Cada tanto se oye, incluso desde altos rangos gubernamentales, un "¡Viva Latinoamérica!", una especie de clamor patriótico de dimensiones continentales. Como expresión de un deseo, es legítimo. Como realidad, en cambio, está muy lejos de representar algo concreto. Todo indica que, por ahora, no hay una necesidad unionista perentoria, y menos a esa escala. Sin embargo, como se dice sabiamente, principio quieren las cosas. Nuestro continente -si así puede llamársele- mira hacia Europa y algunas elites quieren seguir su modelo: ser la Unión de más de treinta Estados con Parlamento.
Consejo, Constitución, moneda común (no todos participan de ella) y una política exterior y de defensa comunes. Se implantó el concepto de ciudadanía europea y se utiliza un pasaporte común pero los miembros de la Unión Europea mantienen su independencia, salvo en áreas específicas.
Pero la U.E. no nació de la noche a la mañana. El proceso de gestación partió con la creación de la Comunidad Europea del Carbón y del Acero (1951) y de ahí en adelante, a través de varios Tratados, se llegó a 1a U.E. con el Tratado de Maastricht (1992). No fue tarea fácil la de conciliar tantas posiciones, historias e intereses y eliminar desconfianzas seculares pero, al final, se logró alcanzar el objetivo buscado y, desde entonces, la U.E. no cesa de ampliarse.
Se aprendió la lección que dejaron millones y millones de muertos en dos guerras mundiales y los sufrimientos y frustraciones ocasionados por regímenes totalitarios de triste memoria. Europa quería, necesitaba, garantizar la paz y libertad. Su experiencia indicó el camino a seguir para forjar una comprensión que fuera antesala de una integración internacional.
Claro está que en América Latina no se han dado conflictos de la gravedad de los que asolaron a Europa durante siglos. Pero lo cierto es que la globalización actual gravita en contra de quienes se aíslan y empuja, en cambio, hacia la integración regional. El tema es vastísimo y complejo y sólo podemos encarar aspectos parciales del mismo. Para ello, tengamos presente los siguientes parámetros.
El Papa Juan XXIII dijo: "... el progreso de un país es en parte efecto y en parte causa de la prosperidad y del progreso de los demás pueblos".
En el Seminario Interamericano de Enseñanza Primaria, de la OEA (Montevideo 1951) se resolvió: "inspirar una actitud de compatibilidad entre el amor a la patria y comprensión internacional".
La comprensión del otro y la solidaridad con el otro pueden y deben ser enseñados, sobre todo en las aulas pero no sólo en ellas. También deben hacerlo todos los formadores de opinión, los periodistas, los comunicadores sociales, las organizaciones afines.
Si se aspira a que una región -grande o pequeña- sea unida, sus habitantes deben conocerse mejor, conjugar sus esfuerzos e intercambiar personas de todos los ámbitos (estudiantes, educadores, artistas, trabajadores, etc.).
Es necesario inculcar desde la infancia que los deberes que se tienen con la comunidad internacional han de considerarse como una prolongación de los deberes que el ciudadano tiene con su propio país.
El instrumento ideal para alcanzar ese objetivo, insistimos, es la educación.
Todas y cada una de las asignaturas que se imparten -humanísticas, científicas, artísticas, deportivas, etc.- pueden aportar algo para acercarnos a los países de la región: unas ayudan a conocer más la naturaleza humana, su diversidad, o el medio en el que se vive; otras, nos muestran su cultura, su acervo, que es particular y universal a la vez; otras, en fin, contribuyen a solucionar problemas vitales que aquejan a cualquier sociedad y que nos hermanan a todas porque todas nos sentimos afectadas por ellos. Resulta obvio que debemos eliminar de los textos todo indicio de aversión, desdén o agresión hacia el vecino así como todo atisbo de nacionalismo extremo, agresivo, que genere odios irracionales. Porque está escrito que se cosechará lo que uno siembre...