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La entrevista a Marset

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Llevamos meses, si no años, escuchando hablar del señor Marset. Un supuesto megatraficante uruguayo, al que se ha atribuido poderes capaces desde matar a un fiscal paraguayo en Colombia, hasta de corromper a la cúpula del gobierno. En la mayoría de los casos, estupideces manipuladas con fines políticos, y un grupito de periodistas compañeros que se beneficiaban de información privilegiada en tiempos de Bonomi y Guarteche. Los mismos que bajaban los decibeles a las cifras de delitos o a episodios como el incendio en la cárcel de Rocha o la fuga de Morabito, pero que buscan encender la pradera porque las rapiñas ahora no bajan tan rápido. ¡Aunque bajen!

El hecho es que la periodista Patricia Martín, del programa Santo y Seña de Canal 4 logró lo que parecía imposible: una entrevista en vivo con el señor Marset. Para ello debió no solo manejar gestiones nada simples (por algo nadie más la consiguió). Pero, además, poner mucho valor para ir a meterse en la boca del lobo. Solo eso debería ameritar el saludo, la felicitación, y buenas dosis de admiración de cualquiera, en especial si carga con algunas gotas de periodismo en la sangre.

Sin embargo, en las últimas horas hemos visto una oleada de críticas bastante ridículas sobre el tema. Algunas con pretendido enfoque moral, otras de corte aspiracionalmente técnico. Y, las peores, que apuntan a elementos políticos.

Sobre las primeras, se basan en que entrevistar a una persona que confiesa dedicarse al tráfico de drogas, sería promover su actividad, o dar un tono romántico a alguien que no deja de ser un delincuente.

El argumento es pacato y absurdo. El rol del periodismo es intentar mostrar a la sociedad la realidad que la rodea, con todas sus complejidades y matices. El periodista no es juez, no es político, no es sacerdote. Y nadie puede sugerir que la entrevista a Marset en este momento no era oportuna y pertinente.

Un viejo periodista dijo alguna vez que si pudiera entrevistar a Hitler, viajaría al infierno a buscarlo. Y las famosas entrevistas de Oriana Falacci a gente como Khomeini, Gadafi o Bandaranaike, muestran que del encuentro con gente oscura, han salido algunas de las páginas más luminosas de este sufrido oficio.

La segunda crítica pretende atacar la calidad en sí de la entrevista, si fue lo suficientemente dura, si obtuvo información relevante, si estuvo rodeada de demasiado “circo”.

Zonceras. Cada periodista, cada programa, cada medio, tiene su estilo de hacer las cosas. Eso lo valora la audiencia, no colegas y competidores. Y al que no le gustó el programa, es libre de intentar conseguir otra entrevista, y enseñarnos al resto de cómo se hacen “bien” las cosas.

Pero, como decíamos al principio, lo más insidioso ha sido el enfoque político. En particular a dos afirmaciones que hace Marset, en las cuales dice que no pagó un peso para conseguir su polémico pasaporte cuando estaba en Dubái, y que el Estado uruguayo no tenía más remedio que dárselo. Incluso cuenta que el trato de las jerarquías diplomáticas fue poco cortés. Y cuando dice que Uruguay es el país menos corrupto en la región.

Se trata de dos afirmaciones que deberían llevar calma y sosiego a toda la sociedad, más allá de que se puede cuestionar la credibilidad de Marset. Pero cualquiera que haya visto el programa, habrá percibido que en ese sentido sus palabras parecían bastante sinceras.

Sin embargo, varios altos dirigentes del Frente Amplio y en especial del MPP, liderados nada menos que por su candidato Yamandú Orsi, se sintieron obligados a salir a confrontar con estas afirmaciones. Orsi dijo que le llamaba la atención que Marset dijera lo mismo que el gobierno. Una tontería ya que si Marset afirmara que la camiseta de Uruguay es celeste, ¿eso afectaría la veracidad de la afirmación? Pero no es una tontería inocente, ya que busca sugerir que el narcotraficante estaría apoyando de alguna forma al gobierno. Eso se llama insidia y cobardía. Si Orsi tiene información de que el gobierno tiene algún vínculo con la droga, cosa que viene sugiriendo en varias instancias, debería decirlo y probarlo. Y si no, callarse la boca. Lo que hace, lo pinta como una persona ambiciosa al punto de no importarle dañar la imagen exterior del país, para intentar llegar al poder.

Sus laderos del MPP, esa segunda línea tenebrosa que se suele ocultar detrás de la sonrisa campechana de Orsi, lo dijo más claramente. Incluso sugiriendo que la entrevista era parte de una estrategia empresarial del canal para apoyar al gobierno.

Delirantes, en este país, abundan. Pero con tanta mala fe y ambición, la verdad que hay pocos.

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