Cuando aún sonaban los ecos de la incorporación de Blanca Rodríguez a las filas frenteamplistas, aparece un nuevo conflicto que vuelve a exponer en carne viva las contradicciones de la izquierda.
Una declaración firmada por más de un centenar de economistas del Frente Amplio verbaliza por fin el rechazo al disparatado plebiscito que impulsan el Pit-Cnt y los partidos Comunista y Socialista. Por supuesto que este reconocimiento de la razón que tiene la Coalición Republicana no es completo: se ven forzados a matizarlo discrepando con la reforma previsional realizada por este gobierno y repitiendo el sonsonete del llamado a un “gran diálogo social”. Los economistas de izquierda vuelven a saltearse que el diálogo existió, que su partido integró la comisión que generó la reforma -con representantes que hicieron cero propuestas-, que el Pit-Cnt fue recibido y escuchado y que incluso el presidente Lacalle tuvo la deferencia de llevar el primer proyecto a la sede del FA, obteniendo como respuesta también un silencio sepulcral. Los firmantes del nuevo documento expresan su rechazo al plebiscito como un aporte “fraternal” a la interna opositora, previendo lo que se vendría después… Lo que efectivamente ocurrió.
Porque dirigentes de izquierda como Constanza Moreira y Óscar Andrade salieron de inmediato a quejarse de tanta contradicción “fraterna”. La primera fue tan clara como le era posible: “la unidad de la izquierda y los movimientos sociales requiere combinar la ética de las convicciones con la ética de la responsabilidad”. ¡Originalísimo uso de Max Weber para amordazar la opinión ajena! “Y yo me pregunto”, añade Moreira, “¿a quién ayuda este pronunciamiento? ¿Al FA, al movimiento popular? Yo creo que no”.
Así razonan, estimado lector, quienes defienden el plebiscito y representan la mitad del Frente Amplio: no importa fundir al país con tal de caer simpáticos al llamado movimiento popular… Un movimiento que no es tal: es apenas una ínfima mayoría relativa en una reñida votación del Pit-Cnt, de uno o dos votos, que inclinó la balanza hacia este desaguisado fundamentalista, típico aporte del comunismo en su inveterada costumbre de hacer quebrar a los países para así acrecentar “las contradicciones”, motivar a las masas obreras a la revolución social y bla bla bla.
En el mismo sentido se expresó Fabiana Goyeneche: “defender las ideas, intercambiar sobre las diferencias, pero sin olvidar que el bloque social es el verdadero actor de las luchas por el bien común”. Es genial cómo los radicales siempre tienen un “pero” a actitudes positivas como defender las ideas e intercambiar sobre las diferencias.
Con razón, el exjerarca departamental por Montevideo Gonzalo Márquez contestó a Moreira que “parece que la libertad de acción solo corre para que las personas que apoyan el Sí al plebiscito puedan manifestarse en consecuencia, pero las que apoyamos el No deberíamos callar la boca. Curiosa interpretación”.
Tal cual: es curiosa pero no desacertada. Porque explícitamente se definió en la interna del Frente Amplio que la liber-tad de acción implicaba, entre otras co-sas, que no se podía “hacer campaña” en contra de la iniciativa sindical. No sea cosa que se le complique a los compañeros comunistas y socialistas para seducir incautos.
Para que el paisaje termine de completarse, desmintiendo la paz y amor que trasmitió Blanca Rodríguez en su nuevo camino político, el presidente Lacalle Pou fue recibido con insultos en la Facultad de Medicina. El video viralizado en redes sociales y compartido por El País es muy revelador de la inminente kirchnerización de nuestra vida política: el presidente de la República permanece de pie, a menos de un metro de las personas que lo insultan a los gritos, suponiendo que en algún momento harán silencio y le expresarán sus opiniones con serenidad y respeto. Pero eso no ocurre. Estamos felizmente lejos del tiempo en que un Tabaré Vázquez desencajado se trenzaba con manifestantes que le hacían reclamos y a los que después él escrachaba públicamente a través de los servicios de información del gobierno.
Ahora no se escracha a nadie, pero los manifestantes ya no dicen con respeto e hidalguía “nos vemos en las urnas”. Insultan como barrabravas a un mandatario ungido por la ciudadanía en elecciones libres y ni siquiera se disponen a trasmitir sus quejas de igual a igual.
Así funcionan los que agitan la bandera del supuesto “movimiento popular”.
A los contrarios, los insultan.
A los propios, los silencian.