El lector con algo de cultura literaria, creerá que el título de este editorial es un error. Que la cita al célebre cuento de Edgar Allan Poe “El pozo y el péndulo”, se encuentra invertida. Pero no, es intencional. Porque de lo que queremos hablar hoy es de cómo la sensibilidad de la opinión pública ha cambiado radicalmente en los últimos tiempos, respecto a la corrección política, el feminismo radical, y otros excesos de estos tiempos. Y de cómo el efecto pendular del paladar de la sociedad, apunta a llevar a esas miradas al agujero de la historia.
El tema está en boga por estas fechas, a raíz de una publicidad de una conocida marca de ropa en Estados Unidos, que ha diseñado una campaña expresamente destinada a hacer hervir la sangre del movimiento “woke”. O sea, esa gente que durante la última década viene imponiendo en la sociedad una serie de consignas bastante ridículas, pero de enorme impacto en el clima de convivencia en Occidente.
Las publicidades tienen como protagonista a la actriz Sydney Sweeney, una chica que tiene todas las características de lo que un “woke” describiría como “belleza hegemónica. Es rubia, ojos claros, delgada... Y la campaña hace una explotación buscadamente exagerada de su físico y atractivo sexual. Para sumar a la indignación, el “claim” de la campaña es que “Sydney tiene muy buenos jeans”, jugando con la similitud que existe en inglés entre esa prenda de ropa y la palabra “gen”.
Si para el mundo de la corrección política postmoderna y neomarxista, el explotar la sexualidad de una mujer para fines comerciales es casi un delito, y le sumamos que lo hace alguien con esa imagen y bromeando con lo de los genes, el lector se imaginará lo que ha sido la reacción. Lo mínimo que le han dicho es que se trata de una ofensiva nazi, y una reivindicación del peor tipo de racismo.
Esto pese a que claramente la campaña tiene un guiño de humor explícito. Pero ya sabemos que ese tipo de ideología, tiene una incapacidad crónica para entender la ironía.
El tema es que la campaña ha tenido un éxito impresionante en Estados Unidos, logrando un alza marcada de la cotización en bolsa de la empresa, muchísimos comentarios en los medios, y ventas masivas del producto. Es como que mucha gente ha reaccionado con alivio ante lo que se ve como una señal de cambio de los tiempos, y de que ya no hay que vivir con miedo a la cancelación de estos grupos de gente irracional.
Casi al mismo tiempo, otro fenómeno está marcando una señal en el mismo sentido.
Resulta que la liga de básquetbol femenina profesional de Estados Unidos, la WNBA, está atravesando una especie de conflicto sindical. En las últimas semanas, muchas de sus jugadoras han salido a la cancha con camisetas reclamando un pago más justo por su trabajo. “Paguen lo que nos deben”, dicen las consignas. Esto pese a que desde que se creó esta liga en 1997, no ha sido rentable ni un solo año. Y que en 2024 la misma perdió 40 millones de dólares. Los cuales han sido cubiertos por las ganancias de la liga masculina.
El tema es que como reacción espontánea a este tema, en la última semana han ocurrido varios episodios en los que desde las gradas, han tirado objetos sexuales de color verde a la cancha. Esto ha obligado a cortar los partidos, generando risas en las tribunas, y furia en las jugadoras.
Se trata de dos episodios aislados, y sin vinculación aparente entre sí, salvo por un aspecto. Y es la constatación del enojo y el cansancio que tiene un amplio sector de la sociedad frente a la epidemia de corrección política.
Algo parecido había sucedido hace unos años, cuando la marca de cerveza preferida por el pueblo trabajador de Estados Unidos, decidió contratar a un transexual para ser su nueva imagen pública. Provocando una pérdida millonaria a la empresa que tomó semejante decisión.
El tema de fondo es que cada día hay más señales de este hartazgo con la imposición de una forma de ver las cosas, de una cultura de la cancelación, y la condena social, a quien simplemente quiere vivir su vida como tiene ganas. Y no le interesa sumarse a cruzadas impostadas y artificiales, que sólo satisfacen a cuatro aburridos militantes de ultra izquierda. Cuya principal obsesión no es mejorar la sociedad, sino imponer criterios ridículos, y forzar a los demás a aceptar sus postulados.
Pero el péndulo, invariablemente gira hacia el otro lado. Y estamos ante las primeras señales de que ingresamos a una nueva era donde ese tipo de imposiciones no se aceptan. Una buena noticia, aunque hay que cuidarse de no pasarse de la raya. Como ellos.