Santiago Carrera | Montevideo
@|En Cannas, año 216 a.C., Roma sufrió una de las derrotas más humillantes de su historia. Aníbal aplastó a un ejército superior y pareció condenar a la República. Pero Roma no se rindió: aprendió, corrigió y derrotó en Zama al mismísimo Aníbal. La enseñanza es simple: las derrotas no son finales, son advertencias. Si se las ignora, se transforman en ruinas.
Hoy, La Libertad Avanza (LLA) no está leyendo su propia Cannas. Su reciente caída electoral no se analiza como un punto de inflexión, sino que desnuda errores que pueden sepultar el sueño libertario.
Argentina es un país donde la política manda sobre la economía. La incertidumbre, la inflación y las crisis nacen más de decisiones políticas que de variables técnicas. Con décadas de clientelismo, populismo e intervencionismo estatal, el desafío de Milei no es solo económico: es político. Para desarmar estructuras enquistadas —peronismo, sindicalismo, corporaciones prebendarias— necesita estrategia. Pero LLA está atrapada en una interna que enfrenta dos estrategias políticas irreconciliables.
Por un lado, un sector, conocido como “Las Fuerzas del Cielo” liderado por Santiago Caputo, se ha enfocado en consolidar el programa económico de Milei y en cuidar como oro la imagen política del mandatario. Este grupo entiende que el éxito del gobierno depende de tres pilares: mantener el equilibrio fiscal, proteger la imagen del presidente y evitar desastres políticos como la aprobación de paquetes fiscales que desestabilicen la economía. Desde fines de mayo de 2024, tras la renuncia de Nicolás Posse a la Jefatura de Gabinete, Caputo asumió un rol de liderazgo con poderes prácticamente totales en la interna del gobierno, logrando una serie de éxitos notables. Hasta mayo de 2025, el gobierno acumuló victorias, incluida la campaña de CABA liderada por Manuel Adorni; aprobó la Ley de Bases y avanzó con un ambicioso plan de reformas desregulatorias encabezado por Federico Sturzenegger. Este período fue una verdadera obra de arte política: Caputo negoció con gobernadores, aseguró gobernabilidad y proyectó una imagen de estabilidad que se reflejaba en un flujo constante de noticias positivas para el gobierno.
Por otro lado, un sector liderado por los primos Menem persigue un objetivo radicalmente distinto: transformar a LLA en un partido político tradicional, similar al Partido Popular en España o al Partido Nacional en Uruguay. Su plan es construir una maquinaria electoral de centro que trascienda la figura de Milei, consolidando un “post-Mileísmo” mediante la conquista de intendencias, gobernaciones y estructuras provinciales. No ocultan su intención de posicionar a Martín Menem como el sucesor de Milei, promoviendo un partido que perdure más allá del liderazgo actual. Inspirados en el modelo peronista, que utilizó instituciones como ANSES y PAMI para construir poder territorial, este grupo busca institucionalizar LLA como un partido de “masas”, sin ideología y con permanencia en el tiempo. Su objetivo no es proteger al presidente ni a su gobierno; ellos priorizan al partido.
Esa obsesión partidaria tensó la relación con gobernadores que antes acompañaban. La consecuencia fue la aprobación de paquetes fiscales irresponsables, que dinamitan el equilibrio y devuelven volatilidad al dólar y a los mercados. El otro gran error fue la elección de candidatos. En lugar de apostar por empresarios, profesionales o referentes formados en las ideas de la libertad, se recurrió a figuras sin preparación ni carisma. Lo que quedó fue un discurso vacío, reducido a “kirchnerismo nunca más”. Un eco tardío del macrismo. El resultado fue previsible: apatía, desmovilización, derrota.
No fue el kirchnerismo el que derrotó a LLA; fueron sus propios errores. El futuro del movimiento depende de la reacción.