En los siempre interesantes debates del programa radial En Perspectiva que conduce Emiliano Cotelo, hace unos días se dio una situación tan insólita como reveladora del deterioro de nuestra cultura cívica.
Con encomiable objetividad y franqueza, el politólogo Adolfo Garcé expresó una opinión que algunos podrían catalogar de “políticamente incorrecta”, pero con la que está de acuerdo la inmensa mayoría de los uruguayos: “Creo que hay una discusión que tenemos que dar civilizadamente en este país (…). Hay que dar un paso más en esta discusión sobre los paros en la enseñanza: yo creo que no debe haber más paros. En la enseñanza no puede haber más paros. Tenemos que encontrar una manera más civilizada de expresar nuestros reclamos, lo hablo como profesor de la Universidad de la República. Desde luego que hay muchas cosas para cambiar y que tenemos que poder reclamar, pero cada paro en la enseñanza es un golpe al futuro. Cada minuto de paro es un golpe al futuro. Destruye comunidades educativas. Destruye las ganas de la gente de ir a los liceos, escuelas y universidades. No nos podemos seguir dando ese lujo”.
No es una observación que el politólogo comparta solo con el actual gobierno. También la postularon dirigentes de izquierda de primera línea, como el expresidente Tabaré Vázquez, que en su segundo mandato declaró (con escaso éxito) la esencialidad de la educación, e incluso como José Mujica, que en el largo sincericidio del libro “Una oveja negra al poder” de Danza y Tulbovitz, no dudó en proponer que a esos sindicatos había que darles un destino más bien escatológico...
Con tales antecedentes, uno tiene derecho a suponer que existe consenso en la intelectualidad, más allá de derechas, centro e izquierdas, sobre la necesidad de no seguir perjudicando a los escolares y liceales vulnerables con paros que los dejan sin clase y sin alimentación, por parte de organizaciones gremiales de escasa representatividad.
Pero el martes, escuchando En Perspectiva, nos enteramos de que no era tan así: Daniel Buquet, colega de Garcé, lo interrumpió con un exabrupto impensado: “estoy sorprendido que Fito haya pasado al lado carnero de la vida”.
Independientemente de la confianza y familiaridad que parece haber entre los polemistas, la sorpresa de Garcé fue notoria: “creo que no hay que enojarse y lo que hay que hacer es discutir; pueden estar de acuerdo o en desacuerdo. Lo que yo creo es que no puede haber más paros en la enseñanza en ningún nivel”.
Infructuosamente, los oyentes aguardamos una disculpa de Buquet por su insulto barato, más propio de un barrabrava que de un académico. Pero la réplica que llegó fue otra: “Hay gente que está del lado carnero de la vida, porque el derecho de huelga es un derecho constitucional. Y mucha gente dice no, por supuesto, tienen derecho, pero es un desastre, jamás deberían hacer un paro. No. Si está el derecho de huelga es por algo. Porque la forma si vos querés extrema o más fuerte que tienen los sindicatos de hacer reclamos es hacer paros. Vos me podés decir hay demasiados paros y debería haber menos, estoy dispuesto a discutir. Ahora si me decís que no puede haber paros… ese es el lado carnero de la vida”.
Fue inútil que Garcé le explicara que no proponía eliminar ningún derecho constitucional, sino que se trataba solamente de convocar a un pacto que pusiera fin a la injusticia que suscitan esas medidas extremas en la educación, tan frecuentes como perniciosas.
Importa destacar que quien califica a su adversario de carnero, es Doctor en Ciencia Política, autor de diversos trabajos de investigación sobre instituciones políticas y democracia en América Latina y actual secretario general de la Asociación Latinoamericana de Ciencia Política (Alacip).
Es bastante desolador que con semejante prestigio incurra en una falacia ad hominem que abochornaría al propio Vaz Ferreira.
Tres veces seguidas le tiró a su colega el mismo insulto, ni siquiera fue creativo para variar metáforas. Parece que para él las opiniones no se refutan con argumentos sino tratando de carnero al que piensa distinto (distinto a él, pero igual a la gran mayoría de uruguayos de buena voluntad).
Es lo que hemos lamentado en más de una oportunidad desde esta página: ¿cómo podemos aventar los extremismos fundamentalistas e intolerantes en que incurre parte de la opinión pública, si hay intelectuales altamente influyentes que sustituyen el debate de ideas por agravios terrajas y baboseadas?
Nuestra solidaridad con Adolfo Garcé, que bien demostró estar del lado racional y justiciero de la vida.