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Gracias a mis dos madres

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@|Dondequiera que esté, viva o no, elevo al cielo mi agradecimiento a mi madre biológica por darme en adopción, en lugar de abortarme. De hecho, la única persona más generosa en la que puedo pensar es mi madre adoptiva. 

Es justo que diga que, al crecer, pasé por todos los sentimientos hacia esa primera madre que tuve y no conocí. La odié, me pregunté por qué, lloré, me avergoncé... Hasta el día en que la realidad me abrió los ojos a la cantidad de madres que eligen otro camino para un hijo no deseado: el aborto. Ahí esa mujer pasó a ser una fuente de admiración para mí: cargó 9 meses con una bebé que, tal vez desde el día uno, no pensaba quedarse. Eligió el camino difícil. Se hizo controles, se cuidó, me cuidó, debe haber dejado de lado un montón de cosas que quería hacer porque estaba embarazada. Y con más o menos dolor, llegado el momento, me dejó partir a mi nueva vida. 

Del otro lado me esperaba la familia más hermosa que me pudo tocar. Un padre y una madre llenos de amor que hasta hoy lo dan todo por la hija que otro no quiso o no pudo tener, y que ahora es su propia hija. Una hija a la que dieron educación, cuidados, amor y valores. Una hija que resultó no ser del todo saludable, que nació con un síndrome rarísimo, Marfan, del que aún no se sabe mucho y por el que todavía la acompañan a consultas médicas. Una hija a la que algún día tuvieron que contarle sobre su origen, con el temor de cómo podría reaccionar, qué secuelas le dejaría...
Mi síndrome también determina que para mí misma tener hijos sea un desafío enorme. Puedo morir en el intento. Literalmente. Mi corazón se va a ver exigido más allá de sus posibilidades y así y todo no hay nada que quiera más que ser madre. En caso de que pueda tener un hijo exitosamente, además, que herede o no mi patología es como tirar una moneda al aire: 50-50. Si le toca, puede pasarla peor, igual o mejor que yo. Para estos casos, el aborto y diversas formas de reproducción asistida son el camino que muchos sugieren... Pero ¿saben qué? A mí me tocó una madre que vaya a saber uno si tuvo mi síndrome o no, pero no solo decidió seguir adelante con su embarazo sino tener un hijo que otros recomendarían abortar o, en el caso de la reproducción asistida, no implantar. 

Yo pude haber sido una niña que no naciera o un espécimen con Marfan dejado en un tubito porque no era adecuado para ser implantado. En cambio, estoy escribiendo esto, gracias a que me tocaron dos madres con un corazón inmenso. Gracias a todas las que, aun luchando por el aborto, me abrieron los ojos para darme cuenta de lo afortunada que realmente soy, y me impulsaron a compartir mi historia para salvar, aunque sea, una sola vida más, que ojalá sea tan maravillosa como la mía. Si de paso sirve para que alguien vea su propia adopción como motivo de orgullo, ¡más alegría me da! 

No me pidan que entienda a mujeres que abortan aún cuando ni su vida ni la del bebé están en peligro. El aborto es decir “si no puedo tenerlo yo, que no nazca”. La forma alternativa más solidaria es la adopción, donde todos ganan: el bebé gana la vida, ella como mujer recupera su independencia y otra familia es inmensamente feliz. A la mujer que no sabe qué hacer con ese hijo que espera, de corazón le aconsejo que piense en las mujeres a las que nos cambiaría la vida recibir a ese bebé, y que estamos dispuestas a cuidarlo como si lo hubiéramos parido. 

Creo que la marca más grande que me dejó mi pasado es un sentimiento de amor inmenso, hacia mis dos madres, que no se compara con nada en el mundo. O tal vez sí, con el amor de una madre a un hijo, que a mí me salvó, dos veces. 

Por eso, si toco un solo corazón y una sola de las mujeres que piensa en abortar elige regalarle la vida a ese hijo, aunque sea lejos de ella, e iluminar para siempre la vida de otra familia, exponerme así, habrá valido la pena.

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