave: alcohol y drogas, minoridad, seguridad rural y relaciones entre la comunidad y la Policía.

Una de las conclusiones más interesantes fue la importancia de revitalizar el muy dañado tejido de la solidaridad, un elemento esencial para la convivencia se nuestra sociedad. También se puso énfasis en la importancia de contribuir al cambio en las mentalidades, especialmente en las actitudes respecto de los sectores sociales que presentan más desafíos.

Uno de los problemas más difíciles de resolver es el de los menores delincuentes. Estos constituyen, por una parte, un problema actual, de considerable gravedad, que nuestra sociedad no ha sabido enfrentar adecuadamente. Es muy posible que el niño transgresor de hoy, termine por transformarse en el delincuente irrecuperable del mañana. Por lo tanto, parecería importante rescatarlo y darle una oportunidad para emprender una vida mejor, en la etapa lo más temprana posible.

Además, el niño que ingresa al mundo de las drogas, que mendiga en la calle, o que comete un delito, muchas veces será el síntoma más evidente de una situación social o familiar más profunda y difícil de enfrentar. El niño en esas circunstancias no es un ente aislado de su entorno familiar, social y económico. Pertenece a una familia la cual, demasiadas veces, tiene sus propios problemas y dificultades. Es cierto que, como se indicó en la reunión celebrada en Piriápolis, parecería necesario adoptar las medidas necesarias para castigar al "padre o tutor del menor que, por su acción u omisión, no se responsabilice de los actos ilícitos" cometidos por aquél. Sin embargo, en muchos casos se encontrará que el adulto se encuentra, a su vez, envuelto en un círculo vicioso de pobreza, desempleo e ignorancia. En esas circunstancias, el castigo, o la amenaza, no servirán de mucho.

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