El panorama internacional luce extraordinariamente complejo, especialmente a la luz de las expectativas que teníamos a fines del siglo XX. Luego de una centuria de enorme progreso económico y social que convivió con una enorme violencia desatada en muchos rincones del mundo, incluyendo nada menos que dos guerras mundiales, muchos esperábamos un siglo XXI en que las lecciones aprendidas nos encaminaran a un futuro más pacífico.
Lo cierto es que los últimos años han sido especialmente duros con esas expectativas. Tenemos demasiadas guerras abiertas y otras potenciales en ciernes: una guerra europea provocada por la invasión rusa a Ucrania, vale decir, una guerra de expansión en plena Europa. Un escalada en Medio Oriente causada por el cruel atentado terrorista perpetrado por Hamás a Israel el 7 de octubre de 2023 y el riesgo terrible de que Irán pueda desarrollar armas nucleares, en cuyo caso la propia existencia del Estado de Israel estaría en peligro inminente. Conflictos armados de enorme violencia en África que han provocado pérdidas colosales de vidas. El incremento de la posibilidad de una guerra entre India y Pakistán y entre China y Taiwán, muestran que incluso la actual situación puede empeorar rápidamente.
El escenario, por tanto, es sumamente complejo a nivel internacional. Ante esta coyuntura América Latina luce extraordinariamente pacífica. No tenemos guerras entre países ni potenciales conflictos laten-tes. Esto que hace unos años no sumaba mucho al atractivo geopolítico de nuestra región hoy cotiza en bolsa, lamentablemente. Ahora bien, sí debemos reconocer que tenemos numerosos problemas al interior de muchos países, desde dictaduras desembozadas a serias dificultades democráticos o de libertades esenciales.
Salvo los casos de las dictaduras de Cuba, Nicaragua y Venezuela en general tenemos elecciones y los votos se cuentan. La prueba es que en la mayoría de las elecciones de los últimos años los oficialismos han perdido y ha existido rotación de los gobiernos. La democracia, al menos en este sentido esencial, parece gozar de buena salud en nuestro continente, a diferencia de lo que está ocurriendo en el mundo, donde los índices de democracia muestran un retroceso alarmante.
El gran problema que estamos sufriendo, no es tanto un deterioro democrático en sentido estricto, pero sí en las libertades para los habitantes de los países. Con la salvedad de Uruguay y unos pocos más, en todos el estado de la libertad en un sentido más amplio se ha venido deteriorando. Algunos casos, incluso, son verdaderamente alarmantes. En México, uno de los países más relevantes por su población, se ha roto la separación de poderes, se ha destruido el sistema judicial y la libertad de las personas pende de un hilo, especialmente la de los críticos del gobierno. No solo se trata de un problema que preocuparía a Montesquieu, tiene efectos directos sobre la vida de las personas y también tendrá enor- mes perjuicios sobre la actividad económica.
En Ecuador el nivel de violencia se ha disparado producto de la acción del narcotráfico y el crimen organizado, también con consecuencias terribles sobre la seguridad y la vida de sus habitantes. En Colombia el retorno de la violencia política, pero también en las calles, marca un punto de inflexión que pone en jaque al país. Del pésimo gobierno que viene desarrollando el presidente Petro, marcado por una inestabilidad que parte de su propia conducta, quizá el punto más bajo sea el deterioro del clima de convivencia del país.
La lista podría seguir incluyendo los problemas que afectan a la democracia boliviana desde el intento de golpe de Estado de Evo Morales, entre otros ejemplos, pero el punto está suficientemente claro. Más allá de las especificidades de cada país la toma de la justicia, la inestabilidad económica o política, el deterioro del Estado de Derecho, los ataques a la prensa, el maltrato a los opositores, entre otras calamidades terminan afectando la propia libertad, en distintos grados.
Como expresó con meridiana claridad Thomas Jefferson, el precio de la libertad es su eterna vigilancia y estos son tiempos en que la defen- sa de la libertad es especialmente relevante. Es un lugar común afir-mar que vivimos en una época de cambio, pero esta vez parece ser cierto. Que en Uruguay no estemos sufriendo los problemas de otros países de la región no es razón para bajar la guardia, todo lo contrario, debemos estar atentos a las amenazas que tarde o temprano pueden golpearnos la puerta.