La diaria confusión

Hubo un malentendido. Una columna de opinión publicada el jueves 22 en un periódico montevideano, acusó al editorial aparecido el día anterior en El País por tratar injustamente a la adolescencia uruguaya que no estudia ni trabaja. Es probable que el columnista haya leído con cierto apresuramiento ese editorial, donde no se pretendía calificar duramente a toda la adolescencia inactiva, sino al sector dedicado a la violencia delictiva, en la que figuran los devastadores ataques a establecimientos de enseñanza.

Sin embargo el columnista aludía al "desprecio y odio" con que el editorial calificaba a dichos adolescentes y mencionaba la visión "profundamente reaccionaria" con que según él ese texto de El País contribuía a marginar a un sector desvalido de la población. Con similar criterio, una visión profundamente progresista contribuiría a solucionar esa marginación, idea desmentida por seis años de gobierno de izquierda y dos décadas de administración municipal del mismo signo, en que la brecha entre riqueza y pobreza no se atenuó. Tampoco se redujo el número de adolescentes que no estudian ni trabajan.

Si el columnista hubiera leído detenidamente el editorial que lo fastidió, habría reparado en que allí se habla de adolescentes iletrados como víctimas de padres irresponsables, se habla de su confusión entre el uso de la fuerza y el concepto de coraje o de heroísmo, se habla del nacimiento de esos muchachos en el seno de familias disgregadas, del azaroso relacionamiento propio de su vida en la calle y de que su lucha por sobrevivir es un combate bastante feroz.

Nada de eso refleja odio o desprecio y tampoco es una visión que parezca reaccionaria, sino en todo caso compasiva por la suerte de un sector inoperante de la población juvenil.

El columnista agrega que quizá sea difícil "educar a un adulto como el que expresó ayer la opinión editorial", argumentando que los jóvenes que no estudian ni trabajan merecen que escriba sobre ellos alguien acaso mejor informado o más instruido, aunque -según señala- el editorialista "goce de una buena situación económica y esté cómodamente inserto en el mundo de los poderosos".

Corresponde enterarlo de que quien escribió ese editorial goza de la situación económica que únicamente le han dado 60 (sesenta) años de trabajo ininterrumpido, iniciados a los 15 (quince) años de edad por una seria crisis familiar, y que durante un período de esa larga vida laboral llegó a desempeñar 4 (cuatro) tareas simultáneas de índole dispar, sin descuidar sus estudios terciarios.

Nunca estuvo cómodamente inserto en el mundo de los poderosos, y tal vez por eso se siente autorizado a opinar sobre quienes no estudian ni trabajan, en un país donde el estudio puede ser gratuito y muchos de los ociosos ni siquiera buscan un empleo. Esa clase de jóvenes, según datos manejados por el columnista, son en el mejor de los casos cerca del uno por ciento de la población nacional. Y no todos se comportan debidamente, como es notorio.

La reflexión del editorial del miércoles 21 sobre los menores infractores, respondió en todo caso a la solidaridad que merecen las víctimas de las agresiones cometidas por adolescentes. Esas víctimas muchas veces pierden sus bienes, su integridad física y su tranquilidad personal, pero otras veces pierden su vida, por lo cual sería útil que las autoridades a las que alude el columnista "expresen su preocupación" acerca de ellas. Porque se trata de comerciantes, profesionales, obreros, jubilados o estudiantes que sufren agresiones a menudo brutales, son pobladores de una ciudad que ha debido enrejar puertas y ventanas, y entre ellos figuran el alumnado y los funcionarios del Liceo 50, a cuya aterradora situación el columnista se refiere con indulgente brevedad en medio de su texto.

Debería dedicar otra columna a las víctimas -difuntas y sobrevivientes- de la violencia criminal, tratando claro está de no resultar profundamente reaccionario.

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