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@|Tuve un amigo que aseguraba no era hincha de un club de fútbol, que lo que en verdad sucedía es que era anti-hincha de su oponente tradicional.
En fin, lo que deseaba era que, sin importar otra cosa, ese club siempre perdiese, aunque el suyo no ganase.

Esa idea arraigada en más de uno en los tiempos actuales, parecería haberse trasladado al terreno político, pero a diferencia del deporte que es una actividad limitada a su ámbito, en política las consecuencias pueden ser sumamente perjudiciales para la masa ciudadana.

Así parece suceder en nuestro país, a partir de haber perdido el conglomerado izquierdista las últimas elecciones, o quizás de haberlas ganado un gobierno de coalición republicana de 5 partidos. Porque por hechos y actitudes, es notorio que no les molesta tanto no estar, como que sí esté su oponente político; no les molesta ver su bandera arriada, les molesta insoportablemente ver izadas las banderas de la coalición.

El pensamiento de aquel amigo me causaba cierta gracia; los hechos políticos actuales me provocan cierta zozobra y la desesperanza de ver cómo temas de interés general, imprescindibles para el futuro del país, son vistos como si se tratase de un partido de fútbol, sin la mínima seriedad y respeto debido que el ocupar un lugar político referencial deba inspirar.

La Educación está en crisis desde hace varios años; el sistema de Seguridad Social casi colapsado exigiendo urgentes reformas; el tamaño del Estado agigantado e ineficiente, engrosado por los diversos partidos que acceden al poder; el sindicalismo ensoberbecido por 15 años de prebendas y beneficios, amenazando el trabajo y la paz social, o la espada de Damocles pendiente sobre la OSE que este gobierno se apresta a encarar y como es lógico, habitual y nos hemos acostumbrado, la oposición se apresta a resistir.

Por lo tanto, el terreno político debe ser ocupado por personas preparadas, con formación, principios, ética y aptitud.

Desde el advenimiento de la democracia, luego del gobierno de facto, una clase política distinta ha hecho irrupción ocupando sitiales reservados a políticos de raza. Necesitamos políticos que sepan conciliar, discutir y consensuar con altura, a otro nivel, porque la política así lo exige y aquellos “valores” que Uruguay supo tener, hoy los precisa y no merece perderlos.

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