El pasado 6 de junio el expresidente Sanguinetti puso sobre la mesa la posibilidad de una reforma del sistema electoral que se ajuste mejor a las nuevas realidades políticas. Nada de cambios sustanciales al régimen institucional, escribió, pero sí explorar el diálogo entre partidos para algunos retoques menores que pudieran plantearse.
Es claro que las reglas de juego electorales condicionan las estrategias de los partidos y los dirigentes. No es lo mismo, por ejemplo, una elección general como la que teníamos hasta 1994, que resolvía en una sola instancia lo departamental y lo nacional, las internas partidarias y la elección presidencial en competencia de cada lema, que nuestro sistema actual hecho de varias citas con propósitos diferentes y por tanto con estrategias proselitistas diversas. Y como es razonable suponer que una reforma votada hace ya casi treinta años puede recibir ajustes, los cambios sugeridos por Sanguinetti pueden parecer pequeños, pero, si se los considera bien, terminan siendo importantes.
En primer lugar, está el tema de la acumulación por sublemas de listas en Diputados, algo derogado en 1997 y que resulta fundamental para las estrategias electorales, sobre todo en el Interior del país. Se trata de una cuestión técnica, pero definitivamente relevante, ya que seguramente allí resida parte de la explicación del comportamiento tan diferente que muestran las agrupaciones partidarias para la elección departamental de mayo con respecto a la nacional de octubre: en mayo, en efecto, todas las acumulaciones están permitidas.
En segundo lugar, está lo que Sanguinetti llama “otras ideas” y que pueden cambiar mucho el sistema actual. Una es la de mantener la doble vuelta electoral, pero suprimir las internas y votar en octubre como en el viejo doble voto simultáneo. O sea: multiplicidad de candidatos y pasaje a la última instancia del que resulte más votado dentro de cada lema partidario.
Esto quiere decir que, al terminar con el candidato único presidencial por partido, se devolvería el vigor a los partidos en sus expresiones sectoriales diversas. Todas ellas competirían a campo abierto en elecciones nacionales obligatorias, y por tanto toda la estrategia de seducción de electorados politizados, propios de las instancias internas, se acabaría. Todos los partidos, con todos sus líderes compitiendo a la vez, es algo novedoso para el propio Frente Amplio (FA), que hoy no tiene, como lo tuvo hasta 1994, el dogma del candidato único presidencial.
Finalmente Sanguinetti deja planteada la posibilidad de establecer Lemas Accidentales, que preserven las identidades partidarias pero que habiliten procesos más realistas de acumulación electoral. Esto habla directamente a los partidos tradicionales para las elecciones departamentales, de manera de facilitar en todas partes la comparecencia conjunta electoral y evitar así los triunfos frenteamplistas del tipo de Río Negro o Lavalleja este año, o de Salto en 2020 por ejemplo. Y también es una interesante propuesta para una perspectiva nacional posible: todos los partidos de Coalición Republicana, en lema accidental, sumando sus liderazgos y sectores diversos, con posibilidades de acumulaciones por sublema en Diputados, con una propuesta de base conjunta para un gobierno coaligado, definitivamente se transformaría en una herramienta de enorme potencia electoral. La misma potencia, por cierto, que ya demostró en octubre de 2024 cuando, aritméticamente, la Coalición Republicana (CR) recibió casi 100.000 votos más que el FA.
A nadie escapa entonces que, tras su planteo modesto, Sanguinetti deja sobre la mesa bases de reformas importantes. Porque como, de abrir negociaciones de este tipo, la carta fuerte del FA será siempre procurar terminar con el balotaje, importa mucho que la amplia visión del expresidente deje planteados unos cambios que, si se aprobaran, en realidad harían inocuo ese fin del balotaje a los efectos de los intereses electorales de los partidos que conforman la CR. En efecto, la estructura de bipolaridad casi simétrica del sistema político actual es tal, que sin el corsé del candidato único por partido y con el instrumento del lema accidental, es claro que una reforma electoral de estas características puede dar a la izquierda y como moneda de cambio, sin problemas, el fin del balotaje.
Una vez más la lupa analítica de Sanguinetti y su experiencia política dejan planteado un camino de reforma electoral. Habrá que ver qué eco real tiene en el resto del sistema político.