El Ciudadano | Montevideo
@|El Uruguay no necesita motosierra, necesita bisturí. El liberalismo que aspira a gobernar debe ofrecer un plan serio para modernizar el Estado sin destruir vidas ni provocar caos institucional; prometer despidos masivos y achicar el aparato como espectáculo es una traición al sentido común y una renuncia a la gobernabilidad.
-Responsabilidad con los empleados públicos.
Atacar al empleado público significa, de entrada, condenarlo al desempleo; entre esos trabajadores y sus familias hay casi un millón de votos que no respaldarán una propuesta que los deje sin sustento. Ignorar ese hecho es apostar a la marginalidad política; se puede ganar titulares, pero no mayorías.
Una reforma liberal responsable apuesta por la profesionalización, reconversión y retiros incentivados, audita funciones para eliminar duplicidades y ofrece rutas reales de empleabilidad; no se trata de proteger ineficiencia, se trata de no desamparar personas.
-Imperativo de cuidar a quienes dependen del Estado.
Las familias que hoy viven de transferencias mal diseñadas no votarán contra su seguridad; reemplazar la limosna por oportunidades exige sensibilidad política y eficacia técnica, programas de inclusión laboral, capacitación y acceso al crédito que permitan tránsito a la autonomía. Quitar el sustento sin ofrecer alternativas creíbles es condenar a la gente al resentimiento y asegurarse la oposición de quienes más necesitan ser liberados.
-Apoyo a la producción nacional y la actividad privada en el libre mercado.
El liberalismo que quiere gobernar debe respaldar con convicción a la producción nacional y a la iniciativa privada como motor de empleo y prosperidad. Promover el libre mercado, la competencia y la certeza jurídica incentiva la inversión, la innovación y la creación de empleo; el Estado debe ser comprador inteligente y regulador que garantice igualdad de reglas, no proveedor de privilegios. Una política pública liberal protege la propiedad privada, facilita el acceso al crédito y reduce trabas innecesarias para emprendedores, porque la prosperidad nacida del libre mercado es la base de la autonomía ciudadana.
-Gobernabilidad y legitimidad institucional.
Denostar la política como “casta” facilita la teatralidad pero inutiliza la gobernabilidad. No se vence a la corrupción con purgas masivas, se la enfrenta con instituciones fuertes, rendición de cuentas y liderazgos éticos que puedan construir mayorías. Aspirar a un par de asientos en el Palacio Legislativo para saciar egos es renunciar a la ambición de gobernar; el objetivo debe ser diseñar políticas que atraigan a amplias mayorías, no que excluyan y fragmenten.
-Convicción liberal con firmeza estratégica.
Ser liberal exige firmeza moral y prudencia estratégica, las frases hechas no conquistan urnas; un liberal serio transforma, no viste fracasos con ideología. Es tiempo de empoderar la verdad liberal, reformar protegiendo a la gente, reemplazar clientelismo por mérito, asistencialismo por oportunidades y oscuridad por transparencia.
Sólo así el liberalismo dejará de ser consigna para convertirse en gobierno capaz de transformar.