El anuncio de la empresa multinacional japonesa Yazaki ha dejado al país con una amarga sensación de pérdida y preocupación. La empresa, que operaba en dos plantas en Las Piedras y Colonia del Sacramento, y que daba trabajo a unos 1.100 trabajadores, decidió cesar sus operaciones en Uruguay. El argumento principal es que “las constantes paradas de producción dispuestas por el sindicato” habían hecho insostenible la situación, un argumento que no puede sorprender a nadie interiorizado en el tema.
La versión oficial, expresada por el director nacional de trabajo, Federico Daverede, resume el desencanto de la empresa en una frase que ha calado hondo: “El sindicato tiró de la piola y la piola se rompió”. Dicha afirmación apunta directamente a las repetidas interrupciones en la cadena productiva, las cuales se han presentado como parte de una serie de medidas que exceden la legítima defensa de derechos laborales y se adentran en el terreno del activismo político. En efecto, la organización sindical ha convocado asambleas de corte político, destinadas a promover el plebiscito de la seguridad social, y ha adoptado otras medidas que indudablemente han mermado la estabilidad y la competitividad de la firma.
El liderazgo sindical, encabezado por Marcelo Abdala, presidente de la central PIT-CNT, es señalado como uno de los principales responsables de este desenlace. Sus estrategias de confrontación y la insistencia en el uso reiterado de los paros de actividades han representado indudablemente un obstáculo para mantener un clima de actividad razonable. El cierre de Yazaki es una triste muestra de lo que puede lograr el mal sindicalismo, más interesado en los intereses de los dirigentes de la central que en el de los trabajadores. Si existió una traición contra el país, la realizó Marcelo Abdala y sus adláteres y no una empresa que no puede desarrollar su actividad en condiciones normales. Los desbordes sindicales representan el principal lastre, que quita competitividad a la industria nacional, algo que ha quedado en evidencia tantas veces que es doloroso que no logremos aprender de la lección.
Resulta innegable que el cierre de las plantas de Yazaki implique consecuencias devastadoras para cientos de familias que dependen de estos empleos y es motivo de profunda inquietud para el conjunto del tejido productivo del país. La pérdida de más de mil puestos de trabajo no sólo afecta la economía directa de quienes laburaban en estas instalaciones, sino que también tiene un efecto dominó en toda la cadena de suministros y en el consumo local, poniendo en riesgo la estabilidad de otras empresas y la vitalidad de sectores colaterales.
Sin embargo, la situación también invita a reflexionar sobre el equilibrio necesario entre la defensa de los derechos laborales y la obligación de mantener condiciones que permitan la competitividad de la industria. La huelga y las protestas son herramientas legítimas pero, cuando estas acciones se transforman en una estrategia constante que atenta contra la continuidad de las operaciones, se genera un escenario en el que los costos sociales y económicos los terminan pagando, en última instancia, los propios trabajadores. Es en este punto donde se concentra la tragedia: un sindicalismo que, en lugar de potenciar el bienestar de los trabajadores, se vuelve en su contra, al incentivar medidas que llevan a destruir fuentes de empleo.
La responsabilidad de este desenlace recae, en gran medida, en quienes han impulsado una política de paros constantes, sin evaluar adecuadamente sus repercusiones a mediano y largo plazo. La política de confrontación sin espacios de diálogo real y constructivo ha sellado el destino de una industria que pudo haber sido un motor de crecimiento. La modernización de la regulación laboral es una asignatura indispensable, pero los cambios institucionales deben ser acompañados por cambios culturales: si no se entiende que sin empresas no hay trabajadores, cualquier discusión será en vano.
Marcelo Abdala, Fernando Pereira, Juan Castillo y todos quienes defienden la lucha de clases y la idea absurda de que siempre se puede tirar más de la piola para obtener un mayor salario dinamitando el funcionamiento de las empresas son los principales responsables de esta situación. Cuando a eso se suman fines personales de dirigentes irresponsables y fines políticos partidarios de aquellos a los que la suerte de los trabajadores les importa un rábano, todo se vuelve cuesta arriba. Es tiempo de asumir responsabilidades, pensar mejor lo que se hace y decir menos estupideces.