Roberto Alfonso Azcona | Montevideo
@|De motor de desarrollo a cueva de acomodos y corrupción.
Lo que está ocurriendo en la Administración Nacional de Puertos (ANP) es una afrenta abierta a la decencia y al pueblo uruguayo. De motor de desarrollo, el puerto ha pasado a ser una vergonzosa cueva de acomodos y corrupción, diseñada para pagar favores políticos mientras el país entero se desangra pagando impuestos.
Apenas unas semanas antes de asumir la presidencia de la ANP, el ingeniero Pablo Genta -un operador más del MPP- se reunía con Alejandra Koch, la directora vocal por el Frente Amplio (Partido Socialista), para trazar en las sombras el verdadero plan: no administrar con austeridad, no defender el bolsillo de los uruguayos, sino repartir el puerto como un botín de guerra entre sus correligionarios.
Mientras Genta soñaba, ingenuo, con llenar apenas unas vacantes, la maquinaria sindical socialista ya tenía todo calculado. En reuniones secretas, Koch le dejaba claro que los cambios serían en 22 gerencias, jefaturas y mandos medios; 22. No una, no dos: 22 cargos acomodados a medida para amigos del partido. Y si Genta no obedecía, ya le avisaron: el Sindicato Único Portuario, manejado por Alejandro Díaz -otro socialista de pura cepa y viejo compañero de Koch y su esposo Ricardo Suárez-, le haría la vida imposible.
Así fue. Dos días después de asumir, el Directorio de la ANP aprobaba el escandaloso reparto: 22 nuevos jefes, todos sin concurso, todos elegidos a dedo, pisoteando la transparencia que el Frente Amplio fingió defender durante años.
La corrupción no solo es ética. También es económica. Hoy en la ANP hay 44 cargos gerenciales cobrando salarios altísimos, incluidos dos gerentes generales y dos subgerentes generales, duplicidades escandalosas que pagamos todos. Algunos de los destituidos, para mayor burla, siguen cobrando aunque no tengan ni oficina donde trabajar.
¿Y los concursos? ¿Y el respeto a la carrera administrativa? ¿Y el discurso de los “comprometidos con la gente”? Todo fue una máscara. Una farsa.
El Frente Amplio no llegó al puerto a mejorar la gestión. Llegó a saquearlo.
No se trata de partidos. No se trata de ideologías. Se trata de dignidad. De ética pública. De respeto por el esfuerzo de cada trabajador uruguayo que hoy ve cómo su sudor financia una estructura de acomodos, negociados sindicales y sueldos inmerecidos.
El puerto, que debería ser símbolo de trabajo y progreso, ha sido convertido en la cueva de la corrupción.
Y si los uruguayos no reaccionamos, no solo perderemos el puerto. Perderemos el país.