La izquierda tergiversa la historia

El triste episodio que involucró hace algunas semanas al historiador frenteamplista Gerardo Caetano, por causa de un error inexcusable con relación al papel de Fructuoso Rivera en el protagónico año de 1825, debe alertarnos sobre el qué y el cómo se hace nuestra Historia patria.

Seguramente nadie creyó que el error fuera a ser advertido, ya que hace lustros que buena parte de la academia se ocupa de decir cosas que no son ciertas y que en nuestro Uruguay, hecho de penillanuras indolentes, casi nunca pasa nada. Ejemplos, sobran: desde atribuir uno de los principales motivos de las revoluciones de Aparicio Saravia a la necesidad del “aire libre y carne gorda”, hasta afirmar que la violencia de los años sesenta del siglo pasado fue iniciada por la extrema derecha, siguiendo por negar el carácter terrorista a las acciones guerrilleras marxistas de los años setenta, o afirmar que Luis Alberto de Herrera tenía simpatías nacionalsocialistas, el cúmulo de mentiras pergeñadas por nuestros historiadores resulta, a esta altura, inaudita.

Sin embargo, el “error” de Caetano se topó esta vez con una decisión partidaria colorada muy potente. En efecto, los colorados están viviendo actualmente una etapa de reivindicación de la señera figura de Fructuoso Rivera: protagonista fundamental en nuestro proceso de independencia, fue sin duda un héroe nacional que, como todos, tuvo sus luces y sus sombras. Sin embargo, no cabe ninguna duda, para cualquiera que haya leído así sea mínimamente en qué consistió nuestro proceso independentista, que desde el episodio de Monzón, a poco del desembarco de los Treinta y Tres en la Agraciada, Rivera fue clave para el éxito libertador, sobre todo en la batalla de Rincón y también de Sarandí.

Si fuera por el rigor metodológico de los historiadores izquierdistas, no faltaría alguno que se animara a inventar alguna genealogía proto marxista que implicara adhesión revolucionaria de clase social a las batallas más corajudas de ese año 1825. Un buen ejemplo sería que alegaran alguna tontería del tipo de que los proletarios pobres morían en el campo de batalla para favorecer, sin saberlo, a los intereses económicos de los estancieros que, además, lideraban el proceso de liberación de la provincia desde sus cómodos puestos de mando alejados del fragor de la lucha. Se dirá que esta descripción suena demasiada caricatural: pero, en verdad, ella no lo es más que escuchar en una presentación oficial a un reconocido historiador frenteamplista negar protagonismo a Rivera en aquel año 1825.

Mañana se cumplen doscientos años de la batalla de Sarandí. Con aquella famosa orden de batalla de Lavalleja de “carabina a la espalda y sable en mano”, y la descripción que luego libra señalando que buena parte de sus oficiales están heridos de bala, por motivo de que ellos “fueron los primeros que al frente de sus compañías y escuadrones dieron el ejemplo a sus soldados”, podrá decirse que toda esa sandez pseudo marxista, si apareciera, puede ser rápidamente desdeñada. Empero, este año lleno de conmemoraciones históricas, sumado al impúdico resbalón ideológico de Caetano, debieran de terminar de oficiar de luz roja para espabilar a las dirigencias de los partidos tradicionales acerca del qué y el cómo de la escritura de nuestra Historia nacional.

¿Hasta cuándo el campo político republicano va a aceptar mansamente que se establezcan mentiras disfrazadas de verdad en torno a lo ocurrido en nuestro pasado nacional? Si un historiador del prestigio acumulado de Caetano es capaz de decir sobre Rivera la aberración de que “el 25 de agosto de 1825, estaba, digamos, del otro lado: estaba adhiriéndose a las fuerzas de Lecor”, es muy razonable pensar que para muchos episodios más modestos de la historia nacional las mentiras han cundido sin límite alguno y sin controversia relevante que las exponga ante la opinión pública.

Si la identidad nacional se va forjando con relatos acerca de nuestro pasado, importa mucho qué lugar ocupó cada uno en las encrucijadas relevantes de nuestra peripecia nacional y qué tradiciones representa cada protagonista político actual con relación a aquellas. El episodio de Caetano, debe servir como ilustración y alerta.

Así como Lavalleja, Rivera y tantos otros en Sarandí batallaron “carabina a la espalda y sable en mano”, con el mismo vigor deben exponerse hoy las mentiras con las que la izquierda hace tantas décadas tergiversa la Historia de nuestro devenir nacional.

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